Tú tienes palabras de vida eterna
Las tribus reunidas por Josué en Siquén deben decidirse por servir o a Yahvéh o a otros dioses. Ellas deciden por Yahvéh, como leemos en el libro de Josué. Los discípulos de Jesús, escandalizados por sus palabras: “comer mi carne y beber mi sangre”, son situados por Jesús ante una decisión: “¿También ustedes quieren dejarme?”. Pedro, en nombre de los demás discípulos, se decide por Jesús: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna”, leemos este domingo en el evangelio de San Juan. En todo compromiso, que mejor que dejarnos iluminar, por la decisión incondicional de Jesús por su Iglesia… sirve de ejemplo a la decisión mutua de los esposos en el amor, y a la vez a todo compromiso y decisión seria de vida tomada delante del Señor, leemos en la carta a los Efesios.
Aprender en la vida a decidir responsablemente es todo un reto, en la materia que sea. Ser hombre con uso de razón es estar obligado a decidir en las pequeñas y en las grandes cosas de la vida. En otras palabras, vivir es tener que decidir. Esto es ya algo muy importante, pues nos diferencia de todas las demás criaturas del universo. Con todo, es incompleto porque se puede decidir bien, pero también se puede decidir mal. Más importante que decidir, es decidir bien. ¿Qué implica una buena decisión?
Aprender a decidir bien implica dejar algo. Dejar ante todo aquello que impide o al menos dificulta la buena decisión. Las tribus de Israel tienen que dejar, renunciar a los dioses de sus padres y a los dioses de los amorreos. Los discípulos tienen que prescindir de sus prejuicios culturales y religiosos ante el escándalo de la Eucaristía. Los cónyuges tienen que renunciar a cualquier otro amor esponsal que no sea el del propio cónyuge, como leemos en la carta a los Efesios. Decidir acertadamente es un reto, el reto de discernir ante Dios y estar dispuestos a renunciar para optar apasionadamente por algo.
Aprender a decidir bien implica preferir. Ciertamente, preferir el bien sobre el mal, pero en muchas ocasiones será preferir lo mejor sobre lo bueno. Se prefiere el bien y lo mejor, en conformidad con la vocación y misión que cada uno ha recibido en la vida. Todo aquello que se oponga a la vocación cristiana se ha de dejar, y todo aquello que la favorezca se ha de preferir. Lo que contribuya más a vivir mi vida cristiana, lo que he de preferir sobre otras cosas por buenas que sean. Éste es el camino de hacer una decisión responsable. Estar siempre en oración, diciéndole a Jesús: sólo Tú tienes palabras de vida eterna, ayúdame a dejarme iluminar por tus palabras, para que, a pesar de mis cientos de errores y limitaciones, seas Tú el que sobresalga.
Para que una decisión sea responsable, ha de fundamentarse sobre bases sólidas. Éstas no son ni los sentimientos, ni los gustos o caprichos, ni las conveniencias personales, ni la fría y pura razón, ni el voluntarismo a ultranza. Hay que decidir desde la fe, desde la confianza total en la fidelidad y en el poder de Dios. Los israelitas se sentían atraídos por los dioses de los pueblos vecinos, pero tenían la experiencia de que Yahvéh es el único Dios fiel, rico en misericordia y piedad. Pedro y los discípulos han experimentado, en la convivencia con Jesús, que sólo Él “tiene palabras de vida eterna”, por más que puedan sonar escandalosas a los oídos. Cuando un hombre y una mujer se dan un sí para siempre, lo hacen “en el Señor”, es decir, confiados en el poder de Dios que les ayudará a mantener su decisión. Es la fe, una fe fuerte, firme, cierta, irrevocable, la que impulsa y pone en acción la capacidad humana para tomar decisiones.
Cuando las decisiones, en lugar de basarlas en la fe o en la razón iluminada por la fe, se fundamentan en cualquier otra cosa, se corre un grandísimo riesgo de que la decisión se tambalee y sucumba con el paso de los años, con el cambio de las situaciones, con el desgaste diario de la convivencia. La fe funda nuestras decisiones en la verdad y en el bien, que son columnas inamovibles y que aguantan todos los embates y todas las tormentas. Este tiempo de pandemia nos brinda la oportunidad de seguirnos renovando en nuestras decisiones. Nos brinda la oportunidad de tomar nuevas decisiones en favor del bien común, del respeto al prójimo, de la solidaridad amorosa con quien más nos puede necesitar. Iluminados por la certeza de que nos sostienen no las palabras del mundo, sino las palabras de Jesús, palabras de vida eterna.
Santa María Inmaculada, de la Dulce Espera, Ruega por nosotros.