Cuenta la leyenda que tras un largo peregrinar desde Aztlán, los mexicas encontraron en medio de un islote a un águila parada sobre un nopal devorando una serpiente, cumpliéndose la señal prometida por su Dios Huitzilopochtli.
Han pasado casi 700 años desde aquél mítico suceso que a la postre se convertiría en nuestro Escudo Nacional.
El escudo como lo conocemos hoy en día y aparece en nuestra Bandera, es atribuido erróneamente a Francisco Eppens Helguera, quien solo lo rediseñó un poco de la obra original.
Como ocurre en muchos casos, la historia no ha sido justa con el verdadero autor y me refiero a Antonio Gómez Rodríguez.
Su nombre tal vez no diga nada y esto se debe a que la historia oficial se encargó de sepultar sus logros.
A pesar de ser el creador de uno de los Símbolos Patrios, Antonio Gómez Rodríguez, no se encuentra al mismo nivel de reconocimiento de Jaime Nunó y Francisco González Bocanegra, autores de la música y letra del Himno Nacional Mexicano.
Antonio o “Toñito”, como le decían sus abuelos, nació la población de Ecuandureo, Michoacán el 1 de junio de 1888.
Desde muy pequeño mostró gran habilidad para el dibujo y las manualidades, aunque no tenía conocimientos formales, hacía excelentes bocetos y pequeños modelos escala de distintas construcciones.
Sus padres eran personas humildes pero provenientes de una familia con larga tradición musical e intelectual.
Vieron el potencial de Antonio y lo enviaron a estudiar arte a la Ciudad de México donde siguió su educación en la Academia de San Carlos en vísperas de la Revolución Mexicana.
Recordemos que en 1911 Madero fue derrocado por parte de Estados Unidos en un golpe de estado usando a Victoriano Huerta.
A su vez, Huerta fuera derrocado también por Estados Unidos al no hacer los cambios agrarios que se le ordenaron al tomar el poder.
Para este propósito, la Unión Americana utilizó como nuevo “caudillo”, la figura de Venustiano Carranza.
Durante la rebelión del Ejército Constitucionalista, hubo un gran problema y es que ambos bandos, utilizaban el mismo escudo y generaba conflictos y confusiones
En 1914, Carranza mandó hacer un diseño que identificara claramente a las tropas del Ejército Constitucionalista, para ello solicitó a Antonio Gómez Rodríguez, la elaboración del escudo oficial y definitivo de las armas nacionales.
El contacto se dio a través de un simple anuncio escrito en papel y pegado en la pizarra de anuncios de la academia.
En la convocatoria se solicitaba un “trabajo de suma importancia para la presidencia y la nación”, y como Carranza no era “muy amado por todos”, nadie se ofreció.
Antonio fue el único que se presentó entrevistándose personalmente con Carranza quien le dijo que se necesitaba el diseño de un nuevo escudo que lo diferenciará de aquel que había sido usado por el régimen del dictador Porfirio Díaz.
Antonio aceptó y como apoyo creativo, le prestaron un águila viva para que pudiera observarla y plasmarla a detalle desde varios ángulos.
Así preparó varias propuestas al presidente Carranza, al finalizar su trabajo Antonio muy contento y satisfecho llevó dos bocetos al mandatario.
Ocurrió que Carranza ya no quiso recibirlo alegando que estaba muy ocupado y delegó esta encomienda a uno de sus secretarios de nombre Jorge Enciso quien era Inspector General de Monumentos Artísticos.
Este empleado atendió al artista y eligió el boceto que consideró era el más adecuado.
La propuesta consistía en un águila de perfil con las alas abiertas y levantadas, la cola baja y extendida. Aparecía parada con la pata izquierda sobre un nopal que nacía de una peña que emerge de las aguas de la laguna y agarra con la derecha una serpiente de cascabel, en la actitud de despedazarla con el pico, rodeada por lo bajo de ramas de encino y laurel, trazadas por una cinta.
Este escudo es prácticamente el mismo que se conoce hasta la fecha, con algunas variaciones mínimas.
El escudo comenzó a usarse desde entonces, pero sin oficializarse hasta el 20 de septiembre de 1916, cuando Venustiano Carranza próximo a realizarse el Congreso Constituyente de 1917, promulgó el decreto que hizo oficial su uso.
Cuando se develó el nuevo escudo, muchos se admiraron de este nuevo diseño, preguntando por el autor.
Carranza ahora sí, comenzó a decir que la idea de ponerla de perfil había sido de él y que Antonio Gómez tan sólo la había pintado, lo cual es tan falso como los billetes que comenzó a dar por el oro y la plata que circulaban en monedas durante su mandato, lo que le valió el apodo del “águila carranclana”.
Así Antonio Gómez no recibió ni las gracias por su trabajo.
“Toñito” vivió hasta alcanzar una avanzada edad sin ningún tipo de beneficio económico por su trabajo, para sostenerse a él, a su esposa e hijos, se dedicó a dar clases de pintura en su casa de la calle Miguel Hidalgo número 33 de la Zona Centro de Pénjamo, Guanajuato.
A falta de apoyo oficial, tuvo que dedicarse a vender frutas y verduras que el mismo cosechaba en un pequeño huerto.
Murió de un paro cardíaco el 21 de junio de 1970 a la edad de 82 años mientras cosechaba sus verduras.
Su cuerpo fue encontrado ahí, precisamente entre los elementos del escudo nacional, nopales, cactus y muy probablemente ante la mirada de algún águila que merodeaba el huerto.
Se fue dejando una viuda de nombre María Trinidad Reyes y un hijo también de nombre Antonio.
Antonio Gómez fue una persona sencilla que no buscaba los reflectores, tuvo el honor de ver su diseño en la Bandera Nacional, algo por lo cual no recibió ni un centavo.
Carranza no le dio ni las gracias, incluso en la página oficial del Gobierno de México, aún hoy en día al Secretario de Carranza, Jorge Enciso se le adjudica la autoría del escudo nacional, mencionando brevemente Antonio Gómez como un artista que simplemente lo “auxilio”.
Primero carranza se “carranció” su idea y después la revolución le dio el mérito a otro.
Jorge Enciso, en 1934, modificó el escudo nacional “pirateandose”, la inspiración artística del diseño de Toñito.
Si ustedes ven ambos diseños, uno junto al otro verán que son idénticos.
Aun así, Antonio fue un hombre feliz, no guardo resentimientos y en Pénjamo muchos conocían esta injusticia.
Muchos de sus trabajos realizados desde su niñez se encuentran hoy resguardados en la biblioteca de la Academia Nacional de Bellas Artes en la Ciudad de México.
Los restos de Antonio Gómez Rodríguez no reposan en la Rotonda de los Hombres Ilustres, en lugar de esto, yacen entre el polvo y el óxido en la gaveta número 993 del Panteón Municipal de Pénjamo, donde una vez al año autoridades municipales le rinden honores.
Fuera de esto, ni una flor, ni bandas de guerra, ni homenajes, es más, ni siquiera hay un busto que lo recuerde.
Mientras hay otros que reposan en el panteón de los hombres ilustres y que fueron traidores, como el caso de Ricardo Flores Magón oficialmente un héroe, pero promotor del comunismo en México y que tenía la traidora idea de que Baja California se separará de México para crear una república socialista.
Apoyado por mercenarios estadounidenses, invadió Baja California tomando Mexicali y Tijuana, declarando la primera República Socialista del mundo, aun antes de que se estableciera la Unión Soviética.
Otro caso es Valentín Gómez Farías que firmó un acuerdo secreto para traicionar a México durante la invasión de los Estados Unidos en 1847 a cambio de ser hecho presidente.
También Juan Álvarez que desde “lejitos” vio como eran masacrados los cadetes de Chapultepec, prefiriendo no entrar en batalla porque según él, “el terreno era malo”.
Tenemos a figuras controversiales como Manuel Gómez Morín fundador del PAN o Vicente Lombardo Toledano líder sindical marxista y que fundó el Partido Popular Socialista que después discretamente se fusionaría con el PRD.
La historia de Antonio Gómez no ha sido diferente, quizá en algunos lustros, esa patria o mejor dicho las autoridades correspondientes encargadas de su administración, voltearan la mirada y le harán justicia a este ilustre mexicano.
Hoy le damos gracia por habernos dado un símbolo que resume nuestro origen y también nuestro destino.