La batalla del Álamo, también conocida como Batalla del Fuerte el Álamo, fue un conflicto militar crucial en la revolución de Texas, consistió en el asedio por 13 días del fuerte desde el 23 de febrero y culminó con el asalto final el 6 de marzo de 1836.
Esta lucha enfrentó al Ejército Mexicano encabezado por el presidente Antonio López de Santa Anna contra una milicia de secesionistas texanos en su mayoría estadounidenses y mercenarios pagados por los Estados Unidos.
El conflicto ocurrió en San Antonio de Béjar provincia mexicana de Coahuila y Texas, hoy en día, simplemente San Antonio, Texas en Estados Unidos.
Desde la segunda década del Siglo 19, sectores esclavistas de Estados Unidos, así como la élite política de aquella nación, pugnaron por apoderarse del rico territorio de Texas, donde el gobierno mexicano había autorizado asentarse a colonos estadounidenses.
El General Antonio López de Santana, siempre se sintió con la suerte de su lado, ya que en el pasado había logrado seducir a la fortuna sin mucho esfuerzo, se le veía orgulloso, soberbio, echador y estaba dispuesto a tocar una vez más la gloria.
Fue en diciembre de 1835 cuando el grito de rebelión de independencia recorrió Texas de Béjar en diciembre de 1835 y para Santa Anna esta era la ocasión propicia para alcanzar nuevamente la fama.
En los últimos seis años don Antonio López de Santana había cosechado varios éxitos políticos que no volverán a repetirse después de la guerra de Texas. Pero que en vísperas del conflicto le permitieron creer que contaba con los merecimientos para ser el primer “hijo de la patria”.
En 1829, Santana hizo fracasar el intento de reconquista comandado por el español Isidro Barradas. En 1832 se convirtió en el fiel de la balanza que puso fin a la serie de golpes de estado iniciados en 1928 con la llegada de Vicente Guerrero al poder y finalizados con su artera muerte en 1831.
En 1833, elevó al vicepresidente Valentín Gómez Farías permitiéndole realizar la primera reforma y luego reapareció para dejarlo caer, ganándose la voluntad del clero y del ejército que temía perder sus privilegios.
Por si fuera poco, a mediados de 1835, Santana muy seguro de sí mismo, había sometido a las tropas zacatecanas del Gobernador García que se habían levantado contra su gobierno, por eso con la seguridad de un vencedor, Santa Anna estaba listo para combatir a los rebeldes texanos.
Fue el 10 de noviembre de 1835 cuando Santa Anna fue notificado del levantamiento de armas de los texanos que suscribieron una declaración de derechos y contaban con un plan de gobierno provisional alterno a la república.
Aunque las primeras versiones señalaron que la rebelión texana era realizada para oponerse al centralismo exigiendo la vuelta a la República Federal, para nadie era un secreto que los texanos buscaban obtener su independencia apoyados abierta y descaradamente por Washington.
Desde que México alcanzó su libertad en 1821, Texas estaba condenada a perderse frente a la desmedida ambición de la élite política estadounidense, durante años el gobierno mexicano minimizó el problema texano, ignorando las voces serenas de hombres como Lucas Alamán, Luis Mier y Terán que advertían en la imperiosa necesidad de que el gobierno del centro prestará mayor atención a Texas.
Nadie escuchó la voz de los texanos mexicanos que veían como año tras año, la presencia estadounidense crecía en la región.
Para Santana la rebelión texana no era un asunto importante, más bien un movimiento doméstico de mexicanos inconformes, viendo en el conflicto una nueva oportunidad para cubrirse de gloria y reconocimiento.
Con toda la soberbia que disponía, sin medir los riesgos, sin calcular los costos y sin considerar siquiera un acercamiento con los texanos mexicanos, decidió ir a la guerra tan sólo para cubrirse de gloria.
“Marcharé personalmente a someter a los revoltosos y una vez que consuma este propósito, la línea divisoria entre México y Estados Unidos se fijará justo a la boca de mis cañones”, dijo en su soberbia proclama.
En las primeras horas del 6 de marzo de 1836, cerca de 5000 soldados mexicanos iniciaron el asalto sobre la fortaleza del Álamo, en el interior de la vieja misión colonial cuyos muros eran altos y fuertes.
En el lugar se encontrarán apostados 183 hombres entre los que destacaban el comandante Javis, James Bagua y David Crocket legendario cazador de osos aventurero y congresista estadounidense.
No había posibilidad alguna de que los sitiados pudieran revertir el resultado de la batalla, la única alternativa que tenían era resistir hasta disparar el último cartucho y esperar la piedad que nunca llegaría.
A pesar de la superioridad numérica, las tropas mexicanas estaban muy lejos de ser un verdadero ejército de operaciones, la mayor parte de sus hombres eran chusma organizada a través de la leva, mal vestidos, mal comidos, mal armados, sin experiencia en combate y cuyos efectivos desertaban a la primera oportunidad.
Habrían recorrido más de 1500 kilómetros antes de topar con el enemigo, ni siquiera sabían a ciencia cierta por qué peleaban, para el propio Santa Anna la situación no era más preocupante.
Señalar que, ante la escasez de recursos y la quiebra de la hacienda pública, Don Antonio se vio obligado a hipotecar su amada Hacienda de Manga de Clavo para obtener fondos y organizar a su ejército.
Frente a los muros del Álamo, el dictador ordenó arrasarla, pero los defensores del Álamo resistieron continuando las descargas de los mexicanos, los tiros iban y venían de ambos bandos causando numerosas bajas.
Muchos combatientes prefirieron desertar durante la batalla, pero al cabo de unas horas la superioridad numérica terminó por dictar sus condiciones. El Ejército de Santa Anna ocupó la misión y llegó la hora de no dejar a nadie con vida.
Escribe un soldado mexicano: “Nuestros jefes, oficiales y tropa como por encanto, coronaron a un tiempo las murallas que arrojaron dentro siguiendo el conflicto al arma blanca. Para las seis y media de la mañana no existía ningún enemigo y acciones. Algunas crueldades se realizaron, entre otras la muerte de un anciano y de un niño de 14 años. Las mujeres y criaturas se salvaron, a la tropa se le consideró el saqueo”.
La historia estadounidense convirtió la batalla del alma en un símbolo, en una especie de sagrada escritura, en un ejemplo de resistencia contra la opresión.
A través de los defensores de la célebre fortaleza, se exaltaron valores como la libertad, la justicia, la lealtad, mostrando a las futuras generaciones de una forma que no coincidía precisamente con la verdad.
El sacrificio por la causa de la libertad, siempre tiene su recompensa, la frase “Remember the Alamo”, se convirtió en un grito de guerra texano y figuras como la de David Crockett fueron revestidas de una entidad cívica que encontraba su contraparte en la terrible figura de Santa Anna y los bárbaros mexicanos.
Sin embargo, la limitada visión de la historia, hace poco énfasis en el hecho de que sólo 32 de los defensores del Álamo eran colonos texanos, y que los 151 restantes eran mercenarios estadounidenses reclutados en Tennessee y Kentucky, Alabama, perfectamente armados y pertrechados.
El cuento de que luchaba por su independencia, se vino abajo, pues casi de inmediato lograron incorporar Texas a los Estados Unidos.
La batalla del Álamo dista mucho de ser una victoria mexicana digna de celebración, mucho menos cuando un mes después los estadounidenses en Texas sorprendieron dormido Santana, derrotando a su ejército y obligándolo a reconocer la independencia texana en medio de la más grande humillación histórica.
Esta fue una muestra clara del doble estándar que puede tener una nación, que cuando ambiciona los recursos de otra, echa por la borda cualquier principio de supuesta democracia, federalismo y civilidad, para así apoderarse de lo que no es suyo según lo que conveniente para sus intereses.
El episodio del Álamo no tiene en realidad nada de heroico, por ninguna de las partes, Santa Anna atacó un lugar sin ningún valor militar, los defensores del mismo, no defendieron ninguna libertad, pues eran colonos extranjeros en tierra que no les pertenecía, además eran apoyados por una nación extranjera.
Santa Anna se dio “manga ancha” matando gente en un acto sin honor, ni gloria, mientras Estados Unidos disfrazó esta invasión como si hubiera sido un acto heroico el robar las tierras de un país vecino.
Pareciera que esa clase de cosas sólo sucedieron en aquellos tiempos y que hoy todos los países somos buenos vecinos, pero en pleno siglo 21, la misma forma de invasión que empleó Estados Unidos, la empleó Rusia con su vecino Ucrania cuando le arrebató al territorio de Crimea a sus legítimos dueños ucranianos, bajo el pretexto de proteger a sus ciudadanos que habitaban esa región.
El pasado y la historia son maestros del presente incluso del futuro, aún a casi 200 años de los hechos antes mencionados, la mayoría de los mexicanos y mexicanas desearían ver esos territorios de vueltos a sus legítimos dueños.