Lo diré sin perífrasis ni circunloquios, o sea sin rodeos zaldivarianos: el joven Impericio no sabía hacer el amor. Ignoraba del todo el arte del foreplay, esto es de los deliciosos jugueteos que preceden a la realización del acto, y desconocía absolutamente las habilidades del performance, es decir de los diversos modos de llegar al culmen de la recíproca entrega corporal.
Casó Impericio con una avispada chica de nombre Pirulina, y en forma desmañada cumplió con ella en la noche nupcial su deber de esposo. Al terminar el imperfecto trance le preguntó a su mujer: “¿Soy yo el primer hombre con quien has hecho esto?”. Con paladina sinceridad respondió ella: “No. Y tomando en cuenta la forma en que lo hiciste creo que tampoco serás el último”.
Ya conocemos a Capronio: es un sujeto ruin y desconsiderado. Tenía un tío rico y viejo sin más parientes que él, de modo que el tal Capronio era su único y universal heredero. Enfermó el señor, y en su lecho le preguntó con temblorosa voz a su sobrino: “¿Hay alguna esperanza?”. “Ninguna, tío -respondió, sombrío, Capronio-. El médico asegura que se va usted a salvar”. Mario Vargas Llosa quiso saber en qué momento Perú se había jodido. Si Zaldívar acepta el ilícito regalo que López Obrador le ofrece, de prolongarle dos años su gestión, en ese momento México se habrá perdido.
Esa flagrante violación a la ley máxima de la República, consentida por el más obligado a defenderla, destruiría el orden jurídico e instauraría en el país el caos y la anarquía. Hasta ahora Zaldívar no ha mostrado la entereza -las enterezas- que se necesitan para plantarle cara al Presidente y decirle de plano y de pleno: “Esto que usted quiere no se puede ni se debe hacer”.
Arguyendo sutilezas de abogado huizachero el ministro se ha andado por las ramas y se ha movido con sesgos de alfil en vez de actuar con derechura y firmeza de torre. La consulta que últimamente ha urdido consiste ni más ni menos que en preguntar a sus pares: “¿Cómo la ven, chicas y chicos? ¿Violamos la Constitución?”. Hasta un estudiante de
Derecho podrá decir que si Zaldívar acepta la prolongación de su encargo se convertirá en un ministro de facto -de hecho-, con lo cual todas sus actuaciones serán inválidas per se y podrán ser impugnadas, con los inconvenientes jurídicos que la detentación del cargo traerá consigo.
En términos de ley, de honor y de dignidad personal y profesional Zaldívar debe decirle “No” a López Obrador, y “Sí” a México -es decir a la Patria- y a la Constitución que como ministro de la Suprema Corte juró cumplir y hacer cumplir. Don Draco, riguroso juez, ordenó que se hiciera una redada de sexoservidoras en el centro histórico de la ciudad.
Los gendarmes le llevaron una docena de ellas. El letrado le preguntó a la primera: “¿A qué se dedica usted?”. “Soy asistente ejecutiva, señor juez -respondió ella-. No me explico por qué fui detenida”. Lo mismo alegaron las demás: todas eran asistentes ejecutivas. Sólo una dijo la verdad. Cuando el juez le preguntó: “¿A qué se dedica?” respondió con insólita franqueza. “Soy prostituta”.
A don Draco le cayó bien la sinceridad de la mujer. Le preguntó: “Y ¿cómo va el negocio?”. “Muy mal, su señoría -contestó ella-. Hay en la calle demasiadas asistentes ejecutivas”. Doña Panoplia de Altopedo, dama de buena sociedad, tenía una hija, Sablina, que estudiaba piano con el maestro Pedalier. En una cena doña Panoplia declaró orgullosa: “Mi hija toca maravillosamente el Concierto de Ravel para la mano izquierda”. “¡Uh! -exclamó, desdeñoso, el novio de Sablina-.
¡Eso no es nada comparado con lo que sabe hacer con la derecha!”.
FIN.