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Coahuila

“Las cartas sobre la mesa”

Por P. Noel Lozano - 24 febrero, 2019 - 10:12 a.m.

El perdón es para corazones grandes.

La enseñanza de este domingo es profunda y novedosa: Jesús invita a sus discípulos a amar a los enemigos. Amar de manera generosa. Tal enseñanza era desconocida por el mundo judío, novedosa para el mundo romano y extraña para el mundo griego. Era una novedad que expresaba el amor con el que Dios ama a los hombres. Esta enseñanza se expresa en dos sentencias de Jesús: tratad a los demás como quieras que ellos te traten, es decir no trates a los demás como ellos te traten a ti, sino como tú quisieras ser tratado por ellos; y la segunda sentencia dice así: sean misericordiosos como su Padre es misericordioso, que nos revela el grande amor de Dios Padre. La primera lectura nos presenta precisamente a David que perdona a Saúl cuando estaba a punto para matarlo. Por su parte, Pablo nos habla del primer Adán que es el hombre creado y el último Adán que es Cristo. Se nos revela la gran vocación del hombre a ser hombre nuevo en Cristo. Sólo un corazón grande puede perdonar.

  1. Trata a los demás como quieres que te traten. Esta sentencia se presenta al final de una serie de exhortaciones de Jesús sobre el modo de tratar a los demás. “Hay que amar a los enemigos”, es decir, no se puede seguir a Jesús si se aplica la ley del talión: ojo por ojo... No se puede seguir a Jesús si se guarda rencor, resentimiento, odio y deseo de venganza. Todo esto denigra la dignidad humana. Sin embargo, con qué facilidad nosotros y todos los hombres somos presas de estos sentimientos. A todos nos cuesta perdonar. No, ya cuando alguien haya cometido contra nosotros ultrajes y daños irreparables, sino cuando simplemente han sido descuidos, faltas de atención. Sí, el egoísmo en el hombre es una pasión grande que brinca por todas partes. Es necesario pasar del “hombre viejo”, el primer Adán, al hombre nuevo, el último Adán, Cristo mismo. El perdón purifica la memoria, podemos caminar por la vida con esperanza. El rencor, la venganza, el resentimiento, infecta la memoria, y hace el camino de la vida amargo, lleno de ansiedades, desesperación, y rabia.

San Juan Pablo II decía: “es verdad que no se puede permanecer prisioneros del pasado: es necesaria, para cada uno y para los pueblos, una especie de purificación de la memoria, a fin de que los males del pasado no vuelvan a producirse más. No se trata de olvidar todo lo que ha sucedido, sino de releerlo con sentimientos nuevos, aprendiendo, precisamente de las experiencias sufridas, que sólo el amor construye, mientras el odio produce destrucción y ruina. La novedad liberadora del perdón debe sustituir a la insistencia inquietante de la venganza. Pedir y ofrecer perdón es una vía profundamente digna del hombre y, a veces, la única para salir de situaciones marcadas por odios antiguos y violentos”.

  1. Aprender a perdonar siempre. Las padres de familia tienen un gran campo de acción. Son ellos los que van formando el corazón de sus hijos. En esos corazones se puede ir formando una gran capacidad de amor y perdón, pero por desgracia, también se pueden ir alimentando rencores y rencillas. Educar en el amor misericordioso, en el perdón a los otros hermanos o niños de la escuela. Educar en el amor a la verdad, a la justicia, en la capacidad de experimentar misericordia por el pobre, por el que sufre, por el enfermo. Los niños, paradójicamente, pueden ser muy crueles con sus compañeros menos dotados física o intelectualmente, cuando no están educados en el verdadero amor. La canonización de tantos niños, como los niños de Fátima o José Sánchez del Río ha puesto en evidencia que es posible la santidad para los pequeños. Los niños son capaces de tener un corazón grande.

  1. La generosidad. Un alma generosa es una alma que da sin medida, un alma que no calcula su entrega, sino que se dona hasta donde le alcanzan sus fuerzas. Estas almas las conocemos, es la madre de familia, es la anciana que ayuda a todos en la parroquia, es el joven voluntario que anda girando el mundo ayudando en servicio social, es el médico que no le cobra a los pobres, es el maestro que tiene una paciencia ilimitada con sus alumnos. En fin, esas personas generosas existen y son las que sostienen el mundo. En cada uno de nosotros existe esa persona generosa que quiere vivir así donándose sin cesar. Sin embargo, también en cada uno de nosotros existe la contrapartida, el hombre que quiere vivir sólo para sí. Enfrentemos la noble batalla para hacer vencer la generosidad por encima del egoísmo. El perdón, la entrega al prójimo a costa de lo que sea es fruto de la generosidad, de un gran corazón.

Santa María Inmaculada, de la Dulce Espera, Ruega por nosotros.

P NOEL LOZANO: Sacerdote de la Arquidiócesis de Monterrey. www.padrenoel.com; www.facebook.com/padrelozano; padrenoel@padrenoel.com.mx; @pnoellozano

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