México es un país de cultura excepcional, donde a lo largo de la historia, la realidad y el misticismo se han mezclado para crear leyendas increíbles que rayan en lo fantástico.
Una de estas leyendas ocurre en un cerro de nuestro país, donde existen unas ruinas arqueológicas que son consideradas territorio sagrado y punto de conexión con un mundo interior donde habitan seres del inframundo.
Nos referimos al cerro del Toloche, ubicado al norte de Toluca, donde se afirma que hace más de un siglo existía una cueva que era puerta de acceso con seres que viven debajo de la tierra y que tienen forma de reptiles.
El cerro se ubica al norte de Toluca, por el lado de Santiago Miltepec, en el lugar se han encontrado vestigios de asentamientos prehispánicos.
En lo alto del cerro del Toloche, que significa “Donde vive el dios Tolo”, se encuentra un templo en honor a este ser cuya construcción se estima entre los años 1000 y 1200 después de Cristo.
Contaban los ancestros que en lo alto del cerro existía una cueva denominada Cueva del Toloche entrada al reino del Dios Tolo.
Aunque el acceso se encuentra tapado y perdido con el paso del tiempo, se afirma que en el siglo 19 existía y tenía una abertura de un metro. Al ingresar se daba paso a una especie de subterráneo.
Para ingresar, los aventureros forzosamente tenían que hacerlo portando velas debido a la gran oscuridad de la caverna y sus largos pasadizos.
A muchos pastores de la localidad les daba curiosidad por ingresar porque afirmaban que mientras cuidaban sus animales, oían que una voz los llamaba al interior de la cueva.
Aunque algunos ingresaron, no avanzaban más de 20 metros en el interior y salían corriendo por la oscuridad y porque aseguran, se sentían observados.
Se cuenta que un zapatero haciendo alardes de su valentía, apostó con sus amigos que ingresaría.
En las bravatas, les preguntó a sus amigos qué querían que trajera de adentro, y uno de ellos le dijo: “Búscate una naranja y no salgas de ahí hasta que la encuentres”, burlándose.
Al día siguiente se reunieron todos para acompañarlo a la cueva, quedándose afuera mientras ingresaba.
Se cuenta que el zapatero entró a las 7 de la mañana perdiéndose todo rastro, sus amigos preocupados hicieron guardia sin entrar, hasta aproximadamente las 8 de la noche cuando salió cargando una naranja en la mano.
Sus amigos asombrados le cuestionaron donde había estado todo ese tiempo.
El zapatero les narró que luego de caminar y arrastrarse por muchos metros, la caverna se amplió, saliendo a su encuentro dos seres con cara de serpiente que iluminaban todo a su alrededor.
A pesar de su aspecto de reptil, tenían forma humanoide y estaban vestidos como “catrines”.
Los seres le preguntaron qué quería, no sin antes ofrecerle oro y plata, pero a cambio le advirtieron que dejar su firma escrita con sangre de la mano izquierda.
Temeroso de una trampa, el zapatero les comentó que no iba por dinero, solo quería demostrar valor.
Los seres le contestaron que para dejarlo ir, primero tenía que sentarse en una silla con forma de víbora que estaba en un gran salón, y si al sentarse, la víbora no lo mordía, podría salir y si no, ahí se quedaría.
El zapatero se paraba y se sentaba en la silla con forma de víbora, evitando los ataques de la serpiente que cobró vida.
Luego de esquivarla varios minutos se levantó sudando por el esfuerzo.
Los seres convencidos lo llevaron a otra sala donde se encontraba una especie de lago y a la orilla se encontraba una mula brava.
Ahí le dijeron: “Ahora te toca sentarte en esa mula y tienes que correr a la orilla de la laguna sin caerte”.
El zapatero contó a sus amigos que con una mano agarraba el cabello de la mula y con la otra le pegaba en la cabeza para evitar que lo aventara al agua.
Viéndolo ya cansado, los seres reptilescos se compadecieron de él y le ordenaron bajar del animal.
Habiendo vencido estas pruebas, los seres lo llevaron a otra caverna de la cual había una luz intensa. Era el brillo de grandes montones de oro y plata que reflejaban la luz de un sol interior.
A la izquierda había un jardín con gran variedad de árboles frutales.
El zapatero dijo que aquello parecía un paraíso, y cuando le ofrecieron tomar lo que quisiera a cambio de su ansiada sangre del brazo izquierdo, el zapatero solo pidió una naranja.
Cuando ya tenía la fruta en la mano, les dijo: “Conforme me fueron a encontrar, váyanme a dejar”.
Los reptiles le respondieron: “Has visto nuestro rostro y conocido nuestra morada, solo te pedimos guardar silencio sobre ella y morirás en paz”.
Repentinamente el zapatero sintió que lo cargaban en brazos y en un parpadeo se vio fuera de la cueva sin recordar ninguno de sus pasos.
Sus amigos al verlo con una naranja en la mano, le preguntaron su aventura y por supuesto el zapatero contó todo.
Después de algún tiempo de este relato, el zapatero desapareció del pueblo de manera misteriosa y nunca nadie lo volvió a ver.
Algunos dicen que estos seres reptilianos, vinieron por él para llevárselo al inframundo por no haber cumplido con su palabra.
Los vecinos del pueblo creyendo que la desaparición del zapatero había sido obra del demonio, acordaron llevar a los padres misioneros para exorcizar la entrada de la cueva y taparla para siempre.
No sabemos si este exorcismo funcionó o no.
Décadas posteriores surgió otra leyenda ya que se afirma que en la búsqueda de los tesoros de los reptilianos, nuevamente fue encontrada la entrada de la cueva, pero estaba era cuidada por un chivo negro de ojos brillantes.
Cuando alguien quería entrar a la cueva, el chivo se convertía en un demonio y les ofrecía riquezas en oro y plata que guardaba en el interior de la caverna.
Los ambiciosos ingresaban sin pensarlo encontrando montañas de oro y plata. “Anda tómalo”, le decía el ser de bajo astral
La persona que ingresaba se llenaba los bolsillos y las manos pero al querer salir, se encontraban con el chivo que les decía: “Te llevas todo o nada”.
Entonces la gente con mucha tristeza vaciaba sus bolsillos saliendo con las manos vacías.
Con el paso de los años, el rastro de la cueva se volvió a perder, acrecentando el misterio y las leyendas sobre “la puerta al inframundo”.
Actualmente el cerro del Toloche es objeto de una investigación académica por parte de la universidad del Estado de México en colaboración con el Instituto Nacional de Antropología e Historia, pues se han encontrado cientos de piezas arqueológicas que permanecieron por milenios enterradas que son testimonio de una floreciente y pujante civilización que allí existió.