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HABLEMOS DE…LA CITA

Staff / La Voz
Por Staff / La Voz - 01 diciembre, 2019 - 09:38 a.m.
HABLEMOS DE…LA CITA

La soledad es muy hermosa… cuando se tiene alguien a quien decírselo:  Becquér

Por: Rodolfo Villarreal V.

San Buenaventura, Coahuila. 28 de noviembre de 2019

AÑO DE 1968, CONTEXTO

En San Buenaventura, al igual que en México y el mundo, entre los años de 1949 y 1964 nació una generación de personas que iniciaron un trascendente cambio de los paradigmas que hasta entonces eran generalmente aceptados, cambió el gusto por la música, la manera de ver el homosexualismo, el feminismo , la libertad… etc.

En general, se comenzaron a erosionar ideales de lealtad y de obediencia y en muchas ocasiones ocuparon su lugar el aprecio por lo útil y lo pragmático, fue así que se inició un profundo cambio social que ahora estamos viviendo.

Pertenecientes a esa generación y habitantes de un pequeño pueblo, quedamos inmersos en ese cambio y la forma de percibir el mundo.

En el año de referencia, 1968, había varios grupos de muchachos y por supuesto, de muchachas también. Uno de los sitios más concurridos eran las neverías ubicadas en la plazuela Heliodoro Rodríguez

Nuestro grupo estaba integrado por jóvenes que estudiábamos en las preparatorias de Monclova o en universidades de Saltillo o Monterrey, mayormente.

Por su parte, las jovencitas de nuestro entorno socioeconómico, con las cuales  teníamos una gran afinidad, eran mucho más liberales que los grupos que les precedieron, tenían una nueva visión del mundo, nuevas ideas, nuevos gustos, diferente enfoque de vida y de expectativas; todo ello  producto del cambio que se mencionó.

Nuestras amigas, con las cuales conservamos una gran amistad después de pasados  los años, eran estudiantes de secundaria y en promedio tres años menores que nosotros.

Fue en la plazuela que mencioné, en uno de aquellos afortunados días de 1968, que yo, un estudiante de tercer semestre de Economía de 18 años; entre el grupo de amigas, vi a una niña (después supe que tenía 13 años de edad) muy alta y bonita que de inmediato captó mi atención. Me quedé perplejo y solo con mis pensamientos, pregunté al más próximo de mis amigos “¿quién es ella?” –Qué lástima, me dije, ella era  estudiante de segundo año en una academia  comercial local y cuatro años y medio menor que yo, ¡demasiado joven para Mí!

LA CITA.

Me encontraba plácidamente arrellanado en mi sillón favorito, recordando el lejano 28 de noviembre de 1969 día de nuestra también lejana juventud, en que mi esposa y yo nos comprometimos a seguir juntos hasta el final de nuestros días.

Evocando aquel día fantástico, aquella frontera entre los sentidos y la razón a la que llamamos imaginación ubicada en el mundo de las ideas (Platón) me hizo (como siempre) darle una perfección y blancura deslumbrante.

Nostálgico incorregible, decidí dar una vuelta por el escenario de nuestra primera cita, la iglesia católica de nuestro pueblo. En realidad, físicamente no es aquel mismo templo que con tanto afán y parsimonia construyeron los Sanbonenses a lo largo de muchas décadas y quedó terminado en el año de 1803

El templo de nuestros recuerdos, aquel edificio de apariencia sólida, de terrado, de gruesos muros y altos techos que fue construido en gran parte a instancias de la orden monástica de los franciscanos, donde Fray San Buenaventura representó un lugar destacado; fue derruido en el año de 1972.

Creo que más que todo, la causa de aquella debacle se debió a la propensión natural humana a tratar de trascender, al deseo modernizador que no paró mientes sin considerar que el edificio era un ícono histórico-cultural de nuestro pueblo. Excusas o argumentos, como quiera llamársele no faltaron “que si se necesitaba reparación, que si era muy pequeña la nave”…etc.etc.

Retomando el tema; Me dirigí, con un inusual nerviosismo a la plaza principal, para recordar “in situ” el memorable día de “La cita”, día que se mostró como el de hoy mismo, nublado y frio, con el añadido que estaba lloviznando suave y persistentemente. Llegué, estacioné mi automóvil Nissan frente a la iglesia y sin desearlo, me perdí somnolientamente en mis recuerdos hasta alcanzar el sueño.…

De súbito, escuché un golpeteo persistente en el vidrio de la ventanilla la cual se encontraba cerrada para resguardarme del frio; Era el párroco, Francisco Miguel Huitzil, Poblano él, que se decía conocido del presidente de la república Gustavo Díaz Ordaz, el mismo funcionario que al parecer ordenó la masacre de estudiantes en el casco de Santo Tomás, el 12 de octubre en la ciudad de México en 1968.

“Ándale gordo, pasa a rezar, hace tiempo que no te veo por la casa de Dios” –me dijo el párroco.   Repentinamente, me di cuenta que yo esperaba a aquella niña que un día soleado de hacía casi dos años detuvo, con su belleza, el corazón de un adolescente impresionado.

Nos habíamos citado en la plaza. Acudí a la cita con el ansia de una emoción informulable, ¡sí! era un sentimiento racionalmente inexplicable y lo poco que podía pensar lo hacía atropelladamente.

Creo que debido a la llovizna, pasó ella, -la niña bonita- a lo lejos corriendo para penetrar en el templo y guarecerse de la menuda y suave lluvia. Hasta pareció premonitorio que la invitación que el padre Huitzil me hizo tenía la intención de acercarnos en la paz y tranquilidad del templo.

Abrí la puerta del carro Mercedez de mi padre y bajé; El corazón intentaba salir del pecho latiendo descompasadamente, a medida que me acercaba, como por efectos de una droga mis pasos parecían muy lentos, como si flotara, en contrasentido me acercaba vertiginosamente al gran, amplio y fuerte portón de madera sólida.

Quedé en suspenso en el umbral del sólido portón, atisbando primero y después mirando atentamente el interior de la penumbrosa nave del magnífico templo de arquitectura colonial española; de las altivas ventanas vestidas de madera y fierro se colaba una mortecina luz que daba al interior una mística iluminación.

Penetré en la oscurecida nave del desierto templo, me detuve por un instante en la gran pila de agua bendita, que a la izquierda del recinto estaba a un lado del solemne y célebre bautisterio, donde por más de un siglo los niños sambuenenses recibieron las aguas del Jordán; ganar un poco de tiempo y aplacar mis nervios era  realmente el objetivo de la dilación.

De las dos filas de bancas, en la de la izquierda, casi al llegar al majestuoso púlpito, haces de luz que despedían la tímidas velas que alguna alma piadosa encendió para honrar al milagroso San José, que sostenido por la refulgente plata de Hidalgo, se encontraba en un pequeño salón a espaldas del púlpito; hacían que la sombra de niña se proyectara en caprichosas figuras como un danzante que se mueve cadencioso en el bruñido piso del pasillo central

Fue así como la descubrí hincada en actitud de orar, muy cercana a la referida plataforma desde donde se predica y se dirigen los cánticos o rezos; Detrás de la cual estaba la pintura de almas culposas y culpables ardiendo en el llameante infierno que desde niño me impresionó, creyendo que éste era un lugar físico a cuyas llameantes profundidades seríamos enviados de no acatar las leyes de Dios y no un espacio virtual en la intimidad de nuestra Alma.

Ella se persignó, se levantó y clavó en mí su mirada de tornasoladas pupilas, también la miré yo y por un instante navegué en el mar del incierto futuro; sentada a mi lado jugueteando con una aromática rosa roja que después me ofreció, sentí que la calma perdida y la emoción exacerbada cedían ante su tranquila y hermosa proximidad.

Conversamos, no recuerdo de qué, ni por cuánto tiempo, solo sé que nos descubrimos almas más que afines,  y como dice Benedetti  “juntos, codo a codo nos intuimos mucho más que dos” solo acierto a pensar y recordar que hoy 28 de noviembre de 1969 mi destino está sellado junto al de esa maravillosa niña-mujer.”

Como mudos testigos y avales de aquel suceso, hubo quienes nos miraban complacientes, el San José a la izquierda, y a la derecha de la nave, al igual que el San José, otros dos habitantes de santificados salones, que  precedidos de grandes arcos nos acompañaban también: La Dolorosa y su sacrificado hijo Jesús.

Regresé al Mercedes Benz, estacionado frente al vetusto templo, el corazón rebosante de un sentimiento nuevo y luminoso, entonces comprendí, pleno de conciencia que mi vida había cambiado para siempre.

Lentamente desperté  y saliendo de mi somnolencia, mis atónitos ojos contemplaron que en el lugar que ocupaba nuestro bello templo Franciscano, se erguía una moderna mole de concreto con aspecto modernista con dos torres a los costados. Apagué las luces de nuestro automóvil Nissan que había dejado encendidas.

Y descubrí perplejo que una  bella rosa roja descansaba en mi regazo.

GRACIAS.

Que sus caminos se encuentren llenos de bendiciones y satisfacciones. Dios los bendiga.

Rodolfovillarrealvega@hotmail.com.

San Buenaventura, Coahuila. A 28 de noviembre de 2019.

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