Mañana domingo, Diego celebrará su cumpleaños número 29 en el Cereso de Monclova, un espacio que se ha convertido en su único hogar desde hace un año y ocho meses, cuando fue encarcelado por el delito de robo.
Ayer, como cada quince días, recibió la visita de su madre, Esmeralda, y sus dos hijos, quienes viajaron desde el municipio de Rosita para pasar unas horas con él.
La visita, marcada por un ambiente de emociones, es un breve respiro para Diego, quien se enfrenta a un futuro incierto dentro de las paredes del penal.
"Es una emoción y a la vez tristeza porque nos cambian siempre las fechas de su salida, así como las audiencias", comentó Esmeralda, visiblemente afectada por la situación.
Para ella, cada encuentro con su hijo es un recordatorio de la incertidumbre que vive, ya que las fechas de audiencia y posibles decisiones sobre su proceso legal se han visto pospuestas en varias ocasiones.
La despedida, siempre difícil, es particularmente dolorosa para los niños, quienes, con apenas 7 y 9 años, luchan con la idea de separarse de su padre cada vez que la visita llega a su fin. "Cada vez que les toca irse, salen llorando", relató Esmeralda, quien, además de ser madre, se convierte en un pilar fundamental para los pequeños en estos momentos tan complicados.
Diego, por su parte, espera con ansias el próximo 22 de noviembre, día en el que se dará más información sobre el avance de su proceso legal. Mientras tanto, cada quince días su familia se desplaza desde Rosita para mantener el vínculo, aunque el dolor de las despedidas no se hace más fácil con el tiempo.
El caso de Diego es solo uno de los cientos que reflejan la dura realidad de las familias de personas privadas de libertad, quienes enfrentan no solo la distancia física, sino también la constante incertidumbre sobre el futuro de sus seres queridos en el sistema de justicia.