El oficio de talabartero es antiguo y es gracias a esta antigüedad que nos permite conocer el pasado de nuestro pueblo. Pero no sólo estos oficios son interesantes por ser ventanas a lo antiguo, también es importante conocer y además reconocer cómo ha sobrevivido en un mundo donde lo tecnológico cada vez sustituye más a los oficios artesanales como estos.
Los talabartes eran las correas de donde se colgaban las espadas en la Edad Media, y las personas que fabricaban los talabartes eran los talabarteros. Con el tiempo los talabarteros empezaron a realizar todo lo que estuviera relacionado con trabajar el cuero. Puede ser de piel de vaca, de puerco o de oveja.
El talabartero tiene unas manos mágicas que transforman el noble material en piezas que se integran a nuestro cuerpo.
Las pieles que llegan a una talabartería se obtienen de las tenerías, donde se encargan de trabajar la piel del animal, según para el trabajo que sea necesario.
“Ellos tienen unas máquinas grandes donde le van quitando capas a la piel hasta dejarlo del grosor que el cliente lo quiere” comenta Jesús Guajardo, miembro de una familia de talabarteros.
Para conocer mejor este oficio entramos hasta el taller de la reconocida Talabartería Guajardo y hablamos con el talabartero José Ángel Sandoval Campos, quien tiene ya 43 años en este oficio.
“Cuando entré a trabajar aquí yo no sabía nada sobre el oficio, empecé desde cero; me pusieron bajo el mando de Alejandro Alarcón, para que estuviera a sus órdenes. De ahí empecé a arreglar mochilas, a coserlas. Con el paso del tiempo fui perfeccionando mi técnica, tanto que ahora no se me dificulta. Hay una ventaja grande con el internet, ahí busco tutoriales para trabajar.
Un día vino una señora que quería que le hiciera funda para un celular, que tuviera monedero y cierre entre otras cosas; yo nunca había hecho eso pero se lo hice y quedó encantada. Regresó 5 años después a pedir una funda igual. Este trabajo se trata de ideas, de ir perfeccionando y nunca acaba uno de aprender.”
La pieza maestra del talabartero es la silla de montar, ésta tiene como estructura un fuste de madera de nogal o fresno, que generalmente está forrado con cuero de ternera crudo, es decir sin curtir; el fuste muzqueño es el mejor en la región, viene por supuesto de Múzquiz.
El talabartero José Ángel menciona que antes tenían trabajos más comunes de talabarteros que incluso llegaron a trabajar para muchos obreros en AHMSA: “hicimos muchos trabajos para la gente de seguridad, cintos para los electricistas, entre otras cosas.” Ahora han ampliado su catálogo de objetos a realizar, cosas más modernas como fundas para celular o audífonos.
Se podría creer que este tipo de oficios por ser tan antiguos pronto será sustituidos o desaparecerán. Sin embargo, lo valioso de este oficio es lo mucho que necesita el trabajo manual y lo personalizado de sus acabados.
“Los estados del norte son estados ganaderos, las vacas andan sueltas en el monte, hay que arrearlas y para eso se necesitan caballos, y si hay caballos hay monturas, y se necesitan las chaparreras para andar en el monte.
Yo siempre he dicho que mientras haya ganado en el monte van a ocupar caballos y van a ocupar vaqueros y esta cosa nunca se va a acabar.” puntualiza José Ángel.
El proceso del trabajo del talabartero
Jesús Guajardo nos menciona en su texto: La talabartería Guajardo, el proceso bajo el cual se rige el talabartero.
“El proceso por el que pasa el trabajo del talabartero incluye: cortar los cueros con filosas cuchillas
Agujerar correas con sacabocados de diferentes diámetros y formas; coser, remachar, ahormar, repujar, barnizar o pintar; en el taller, viejas máquinas de coser del siglo XIX de tracción de pedales, ocupan un rincón especial.
En las paredes cuelgan herramientas de todo tipo y tamaño. Dos amplias mesas sirven para trabajar cómodamente; los fierros de dibujo, con diferentes diseños, se golpean con un martillo sobre la vaqueta hasta lograr los dibujos y terminaciones deseadas. La funda con su navaja es para el hombre de campo, tan indispensable como un par de botas, un cinturón y un sombrero.
Para la faena de lazar, habrá que proteger la mano con un guante especial, para mantener los dedos en su sitio.
“Siempre tengo la precaución de cortar solo la cantidad de cuero que necesito, me guio por estos moldes. Se tienen patrones para medir en la piel y después cortar.” explica el talabartero José Ángel.
Una de las características más fuertes de una talabartería es el profundo olor a cuero que percibe el visitante, olor que se aloja en la memoria y despierta cuando uno menos lo espera, evocando la mochila nueva que nos compraba papá en la talabartería y nos había durado toda nuestra educación primaria.
El talabartero tiene unas manos mágicas que transforman el noble material en piezas que se integran a nuestro cuerpo, que se integran a nuestra persona, así llevamos un cinturón por años, una funda con la imprescindible navaja… es lamentable que el mundo de nuestros días esté acabando con estos oficios de antaño en nuestra región.”
Este como los demás oficios antiguos necesitan ser valorados por nuestra sociedad y darnos cuenta que su valor radica en el tiempo y dedicación que las manos de un talabartero, esas manos mágicas, le dedica a algo que nos va a acompañar el resto de nuestra vida.