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Piedras Negras

El fin de una era Cuauhtémoc; el águila que cae

El último Tlatoani que puso fin al imperio mexica

Yolo Camotes
Por Yolo Camotes - 23 agosto, 2021 - 05:03 p.m.
El fin de una era Cuauhtémoc; el águila que cae

El nombre de Cuauhtémoc, proviene del idioma náhuatl, y aunque siempre se nos dice que significa “águila que cae” o “águila que desciende”, no tiene uno, sino tres significados distintos que hoy les quiero compartir.

Como bien sabemos, Cuauhtémoc es el nombre del último tlatoani mexica, este nombre no le fue dado por casualidad, ya que en la antigua Tenochtitlan todos los individuos, tenían nombres acordes a su misión de vida.

Los adivinos de los templos, eran los encargados de asignar los nombres de las personas al nacer, estos nombres no se asignaban al azar, sino con apoyo del espejo de los dioses, el antiguo libro sagrado y el momento astronómico de la fecha de nacimiento.

En base a toda esta información, se asignaba el nombre a los recién nacidos; un nombre mexica podría referirse al carácter de la persona, sus habilidades, así como su destino.

El nombre de Cuauhtémoc no pudo ser diferente, los sabios del templo dejaron un mensaje en su nombre, el significado más simple y literal es: “águila que desciende”, esta sin duda, ha sido la traducción que más se conoce.

Cuauhtémoc proviene del náhuatl y es la combinación de dos palabras: Cuauhtli, que significa águila, témoc, pretérito de temo, bajar, que significa águila que baja o desciende.

El segundo significado es simbólico refiriéndose a “puesta de sol o crepúsculo”. Subrayar que dentro del idioma náhuatl todas las palabras conservan un significado simbólico y uno literal, en realidad el idioma de los antiguos mexicas era una lengua poética, un lenguaje florido ambivalente o de doble sentido y se usaba para expresar en una sola palabra dos o más conceptos.

En este caso, el simbolismo del águila es el sol, pues al sol se le consideraba el astro rey, igual que al águila real que surcaba los cielos.

Decir que “el águila desciende”, sería también el simbolismo del “atardecer” o el “ocaso” del día, el cual es el momento justo en el que el sol se pone en el horizonte.

El tercer significado sería profético; dentro de la cosmovisión mexica, el sol Tonatiuh aquello irradiante, no era un dios personal de los antiguos mexicas, o un objeto de culto en sí mismo, pero era venerado precisamente porque se le consideraba el recipiente sagrado o el lugar donde se almacenaba la energía divina que mantenía la vida de la tierra.

Los antiguos mexicas creían que esta energía mística transmutaba cada cierto tiempo, cambiando de diferente naturaleza y potencia de acuerdo a los tránsitos de las eras o edades de la civilización.

Por lo tanto, en el sentido profético, un águila en picada o descendiendo, aparte de ser el indicativo de un sol en el ocaso, también se puede traducir como el final de una era.

Un atardecer, en el simbolismo sagrado representa la energía divina que termina de vaciarse o a debilitarse y solo será restablecida cuando el sol aparezca de nueva cuenta en el amanecer del siguiente ciclo cósmico, es decir el nacimiento de una nueva era.

Este significado profético de Cuauhtémoc, no es producto de la casualidad, recordar que fue el último tlatoani o señor azteca, quien tomó el mando para defender a su pueblo en plena conquista española, dirigiendo la defensa de Tenochtitlán en 1521, hasta el momento en que fue hecho prisionero por los españoles.

Cuando los sabios del templo le dieron ese nombre a Cuauhtémoc a manera de clave oculta, se dieron cuenta, con gran consternación, que ese niño estaba predestinado a ocultar el sol, o, en otras palabras, su destino era ver el ocaso del liderazgo mexica.

Fue así que, a ese bebé especial, hijo del tlatoani Ahuízotl y de Tlillalcáptl, hermana de Cuitláhuac y Moctezuma Xocoyotzin, y que nació durante un eclipse en 1496, se le dio el nombre de Cuauhtémoc, “águila que desciende”, “ocultamiento del sol” o “el finalizador”.

Sería a la postre elegido por el destino para convertirse en el último líder defensor de la gran confederación de la triple alianza.

Por ello, desde niño, a Cuauhtémoc se le fue educando y preparando para la gran prueba que según las visiones de los sabios tendría al final de su vida, cuando llegaría el momento de finalizar la era y tener que entregar el conocimiento de la blanca ciudad a nuevos guardianes.

Alrededor de 1515 recibió en la ciudad de Tlatelolco el cargo de tlacatécatl, nombramiento militar equiparable al de general. desde un principio se opuso a los españoles, y apoyó a Cuitláhuac cuando éste —al ocupar el cargo de huey tlatoani, gran señor, tras la muerte de Moctezuma Xocoyotzin— optó por combatir a los invasores. Cuando la viruela acabó con su tío en noviembre de 1520, Cuauhtémoc fue elegido como su sucesor y fue así como dirigió el imperio azteca.

Aquí podrían surgir varias preguntas, ¿cómo supieron los sabios que Cuauhtémoc sería ese niño que cumpliría la profecía?

La ciencia actual apenas comienza a develar algunos de los secretos que los sabios prehispánicos ya dominaban, hoy a esas técnicas de adivinación, la ciencia les da distintos nombres y ha intentado explicar tímidamente estas formas de adivinación ya dominadas por nuestros ancestros.

Para nuestros antepasados, el universo fluía, se movía a través de un ciclo de nacimiento, desarrollo, muerte y renacimiento, de la cual ellos eran parte.

Un proceso que si se deseaba se podía ver en todas sus etapas, Cuauhtémoc desde pequeño, siempre supo que sería el último Tlatoani de su civilización, en suma, su primo, Moctezuma también sabía que su civilización estaba llegando a su fin y por ello, a pesar de tener el poder de cambiar su destino, prefirió ya no hacer nada, en lo que él consideraba era ya una guerra perdida. Considero que su pueblo tendría una mejor oportunidad de sobrevivir si no derramaba sangre, pero, aunque su objetivo era noble, quizá no era el más digno para una civilización tan orgullosa como la mexica.

Por otro lado, Cuauhtémoc creía firmemente en luchar por cambiar el destino y en lugar de sentirse derrotado y deponer las armas sin siquiera luchar, prefirió levantarse y dar el último grito de la historia mexica.

Cuauhtémoc a pesar de la profecía que pesaba sobre él, decidió no desvanecerse calladamente en la noche del tiempo y con valentía y dignidad se esforzó para que la luz de su civilización no se apagara.

Antes de iniciar su última batalla, dejó un mensaje el cual aún hoy resuena a través de los siglos ya que nos llamó a no olvidar nuestro gran destino, a levantarnos con el nuevo sol, a amar por siempre y a pesar de todo, a esta tierra tan golpeada pero tan bendita que hoy llamamos México.

Cuauhtémoc desde el pasado, nos insta a guiar a los más jóvenes, a respetar a todos por igual, a comportarnos como príncipes que somos, dignos hijos del sol, con honor, con valentía, hablando con la verdad, fortaleciendo nuestra mente y alma y a no comportarnos como si fuéramos engendros de la oscuridad.

Por desgracia los anhelos de Cuauhtémoc aún no se cumplen, parece que el mal ha hecho de México su cuartel general.

Al mismo tiempo, los gobiernos crean ejércitos y cuerpos policiacos para combatir “el mal”, y aunque desde hace mucho se afilan espadas para combatir la oscuridad, esta no se puede combatir con más oscuridad, es decir, el odio no puede destruirse con odio, solo el amor puede hacerlo, la violencia no puede traer la paz, solo la paz puede hacerlo.

El odio paraliza, confunde y oscurece la vida, el amor la libera, la armoniza y la ilumina; quienes cargan consigo el odio tarde o temprano caerán, pues esta es una carga muy pesada de llevar.

Los males que hoy nos acontecen, no son culpa tampoco de ningún partido político, si bien éstos tienen una gran responsabilidad, la mayor parte de la culpa la tenemos todos nosotros pues cuando el mal comenzó a brotar como una plaga invasora, la gente buena no hizo nada, lo dejó que creciera.

Muchos quizá dirán: ¿pero cómo es eso posible? si los políticos siempre han sido represores, ladrones, mentirosos, al primero que protesta, lo aplastan. Pero ese político en algún punto de su vida también fue un niño al que alguien tuvo la oportunidad de enseñar la diferencia entre el bien y el mal, hay tiempos en que es necesario tomar un bando que no es seguro, ni políticamente correcto, ni popular, pero se debe hacer.

Nuestra conciencia nos dice que es lo correcto por hacer, pues no porque todos toleren el mal, esto significa que sea menos malo.

Una nación o una civilización que crea ciudadanos de mente complaciente, compra su propia muerte espiritual, como Cuauhtémoc, luchemos por aquello que es justo y hagamos de saber a nuestros opresores que no intentamos cobrar venganza, la cual puede ser ante los ojos humanos, justa, pero simplemente hagámosle saber qué buscamos justicia para ellos y para nosotros mismos.

No todo es pesadumbre, aquellos legendarios sabios que contemplaron en sus visiones la caída de Tenochtitlan y al joven Cuauhtémoc estar de frente del último ejército Mexica, también vieron una esperanza, vieron a un nuevo sol levantarse, una nueva era, donde la luz de este nuevo sol apartaría a la noche de la oscuridad, dando nueva vida a sus hijos, los cuales sólo estarían durmiendo como lo hacen los árboles en invierno, tan solo para renacer en primavera.

Estos sabios vieron que, entre las ruinas y el caos, estos nuevos hijos del sol se levantarían de nueva cuenta para retomar la grandeza perdida.

Se colocarían ante todas las naciones como la más poderosa de la tierra, pero a diferencia del sol anterior, donde la fuerza de las armas se cimentaba sobre la sangre de sus semejantes, ésta ya no sería su estandarte, sino un poder aún mucho mayor: el de la sabiduría y el conocimiento.

Este nuevo pueblo sería un guía para todas las naciones de la tierra y con ello logrando finalmente su destino.

Esta nueva era llegará, así está destinado, pero no llegará de la mano de ningún líder político, ni presente, ni futuro, sino de cada uno de nosotros, cuando juntos, desde el corazón cambiemos, convirtiendo finalmente las palabras de Cuauhtémoc en nuestra forma de vida.

Hoy, cada uno de nosotros, es la semilla de ese destino que nos espera, y al igual que el gran Tlatoani, cada uno de nosotros tenemos un gran destino y batalla que cumplir.

Unos momentos antes de la última batalla de la defensa de Tenochtitlan y ante lo precario en que se encontraban las tropas mexicas, presas de la enfermedad y los constantes ataques de sus enemigos, un alto consejero le dijo a Cuauhtémoc: “Gran señor, este es el fin”.

Cuauhtémoc visiblemente cansado y herido, pero con una mirada penetrante y fuerte, le respondió con firmeza: “Si este es el fin, quiero que se recuerde por siempre este fin”.

Y como si los mismos dioses lo estuvieran escuchando, de repente surgiría un fuerte viento frío que comenzó a silbar sobre la copa de los árboles, como si el mismo mundo cantará con un lamento el fin de la era mexica.

En ese momento, el gran Tlatoani guardó silencio y por un momento escuchó este sonido para enseguida gritar: “¡Es hora!”.

 Alzándose de entre las cenizas y humo de Tenochtitlan, con Cuauhtémoc al frente, los últimos mexicas lucharon cumpliendo… su destino.

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