La relación entre Estados Unidos y China entra en una fase de tensiones renovadas, marcadas por decisiones estratégicas que afectan sectores clave como la tecnología y la defensa. La reciente prohibición por parte de China de exportar galio, germanio y antimonio hacia Estados Unidos genera preocupaciones significativas en Washington, según reportes de medios como el South China Morning Post y Reuters.
China controla la mayor parte del suministro mundial de galio (94 %) y germanio (83 %), además de ser líder en la producción de antimonio (48 %). Estos materiales son esenciales para la fabricación de semiconductores, sistemas de defensa y tecnología infrarroja. La decisión de restringir su exportación se justifica bajo argumentos de seguridad nacional y el control de materiales de doble uso, respondiendo así a las restricciones impuestas por la administración Biden en el acceso de Beijing a tecnologías avanzadas como maquinaria para fabricar chips y software especializado.
El impacto de esta medida ya se refleja en el mercado global, con un aumento del 228 % en los precios del antimonio. Estados Unidos, altamente dependiente de las importaciones para numerosos minerales estratégicos, se encuentra en una posición vulnerable, según el Servicio Geológico de Estados Unidos.
Durante su mandato, Joe Biden promovió iniciativas como el Minerals Security Partnership en colaboración con 22 países y la Unión Europea, además de invertir $250 millones en recursos como litio y grafito. Sin embargo, estas acciones no han logrado eliminar la dependencia estadounidense de China. Actualmente, Estados Unidos depende al 100 % de las importaciones para 15 minerales críticos y en más del 50 % para otros 49.
El presidente electo Donald Trump enfrenta un complejo escenario. Su administración podría optar por acelerar permisos para la minería doméstica, reducir regulaciones ambientales e incentivar la explotación de recursos minerales. Un enfoque que recuerda al lema "drill, baby, drill" podría aplicarse no solo a combustibles fósiles, sino también a minerales estratégicos como cobre, níquel y cobalto.
Entre las estrategias potenciales se encuentra la reversión de la prohibición de minería en el complejo Duluth, Minnesota, uno de los mayores depósitos no explotados de minerales clave para baterías de vehículos eléctricos.
Aunque la administración Trump prioriza su política de "América Primero", podría verse obligada a fortalecer alianzas internacionales para diversificar el suministro de minerales críticos. Canadá y Australia ya participan en estos esfuerzos, pero tensiones comerciales, como la amenaza de aranceles del 25 % a exportaciones canadienses, podrían complicar la cooperación.
El Pentágono ha incrementado su apoyo financiero a proyectos en países aliados, incluyendo una inversión de $15.8 millones en una mina de tungsteno en Canadá y la exploración de instalaciones de procesamiento en Australia.
Otro frente en esta competencia es la minería en el fondo marino. Aunque las limitaciones legales y ambientales restringen a Estados Unidos, Trump podría explorar alianzas con países como las Islas Cook para acceder a estos recursos. Sin embargo, esta estrategia enfrenta oposición de estados como California y grupos ambientalistas.
China, por su parte, continúa invirtiendo en tecnologías para la minería en aguas profundas y controla licencias de exploración clave, lo que refuerza su dominio en esta área.
La creciente demanda de minerales críticos intensificará la competencia entre las dos principales economías del mundo. Regiones ricas en recursos, como América Latina y África, se convertirán en escenarios clave de esta disputa.
Para Estados Unidos, alcanzar la independencia en minerales críticos requerirá equilibrar minería doméstica, desarrollo tecnológico y diplomacia internacional. Al mismo tiempo, deberá afrontar desafíos relacionados con la sostenibilidad ambiental y la necesidad de cooperación global para enfrentar esta nueva etapa de rivalidad estratégica.