Por: Fabián Arturo Cabrera Bertoni
Son las 3 de la mañana y mis piernas tambalean de cansancio. Me retiro el equipo de protección personal y lavo mi cara con agua y jabón. Mis ojeras se adornan con la marca de los lentes de acrílico ajustados. Mi sonrisa está totalmente desdibujada y el surco del cubrebocas N95 comienza a pigmentarse. Me retiro el resto del equipo y ansioso busco un rincón para descansar una hora en este frío hospital. Los pacientes llegan a borbotones, entre los graves y los hipocondriacos, pero mi compañero de guardia me envió a descansar. “Te necesitamos bien” me ordenó cariñosamente.
Caminando entre los pasillos, encuentro una banca vacía y la visto con una bata de tela cual elegante sábana de seda. Mis ojos no tardan en cerrarse. Mi cuerpo se estremece de cansancio.
El fondo negro comienza a nublarse e ingreso a ese espacio adimensional y atemporal llamado sueño. Siento frío y a lo lejos alcanzo a escuchar las voces de las enfermeras, el incansable zigzagueo del trapeador de las afanadoras y el interminable pitido del monitor de la terapia intensiva. Poco a poco todo ello se aleja de mí.
El humo de esa profunda oscuridad se difuminó y a la distancia se dibujó la presencia de un enorme cuervo negro antropomorfo. Sus ojos brillan en la oscuridad y al caminar se escucha el golpeteo de su bastón, uno muy elegante. Le había visto antes en mis libros de Historia de la Medicina cuando cursaba el primer semestre en la Facultad. Era un médico de la peste bubónica. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo.
- Buenas noches joven médico.
Mi voz titubeaba ante semejante imagen. Era atemorizante y a la vez me daba
seguridad.
- Buenas noches. ¿Quién es usted?
- Más bien importa decir, quienes fuimos. Yo también desfallecía de cansancio.
- ¿Eres un fantasma?
- Es difícil explicar. Quizás solo soy un recuerdo.
- Ya veo. ¿Qué haces aquí?
- La humanidad sufre. Otra vez. Tu vestimenta es muy curiosa, pareces un
arlequín blanco. Ese cristal que recubre tu cara es muy delgado y se dobla. Te ves ligero de movimientos. Tu disfraz no parece de seda. Deben tener muy buenos alquimistas en estos tiempos.
- Es un material llamado plástico se obtiene de la brea negra. Casi todo lo que me cubre es plástico. El tuyo se ve... Pesado.
- La palabra es lúgubre. Era muy pesado cuando caminábamos en las calles. Las hierbas del pico nos reconfortaban ante nuestros propios olores corporales. Los niños huían de nosotros, los enfermos con vitalidad nos respetaban y los moribundos nos esperaban gustosos para darles los santos óleos. ¿Dónde está tu cruz?
- No soy creyente. Procuro no involucrarme en ello.
- Eres un hereje cargando una gran cruz. En mi momento había muchos
médicos herejes, pero jamás lo hubieran declarado ante un desconocido. Veo que han cambiado muchas cosas. Este hospicio es enorme y es pulcrísimo. Me encantan las cajas mágicas con letras brillantes y cambiantes.
Las serpentinas que llenan de aire a los enfermos son increíbles. Las bolsas de agua con alambiques cristalinos conectados a los brazos de los enfermos ¿de qué tipo de cuero se obtienen? ¿Son de tripa de cordero?
- Son de plástico. Casi todo lo que ves aquí es de plástico.
- Menuda cantidad de brea la que deben tener. ¿Los reyes ya se han
encerrado?
- Ya casi no hay reyes en el mundo. Los líderes políticos aún continúan
hablando a los pueblos para darles tranquilidad.
- Cuando se encierren temed.
- Hoy pueden hablar a sus pueblos desde cristales mágicos. Mira, este es mi
teléfono celular. Con este instrumento podemos comunicarnos a la distancia
con otros médicos y enviar imágenes o nuestras propias voces.
- Son artilugios impensables para un médico de la peste. Si hubiéramos tenido
artefactos así, quizás no hubieran muerto tantas personas.
- Aún con ello se nos están muriendo pacientes.
- Seguramente los viejos y los que ya estaban enfermos.
- Si, es correcto.
- Siempre sucede así. Las pestes son crueles con los débiles, los necios y los
incrédulos. Dábamos el toque de queda y aun así se resistían al encierro.
Los humanos somos menos dóciles que un pájaro enjaulado.
- Nos pasa lo mismo. Sin embargo, creo que nunca nos habíamos enfrentado a algo así. Este enemigo es casi invisible, llega por el aire y nos mata de
asfixia.
- Las pestes son tribulación. Muchos desaparecerán mañana. Dios dejó de
hablar con el hombre desde hace mucho tiempo, pero sus actos permanecen. A las pestes siempre les preceden tiempos de iniquidad y pasiones desmedidas. Con los excesos y las aberraciones siempre vienen las enfermedades. Las pestes siempre son así.
- Hoy les decimos pandemias a las pestes extensas. Nunca juzgamos el origen de una peste. Esta vez comieron algo que no debían.
- ¿Comieron seres humanos o animales prohibidos?
- Todo sucedió por comer murciélagos.
- Son ratas con alas. Eso no debe comerse. Cualquier cosa que viva en la
inmundicia o que parezca peligrosa no debe llevarse a la mesa.
- ¿A qué debo tu visita? ¿Moriré?
- Todos moriremos, pero no vine por eso. Fue más bien por mi propia
curiosidad e iniciativa.
- ¿Vienes a advertirme?
- Tranquilo. Lo que sucederá ya está escrito. Disfruta este momento. Quizás
tu herejía no te permita entender que la humanidad es profundamente amada por la tierra que le da alimentos o por los ríos que le dan agua a pesar de su ingratitud. Dios ha acariciado la idea de aniquilarlos muchas veces, pero no lo hace aún. Reponte y retorna la sonrisa que siempre amanece. Si nosotros no hubiéramos pensado así, tu no estarías aquí. No dejes que la humanidad te trastorne, mantente estoico. Algún día visitarás a otro médico de “pandemia” y lo reconfortarás como lo hago hoy. No sabremos qué tipo de artilugios tengan para ese entonces.
- Te agradezco la visita.
- Me tengo que ir. Hay muchos hospicios que visitar.
Aquella silueta oscura se perdió en la niebla y el golpeteo de su bastón se perdió en la inmensidad. Mi colega de guardia me despertó pues teníamos que continuar.
Me vestí de nuevo y sentí la honra de pertenecer a una comunidad que ha caminado a lo largo de la historia, en los pasajes de gloria y de gran tragedia. Me sentí acompañado por aquellos que ofrendaron su vida por los que existimos hoy. Mi sonrisa desdibujó el surco de la mascarilla y con gusto fui a los alambiques de aire. Entendí que no importa que tan oscura esté la noche pues siempre amanecerá. El reencuentro siempre sucederá.
FIN
DEL AUTOR: Fabián Arturo Cabrera Bertoni es Médico cirujano, Maestro en Administración de la Salud y candidato a Doctor en Administración y Políticas Públicas. Obtuvo la Medalla al Mérito en Protección Social en Salud del Gobierno Federal en 2014 y fue galardonado con el Premio Nacional de Salud de la COPARMEX en la categoría empresarial en 2018. Actualmente se desempeña como National Ombudsman en Mensa, México, «The High IQ Society».