Dos mujeres fueron asesinadas en las últimas semanas en la región Centro de Coahuila. En ambos casos, los responsables —sus propias parejas— se quitaron la vida tras cometer el crimen. Más allá del horror que sacudió a sus familias y vecinos, un detalle inquietante une ambos feminicidios: rastros de creencias satánicas y actos profundamente perturbadores.
Los hechos, registrados en Monclova y Frontera, presentan similitudes que han encendido las alertas sociales y motivado un análisis desde la salud mental. ¿Qué puede llevar a un hombre a asesinar a quien asegura amar y luego suicidarse? ¿Cómo operan las creencias oscuras en la mente de un agresor? ¿Qué señales se ignoran antes de que estalle una tragedia?
DOS CRÍMENES, UN PATRÓN
El primer feminicidio ocurrió a mediados de mayo, en pleno centro de Monclova. Leticia, de 58 años, fue asesinada con violencia extrema. El responsable, Cirilo —conocido en Castaños como "El brujo"— realizaba rituales de "purificación" y hablaba de "sacrificios espirituales". Aunque públicamente se identificaba como cristiano, peros sus amigos se alejaron de él al ver cosas en su domicilio, su entorno señalaba una vida marcada por prácticas ocultistas.
El segundo caso ocurrió en Frontera. Daniela N., una mujer joven, fue asesinada en su hogar por su pareja, Gilberto N., quien se describía en sus redes sociales como "un turista bien informado en el mundo del ocultismo". Después del crimen, también él se quitó la vida.
Personas como ellos no buscan adorar a Satanás como deidad sino que lo ven como un símbolo de individualismo, rebeldía, ir contra las normas establecidas.
En ambos casos, las víctimas habían decidido terminar la relación. Y en ambos, las agresiones estuvieron acompañadas de símbolos o referencias relacionadas con el satanismo o el pensamiento mágico extremo. Vecinos y familiares describen relaciones conflictivas, aunque jamás imaginaron un final tan brutal.
UNA MIRADA DESDE LA PSICOLOGÍA
Para comprender la profundidad de estos actos, entrevistamos a Alejandro Martínez Torres, psicólogo clínico con orientación psicoanalítica, especialista en salud mental.
Martínez advierte que, en muchos casos, se pasan por alto conductas que deberían ser interpretadas como alertas:
"Amenazas veladas, control excesivo, aislamiento, cambios repentinos de personalidad y discursos constantes sobre la muerte o el castigo divino son focos rojos que no deben normalizarse."
Explica que el feminicidio-suicidio no surge de un impulso repentino, sino de una historia emocional profundamente alterada. La pérdida de la pareja, para algunos individuos, representa una fractura existencial que no pueden tolerar:
"Ellos lidiaban con el desapego y la pérdida. Cuando la relación termina, se genera una desorganización emocional extrema, algo patológico, como si la otra persona fuera su razón de vivir. Entonces fusionan las dos muertes, como si buscaran una unión eterna."
Este patrón, afirma, suele tener raíces en infancias marcadas por abandono, negligencia o rupturas tempranas:
"Estos trastornos vienen de un amor vivido con angustia extrema en la niñez. Niños que sufrieron desapego tienden a desarrollar apegos ansiosos en la adultez. Cualquier amenaza de abandono se vuelve intolerable y puede detonar agresiones extremas."
EL NARCISISMO Y LA FANTASÍA DEL "PODER SUPREMO"
En ambos agresores se hallaron elementos simbólicos asociados al satanismo. Para Martínez, este tipo de creencias funcionan como una construcción psíquica que otorga a los individuos una ilusión de poder absoluto:
"Es un pensamiento en un plano de fantasía, una organización narcisista omnipotente que podría anular cualquier conflicto moral frente a la violencia. Es un pensamiento infantil."
Describe que estos individuos operan desde un pensamiento mágico: niegan la realidad, justifican el daño y se perciben por encima del bien y del mal.
"Los niños, en etapas tempranas, recurren a la omnipotencia para tolerar el dolor. Si ese mecanismo no madura, se convierte en defensa ante el trauma. Estas personas no toleran el vacío ni la ausencia, y viven en negación."
Y remata con una advertencia crucial:
"Yo no he tenido en mi práctica a alguien que, con desfachatez, acepte haber cometido agresión o violencia sin asumir su responsabilidad. Este tipo de personas no busca ayuda. Es un aspecto sociopático, como si fueran niños jugando en una película de terror."
HAY MUCHO QUE HACER
Para prevenir este tipo de hechos, el especialista subraya la importancia de construir vínculos afectivos seguros desde edades tempranas:
"Se debe garantizar la construcción de apegos seguros y confiables, promover la salud mental sin idealizaciones: la vida tiene desafíos, ausencias, pérdidas. Se requiere contar con recursos socioemocionales para procesarlos."
Martínez recomienda estar atentos a signos como desánimo persistente, aislamiento, discursos de vacío existencial o dependencia emocional. Y sobre todo, buscar apoyo profesional:
"La familia debe hacerse presente, practicar la escucha activa y, sobre todo, acudir a especialistas, psicólogos clínicos, psiquiatras, tanatólogos. Son recursos fundamentales para acompañar estos procesos antes de que escalen."
EL IMPACTO SOCIAL DEL HORROR
Ambos casos provocaron un profundo estremecimiento en la comunidad. Pero el especialista hace hincapié en que este tipo de violencias extremas no deben volverse parte del paisaje cotidiano:
"La violencia extrema lastima a la humanidad. Todos hemos vivido un desamor o dolor, pero esto va más allá. Conecta con un inconsciente colectivo marcado por el abandono y la pérdida."
En ese sentido, considera que no basta con indignarse, hay que educar, prevenir y acompañar. Apostar por vínculos conscientes y sanos, y por la reconstrucción de la salud mental como prioridad pública.
"Sí se pueden construir amores sanos. Saber a quién se elige. No se puede depositar lo mejor de uno mismo en una persona que solo puede ofrecer su infierno. La vida, que podría ser buena, puede tornarse caótica si no aprendemos a elegir y a sanar", concluye.