Hace 76 años, un joven mexicano de la llamada “generación de hierro”, voló los cielos de la costa de Francia a bordo de su avión caza para luchar por la libertad de los aliados en la Segunda Guerra Mundial; lo hizo representando a la Fuerza Aérea Canadiense.
Su nombre es Luís Pérez Gómez, una auténtica águila mexicana que se batió contra las fuerzas del eje, y del que su historia es muy poco conocida, pero que hoy les quiero presentar.
Luis Pérez Gómez, nació en la ciudad de Guadalajara, Jalisco el 8 de octubre de 1922, dentro de una familia amorosa y de grandes valores civiles y morales, teniendo su casa en el centro de la ciudad.
A los pocos años de edad, quedaría huérfano de madre, por lo que su padre decidió emigrar a la Ciudad de México donde crecería en un ambiente sano, con altos valores morales como el amor a la patria, justicia y libertad.
Luis era aficionado al deporte, le gustaba el fútbol, era amable, inteligente, curioso, noble y sobre todo, apasionado de las causas sociales.
Uno de los grandes sueños de Luis desde su niñez, había sido el de ser piloto, aunque dadas sus condiciones económicas, no había forma de hacerlo realidad.
Al estallar la Segunda Guerra Mundial en 1939, anhelaba dejar su puesto como cajero de banco y sumarse al frente de batalla a favor de los aliados.
Acudió a la Fuerza Aérea Mexicana de donde sería rechazado pues “no tenía madera” al no reunir los requisitos básicos.
Hizo sus maletas e intentó ingresar a los Estados Unidos de manera ilegal, con el único objetivo de llegar a una base aérea norteamericana y enlistarse como voluntario.
Para su mala fortuna, sus sueños serían truncado una vez más, pues al cruzar la frontera un agente fronterizo lo arrestó y enseguida lo deportó.
En lugar de perder el ánimo y con lo último que le quedaba de dinero, viajó a Canadá donde se había enterado que buscaban desesperadamente hombres para capacitarlos como pilotos.
Luis no hablaba inglés, tampoco francés, ni tenía amigos en aquella región, pero viajó 4 mil 500 kilómetros para ofrecerse; los reclutadores al saber que era mexicano lo menospreciaron, pero eran más sus ganas que terminaron por aceptarlo.
Primero fue enviado a estudiar inglés durante cuatro meses a una escuela militar, al término presentaría los exámenes para el servicio aéreo donde quedó constancia escrita en el archivo militar canadiense.
“Este joven es inteligente, dedicado, servicial, siempre sediento de aprender, aún no habla bien el inglés, pero el hecho de que viajará desde tan lejos para querer luchar junto a nosotros, hace merecer que se le dé una oportunidad”.
Al finalizar su entrenamiento básico, oficialmente Luis ingresaría a la Real Fuerza Aérea Canadiense donde se destacaría de entre otros pilotos, y recibiría sus alas como Piloto Aviador el 6 de agosto de 1943.
El 9 de noviembre de 1943, sería asignado al escuadrón 127 con base en Dartmouth, Nueva Escocia donde participaría en misiones de patrullaje a lo largo de la costa canadiense, la cual era amenazado por submarinos alemanes.
En enero de 1944, durante lo más cruento de la guerra, su escuadrón sería transferido Inglaterra en donde su número será cambiado al de Escuadrón 443, incorporándose a las acciones en contra de Alemania.
Luis fue puesto al mando de un caza Spitfire, uno de los aviones más avanzados de su época, aún hoy considerado una de las máquinas voladoras más poderosas y letales en la historia de la aviación militar.
A las 19:14 del viernes 16 de junio de 1944, una patrulla del Escuadrón 443 de la Real Fuerza Aérea Canadiense despegó de su base en Sainte-Crox-sur-Mer, sobre la costa normanda bautizada como “Playa Juno” a menos de cuatro kilómetros del frente de batalla, con órdenes de interceptar a una escuadrilla de la Luftwaffe al sur de Caen.
Esta misión era crucial, se necesitaba todo el tiempo extra para permitir a las tropas que estaban desembarcando en las playas mayores oportunidades de hacerlo.
En manos de Luis y sus compañeros del escuadrón, estaba no sólo el destino de sus propias vidas, sino la de miles de hombres que ahí abajo luchaban codo a codo en una batalla inusitada en la historia de la humanidad.
Habían transcurrido diez jornadas desde la invasión del “Día D”, el episodio que marcó el principio del fin de la Alemania nazi. Los pilotos al mando de los seis Spitfire Mk-IXB eran jóvenes de entre 22 y 24 años. Los aviones se identificaban con la insignia del 443, un abejorro y la leyenda Nuestro aguijón es mortal. Al mando de la escuadrilla iba el comandante James Hall. Los otros aviadores eran Leslie Foster, C.E. Scarlett, Donald M. Walz, Hugh Russell y Luis Pérez Gómez. Desde la madrugada del 6 de junio habían participado en misiones de apoyo para las oleadas de la invasión.
Pasando Caen, Hall dispuso que dos aparatos permanecieran en espera bajo el techo de nubes y cuatro ascendieran en vertical para interceptar a los alemanes que avanzaban desde el interior del continente hacia las líneas aliadas.
El primer contacto se dio poco después de las 20:00 sobre la región de Calvados. Foster y Scarlett se mantuvieron en patrón de espera mientras que Hall, Walz, Russell y Pérez Gómez ascendían en formación de ataque. Al salir del banco de nubes encontraron al agrupamiento de Focke-Wulf 109 –bautizados como “pájaros carniceros” en la Batalla de Inglaterra– y comenzó la refriega.
Hall y Russell fueron los primeros en ser derribados y no sobrevivieron. El avión de Walz fue rasgado por la metralla y entró en picada, pero el piloto logró saltar. Mientras descendía en paracaídas vio al Spitfire 2I-S MK-607 de Pérez Gómez dar un giro a babor en maniobra evasiva, con varios cazas alemanes en persecución. Había vaciado las cartucheras de sus cuatro ametralladoras y dos cañones y estaba en la línea de fuego de las naves enemigas
Walz atestiguó los desesperados intentos de su camarada por evitar la puntilla. El Spitfire de Luis entró en barrena.
Walz contuvo la respiración en espera de que la cubierta de la carlinga se desprendiera y el piloto saltara. Cuando esto sucedió, vio que el paracaídas de su compañero mexicano se incendiaba. Nave y piloto se estrellaron en un campo en las proximidades del caserío de Sassy. Walz tocó tierra en un bosque. La resistencia lo rescató y pudo regresar a la base unos días después.
Cerca de los fierros retorcidos del 2I-S MK-607 quedó el cuerpo de Luis Pérez Gómez, de 22 años, originario de Guadalajara, el único piloto de caza mexicano participante en el asalto a Normandía, el mayor y más complejo operativo militar de la Segunda Guerra Mundial. En su identificación se leía: CA. J29172 Officer L. Perez-Gomez RCAF. Do not Remove.
Los restos de Luis fueron recuperados por agricultores de Sassy. Para impedir que cayeran en manos de la soldadesca nazi en retirada, los sepultaron en el camposanto de la iglesia de San Protasio y San Gervasio con un nombre francés.
Después de la guerra, las autoridades canadienses lo identificaron. El estatuto dicta que los caídos en batalla reposen en el lugar de los hechos. Así se informó a su familia y en su tumba se colocó una lápida con la inscripción: Flying Officer L. Perez-Gomez. Pilot. Royal Canadian Air Force. 16th June 1944. Su padre nunca lo visitó. Su madre había muerto cuando él era un niño.
UN AMOR QUE NO SE OLVIDA
Mientras Luis vivió en Canadá, Luis conoció a una bella joven de nombre Doroty Brieen, tenía 16 años, era campeona de baile y de patinaje sobre hielo, se enamoraron durante un baile organizado por la Fuerza Aérea Canadiense.
Al morir Luis en Normandía, dorff y su novia, era el único contacto que las autoridades canadienses tenían con alguna clase de familiar de Luis, siendo ella la que recibió el amargo telegrama.
Le fue imposible recuperar los restos de Luis, aquella bella joven que se enamoró de un mexicano en un baile, jamás olvidó ese primer amor.
Sesenta años después, ya abuela y con ayuda de su esposo Denis Pratt, un comandante naval retirado, localizó en Sassy la tumba del mexicano a quien nunca olvidó. Se embarcó en una cruzada para recuperar su memoria y en 2004 logró que se organizara un homenaje a la memoria del pilote d’avion Mexicain cuyo recuerdo sigue vivo al día de hoy en una región en donde se venera a quienes liberaron al país de la horda nazi. Sassy dio el nombre de Luis Pérez Gómez a su pequeña plaza.
Cuando era una anciana de 82 años, abuela y viuda, Dorothy seguía recordando a su hermoso mexicano con el mismo amor que nació la tarde de la fiesta comunitaria en que se conocieron. “Es cierto que los muertos de guerra en realidad nunca mueren. En mis sueños él sigue teniendo 20 años y yo 16”, confesó en una entrevista al Ottawa Citizen. Cada vez que sentía que la vida la asfixiaba, se encerraba en sí misma y regresaba a la nochevieja de 1943 cuando bailó con Luis en el Château Lauriel en Ottawa y las demás parejas les cedieron la pista y les aplaudieron.
La corta vida de Luis y sus hazañas en el episodio que frenó la avalancha nazi no cambiaron el rumbo de la historia, pero sí son un ejemplo para todos los que transcurren su existencia arrastrados por la corriente, incapaces de mover un dedo y decidir su propio destino.
Mientras tanto en México el nombre de Luís Pérez Gómez está olvidado, quizá por qué cometió el “pecado” haberse enlistado en una fuerza aérea extranjera, en México no hay calles con su nombre, ni monumentos con su imagen, el colegio del aire ni siquiera lo menciona en sus lecciones de historia, pero aquí en este espacio como muchos otros héroes desconocidos lo recordamos con orgullo.