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Opinión

LAS CARTAS SOBRE LA MESA

Agencia
Por Agencia - 11 marzo, 2018 - 00:29 a.m.

La elección de gobernantes

y partido

Un ámbito difícil es la elección de los instrumentos políticos, es decir, del partido y de las demás expresiones de la participación política, por parte de los ciudadanos y de manera específica de un cristiano. La opción se ubica entre la coherencia con los valores, con los ideales de la fe, del Evangelio y las posibilidades históricas. Es necesario, ante todo, recordar el fundamento ético del actuar político; fundamento que hace de la política una expresión, ciertamente elevada y ardua, de la caridad.

Cualquier opción concreta sería incorrecta si no estuviese enraizada en la caridad, en el amor, es decir en la búsqueda del bien de las personas, del bien común. Es también necesario recordar que la fe cristiana nunca podrá traducirse en una única ubicación política; pretender que un partido o una preferencia política coincidan con las experiencias de la fe y de la vida cristiana sería un equívoco peligroso.

Será necesario poner una particular atención para salvar algunas distinciones precisas: entre la fe, ante todo, y las opciones históricas, especialmente en ámbito social y político. Además, entre las opciones que el cristiano, en particular o asociado, puede realizar en base a las propias valoraciones de oportunidad, y aquellas que puede realizar la comunidad cristiana en cuanto tal. La opción de un partido o de una preferencia política puede ser hecha sólo por personas individuales y a título personal. Una diversidad en la opción será legítima, en cuanto se hace por partidos y posiciones que no contradicen la fe y los valores cristianos.

El Papa Benedicto XVI ha hecho algunas consideraciones acerca de los valores e ideales que se han forjado o profundizado por la tradición cristiana, y que muchos comparten porque se basan en la naturaleza humana. Estos principios y valores deben ser defendidos, no deben traicionarse. El Papa indica algunos ámbitos que requieren especial cuidado, en primer lugar la defensa de la centralidad de la persona humana: todas las estructuras sociales, económicas y políticas deben estar al servicio del hombre y no viceversa.

La política tiene sentido y razón de ser cuando sirve al bien común, por ello todos los hombres y mujeres de la política no deben desanimarse y deben seguir adelante en su esfuerzo por servirlo, actuando para que no se difundan ni se refuercen ideologías que pueden oscurecer o confundir las conciencias y transmitir una ilusoria visión de la verdad y del bien. Existe, por ejemplo, en el campo económico una tendencia que identifica el bien con el beneficio y de tal forma disuelve la fuerza de la ética desde el interior, acabando por amenazar el beneficio mismo.

Algunos sostienen que la razón humana es incapaz de captar la verdad y, por lo tanto, de perseguir el bien que corresponde a la dignidad de la persona. Hay también quien considera legítima la eliminación de la vida humana en su fase prenatal o en la terminal. Preocupante es además la crisis de la familia, célula fundamental de la sociedad fundada en el matrimonio indisoluble de un hombre y de una mujer. La experiencia demuestra que cuando la verdad del hombre es ultrajada, cuando la familia se mina en sus fundamentos, la paz misma está amenazada, el derecho corre peligro de verse comprometido y, como consecuencia lógica, se va hacia injusticias y violencias.

Existe otro ámbito y es el de la defensa de la libertad religiosa, derecho fundamental insuprimible, inalienable e inviolable, enraizado en la dignidad de todo ser humano y reconocido por varios documentos internacionales, entre ellos, sobre todo, la Declaración Universal de los Derechos del Hombre. El ejercicio de tal libertad comprende también el derecho a cambiar de religión, que hay que garantizar no sólo jurídicamente, sino también en la práctica diaria. La libertad religiosa responde, en efecto, a la intrínseca apertura de la criatura humana a Dios, Verdad plena y sumo Bien, y su valoración constituye una expresión fundamental de respeto de la razón humana y de su capacidad de verdad. La apertura a la trascendencia constituye una garantía indispensable para la dignidad humana porque existen anhelos y exigencias del corazón de cada persona que sólo en Dios encuentran compresión y respuesta. No se puede por lo tanto excluir a Dios del horizonte del hombre y de la historia. Por eso, es importante acoger el deseo común a todas las tradiciones auténticamente religiosas de mostrar públicamente la propia identidad, sin estar obligados a esconderla o mimetizarla.

Benedicto XVI, nos recuerda la necesidad del cristiano por encontrarse con Dios y darle un espacio semanal, en el que pueda reforzar y afianzar sus propios compromisos y convicciones. Nos habla del sentido del domingo como “dies Domini, dies Christi, dies Ecclesiae” y “dies hominis”. Es el día dedicado a recordar y renovar la presencia de Dios en nuestras vidas, el amor de Cristo por cada uno, nuestra pertenencia a una comunidad, a un Pueblo. Como “dies hominis”, es día de alegría, de descanso y de caridad fraterna. El domingo es referencia necesaria para que el tiempo de nuestra existencia terrena adquiera sentido, para que el tiempo se transforme en esperanza, para no olvidar la unión del cielo con la tierra, para que nuestra existencia no naufrague en el sin sentido de un tiempo vacío de Dios. En el compromiso por hacer de la política una actividad noble, un verdadero servicio a los hombres, es necesario el alimento de la oración, de la reflexión espiritual y actuar a la luz que brota del Misterio tan sublime, porque “sine dominico non possumus”, sin domingo, sin día del Señor, sin oración… no vamos a ningún lugar, no adquirimos criterios serios y humanos, criterios sensatos y coherentes, valores trascendentes y verdaderos.

Santa María Inmaculada, de la Dulce Espera, Ruega por nosotros.

P NOEL LOZANO: Sacerdote de la Arquidiócesis de Monterrey. www.padrenoel.com; www.facebook.com/padrelozano; padrenoel@padrenoel.com.mx; @pnoellozano

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