Mientras otros juegan, él trabaja: Armando, de 11 años, solo en las calles por necesidad
A plena luz del día, entre las calles de la Zona Centro, se abre paso con paso tímido y mirada decidida un pequeño de apenas 11 años. Su nombre es Armando Jaramillo Zabala, y mientras muchos niños de su edad disfrutan de sus vacaciones escolares, él recorre solo las banquetas, pidiendo una moneda para poder comprar una bolsa de paletas, venderlas y llevar algunas monedas a casa. Su objetivo no es otro que ayudar a su familia a poner comida en la mesa.
Armando vive en la colonia Praderas. Ayer, como otros días de este verano, salió muy temprano de su hogar, tomó un autobús y para las 10:30 de la mañana ya estaba caminando por el Centro.
Su presencia no pasó desapercibida: un niño solo, de rostro serio pero amable, se acercaba a los transeúntes con palabras cortas pero sinceras: "Ándele, deme una moneda, quiero comprar una bolsa de paletas y venderlas".
No tiene miedo de andar solo, dice con una madurez que no corresponde a su corta edad. Explica que su madre, Bianca, padece un problema de ciática que le impide trabajar, y en casa hay muchos hermanos, por lo que siente que debe aportar lo que pueda.
Estudia en la escuela primaria Jaime Torres Bodet, en su misma colonia, y durante las vacaciones escolares opta por buscar una forma de ayudar.
"Siempre lo hago", cuenta con naturalidad. Según su relato, hace algunos años perdió a un hermano a causa del cáncer, una herida que aún lo acompaña y que quizás explica su mirada seria, su paso firme y su forma silenciosa de luchar día a día por sobrevivir.
No cuenta con la supervisión de ningún adulto. Lo que para muchos sería motivo de alarma, para él es parte de su rutina: recorrer calles, reunir algunas monedas, comprar paletas y después venderlas una a una. Con lo poco que logra juntar, se regresa caminando a su casa, con la esperanza de llevar algo para comer.
La historia de Armando no es única, pero sí conmueve por lo evidente: un niño que debería estar jugando, protegido y cuidado, se ve empujado por la necesidad a madurar antes de tiempo.
Su caso es un llamado a mirar con atención lo que ocurre en las calles, a escuchar las voces pequeñas que caminan entre nosotros y que, como Armando, no piden caridad, sino una oportunidad.