María Teresa Esparza Domínguez tiene 42 años y todos los días recorre las calles del centro de Monclova con una pequeña charola llena de empanadas de cajeta y piña. Su caminar es lento, apoyado en un bastón, pero firme. Su meta diaria es vender lo suficiente para poder pagar la renta del pequeño lugar donde vive con su hijo, un joven de 25 años que también trabaja para ayudar en casa.
Ella es originaria de Durango, pero hace cuatro años llegó a Monclova buscando un nuevo comienzo. Huyó de su esposo luego de una agresión brutal que le cambió la vida para siempre. “Me golpeó tan fuerte que me quebró la columna”, cuenta con una voz serena, pero con la fuerza de quien ha sobrevivido a lo peor. Desde entonces, cada paso que da es con esfuerzo, pero también con esperanza.
Aunque las empanadas que vende parecen sencillas, representan mucho más que un sustento: son su forma de salir adelante sin depender de nadie. Las prepara con cuidado cada mañana y sale a ofrecerlas con una sonrisa a pesar del dolor físico y los recuerdos difíciles que carga. Algunas personas ya la conocen y la buscan por su sazón y por su actitud amable.
Acompañada por su hijo, María Teresa enfrenta cada día con dignidad. Él la ayuda en lo que puede, y juntos hacen frente a las dificultades económicas. No tienen lujos, pero sí una enorme voluntad de seguir adelante.