Ayer, el primer pasillo de la fayuca no fue el mismo: faltaban dos almas conocidas, dos comerciantes que con su presencia constante habían tejido parte de la historia de ese lugar.
Claudio Pérez Sandoval, de 75 años, y Martina Flores Martínez, de 62, fallecieron juntos en el trágico accidente de autobús, ocurrido en la Carretera 57, entre Arteaga, Coahuila, y Galeana, Nuevo León.
Un viaje que marcó su despedida, pero no su separación.
Se conocieron hace más de una década entre puestos de ropa y mercancía. Ambos sin compromisos, decidieron compartir la vida como pareja.
No hubo grandes declaraciones ni papeles de por medio. Su relación fue de esas que se entienden con una mirada, a la antigua, basada en el respeto y en la compañía diaria. Así como llegaron a la fayuca, así se fueron: juntos.
"Es mucha nostalgia, tristeza, porque convivimos mucho tiempo", dice Rogelio Barrios de León, comerciante con 30 años de trayectoria en la fayuca.
"Tenía a Claudio de un lado y a Martina del otro. Ahora están los dos ausentes. Se siente el vacío".
Don Claudio, bajito, de pelo chino, siempre con su cachucha bien puesta, era una figura amable y servicial. No se casó, pero encontró en Martina una compañera que le hizo compañía durante sus últimos años.
Padre de cuatro hijos tres mujeres y un hombre, dedicó sus días a trabajar, sin descanso.
Martina, por su parte, era una mujer luchadora. Había criado a sus hijos como madre soltera y ahora ayudaba con la formación de sus nietos.
El día lunes ambos subieron al camión de la línea Rivera Tours como otras tantas veces. Era un viaje de compras. Nadie imaginó que sería el último. Nadie imaginó que no volverían.
"Ahora le gané a Claudio dice Rogelio con voz quebrada. Siempre llegaba primero a abrir su puesto. Hoy yo abrí, pero sin él. Se siente, se siente que falta alguien. Perdí a mi amigo, a mi hermano".
Los comerciantes de la fayuca intentaron seguir con su día, pero el silencio era el protagonista. Algunos puestos no abrieron, otros lo hicieron en señal de respeto. En cada esquina se escuchaba su nombre, sus historias, sus recuerdos.
Porque así es la vida: incierta, repentina. Como dice el dicho, "uno sabe dónde nace, pero no dónde va a quedar", dijo Rogelio. Claudio y Martina quedaron en el mismo destino, como vivieron: uno al lado del otro.