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Opinión

El bien común, fruto de un encuentro

P. Noel Lozano
Por P. Noel Lozano - 05 febrero, 2018 - 04:27 a.m.
El bien común, fruto de un encuentro

Iré reflexionando en los próximos ensayos, sobre algunos aspectos de la doctrina social de la Iglesia, enfocados a las exigencias de trabajar por la consolidación del bien común. El bien común compete a todos los miembros de la sociedad, ninguna persona estamos exentos de arduo trabajo, ciertamente, tienen una especial responsabilidad aquellos que por algún cargo están al frente de la sociedad, por buscar el bien común y la dignidad humana de todos. Los cristianos asumimos unas exigencias muy hermosas, propositivas, que son fruto del encuentro y reflexión de la Palabra de Dios. El encuentro con la Palabra de Dios abarca todos los aspectos de la vida. Cada acción humana, cada opción del cristiano debe estar dirigida a darle gloria a Dios, respetando a la vez a todos los hombres. Un encuentro sincero con la Sagrada Escritura es el que lleva al hombre a defender, cuidar y promover la vida del mismo en todas sus etapas, desde la concepción hasta una muerte digna. La Escritura es fuente de fuerza e inspiración para que el cristiano no decaiga en el entusiasmo por cumplir con las responsabilidades de su vida presente. San Juan Pablo II nos recordaba en la «Populorum Progressio», que todo encuentro con la Palabra de Dios, con Jesús, nos compromete a tejer una comunión no solo en el culto o la oración, sino en toda la vida amando y sirviendo a los hermanos. El Señor nos une a Él, y nos une a los demás con un vínculo más fuerte que cualquiera otra unión natural y unidos nos envía al mundo entero para dar testimonio, con la fe y con las obras del amor de Dios, preparando la venida de su Reino y anticipándolo en medio de las sombras del mundo presente. Este encuentro constante con Jesús, habilita el corazón para poder ser signos y señales indelebles, en un mundo tan necesitado de luz y de guía clara en el camino. La Escritura educa la mente, el corazón, la voluntad y los sentimientos, lanzándonos a vivir de una manera más consciente y seria nuestra capacidad de amar y compromiso con los demás. No es un “deber” o una “obligación”, sino caer en cuenta de que es algo natural que debemos buscar, el bien de todos aquellos que son iguales a mí; pues delante de Dios todos somos iguales, no hay distinciones, ni rangos, ni privilegios, ni honores. Debemos ser una respuesta de amor para todos los hombres, a ejemplo del amor de Cristo, estamos destinados a proyectarnos en el servicio concreto a todos aquellos que se encuentran por el camino de la vida, especialmente a los más necesitados. La doctrina social, el progreso de los pueblos, comienza a ser realidad en la medida en la que asuma mi compromiso con el amor, y comprometido con el amor viva preocupado y volcado por el bien de los demás antes de mi propio bienestar. Este bien común es fruto de una experiencia, de un encuentro, de un destello de amor entre Dios y yo, entre la Palabra de Dios y mi necesidad de Dios, entre Jesús y mi vida, encuentro transformador, que no solo tiene una repercusión en lo personal, sino que va más allá de límites y barreras, llega a tener una repercusión social. Por eso, no es igual el estar cerca de Dios o el no estarlo, Dios me ayuda a ser más humano, más realista, más sensible y con un espíritu de más solidaridad. Santa María Inmaculada, de la Dulce Espera, Ruega por nosotros. P NOEL LOZANO: Sacerdote de la Arquidiócesis de Monterrey. www.padrenoel.com; www.facebook.com/padrelozano; padrenoel@padrenoel.com.mx; @pnoellozano

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