Mujeres y niñas migrantes diariamente son violadas por grupos paramilitares que se esconden en la espesura de la selva que divide Colombia y Panamá.
La conocen como la “Selva del Darién”, “El tapón del diablo”, el último lugar del mundo en el que una mujer joven quisiera estar. Sin dinero ni pertenencias que dar, “La dignidad o la vida”, se convierte en la única moneda de cambio para seguir avanzando en el sueño de libertad.
Así lo narra Juan Conteras, migrante Venezolano, sobreviviente del infierno y testigo mudo de las atrocidades del desplazamiento ilegal.
Emprendió la travesía junto al novio de su hija, entre robos, extorsiones y vejaciones, en medio de la nada, dónde de nada sirve gritar, porque nadie te escucha.
“Una cubana, una africana y dos venezolanas, todas ellas mujeres jóvenes de entre 20 y 40 años, a todas ellas las violaron en la Selva del Darién, no pudimos hacer nada”, relata.
El hombre de 50 años de una tez quemada por el sol y una evidente insolación narra que es venezolano pero vivió en Bogotá, salió de su país por lo que todo el mundo sabe, “Maduro nos tiene acabados, Maduro nos tiene acabados, ta feo, ta feo, no se consigue nada”, dice mientras come unos taquitos en Estación Hermanas de Coahuila a 4.003,50 kilómetros de su tierra natal.
“En la selva nos robaron dos veces, allí violaron a las mujeres y fueron los mismos guías que están de acuerdo con los guerrilleros, ellos nos llevaron a la trampa de quienes lucran con el narcotráfico y el contrabando”.
La selva más hostil del mundo, la del Darién, es muy mencionada por los migrantes que atraviesan por el golfo de Urabá a mar abierto, es la frontera olvidada entre Colombia y Panamá, son jornadas extenuantes en un camino de orografía peligrosa, con crecidas súbitas de ríos, de enormes pendientes y precipicios extremadamente difíciles de sortear.
Pocos lugares en el mundo tienen tantas especies endémicas y tantos espacios intactos como esta selva, es una de sus más grandes riquezas pero la peor desdicha para miles de migrantes que ahí han visto asesinatos, asaltos y abusos sexuales, esta es la violencia perpetrada por grupos criminales, es un gran obstáculo en su camino rumbo al norte.
“Ahí nos quitaron toda la plata, me quitaron el pasaporte, la cedula, me enfrenté a ellos porque iban a violar a una niña de 12 años, era una niña flaquita, morenita y el único que me ayudó fue él”, comenta Juan Contreras mientras señala al novio de su hija.
Narró ese difícil momento en el que tras impedir la violación, esos criminales le pusieron una pistola en la frente, vio la vida pasar en segundos, se encomendó a Dios y fue entonces que su yerno tomó un cuchillo pensando en que sí morirían, sería juntos y valdría la pena.
No conocían a esa niña, era parte del grupo de migrantes con el que viajaban pero sabían que una cubana, una africana y a dos venezolanas fueron abusadas sexualmente y cuando estos malhechores fueron por la niña, ya les habían robado, ya no tenían nada que perder y se armaron de valor para defenderla.
“Yo dije me les voy a enfrentar pero no la van a violar, yo tengo unas niñas de 14 y 17 años, están en Colombia, sentí que podía ser una de ellas o hasta mi nieta”, comentó Juan mientras se le quiebra la voz y de sus ojos brotan lágrimas al recordar.
Tras ese horrible momento, llegaron a Panamá y ahí les dieron un papel en donde se le autorizó su tránsito sin documentos, pasaron Costa Rica, Nicaragua, Honduras y en Guatemala los policías son más corruptos y les pidieron mucha plata para dejarlos pasar.
En el caso de México desde el primer día que llegaron obtuvieron el permiso que les permite transitar por 30 días en tierras mexicanas, pese a eso la policía los detiene, los baja de los autobuses, les empiezan a pedir que colaboren con dinero para que puedan seguir, de lo contrario los entregan a migración.
“No podemos subir a un bus porque no nos venden el pasaje, el permiso no sirve prácticamente porque en todos los retenes nos devuelven, la gente de México nos ayudan mucho, nos dan de comer, nos da agua pero no pueden ayudarnos con el traslado, tenemos que caminar”, comentó Carlos Orozco, yerno de Juan.
Carlos tiene 22 años de edad, fue policía en Colombia y dejó el trabajo porque tenía que pagar 20 millones de pesos colombianos para seguir, tiene un curso de guardia y seguridad, licencia para manejar camiones pero allá, en su país, no hay trabajo.
Dejó en Colombia a su mamá y a su novia, ha arriesgado su vida pero todo es por un sueño y por una mejor vida para las mujeres que más ama.
“Uno se viene del país, porque nuestro gobierno no nos colabora en nada, para allá tú tener un trabajo bueno tienen que tener una palanca para tener un sueldo digno y sobrevivir”, señaló Carlos con su acento colombiano.
Por eso tuvo que tomar la decisión y emprender este laberinto que asegura tendrá un final feliz, valdrá la pena todas esas escenas que lamentablemente quedará por siempre en su memoria pero que le permitirán gozar de una vida en plenitud, si Dios se lo permite.