PIEDRAS NEGRAS, COAH. — Alan José González Menchaca volvió a nacer. Luego de una década marcada por el dolor, la incertidumbre y la lucha diaria contra un padecimiento cerebral que limitó su vida y sus sueños, este joven nigropetense de 33 años fue sometido con éxito a una cirugía de alto riesgo que hoy le devuelve la esperanza de un futuro distinto, libre de convulsiones y rechazo.
Su historia es la de muchos, pero también es única. Desde los 16 años, Alan dividió su tiempo entre el trabajo y los estudios. Mientras otros jóvenes disfrutaban su adolescencia, él construía su camino con disciplina y esfuerzo.
A pesar de todo, logró terminar la carrera de Ingeniería en Procesos de Manufactura. Pero la vida le tenía preparada una prueba devastadora.
A los 23 años comenzaron los primeros episodios epilépticos: convulsiones, ausencias mentales, desconexiones repentinas de la realidad, todo sin previo aviso. Algunos médicos atribuían sus síntomas al estrés. Lo cierto es que, desde entonces, Alan no pudo volver a trabajar. Las crisis se hicieron frecuentes, incontrolables y peligrosas.
Detrás de cada caída había una herida, no solo física, sino emocional. Cada rechazo laboral, cada día sin poder hacer lo que amaba, era un golpe más a su dignidad. El diagnóstico fue tan cruel como contundente: una malformación genética en una vena del lóbulo frontal izquierdo, muy cerca del área encargada del habla. Un cavernoma.
Durante años, los especialistas coincidieron en algo: operarlo era demasiado riesgoso. La ubicación del cavernoma lo hacía prácticamente inaccesible y existía la posibilidad real de que Alan perdiera el habla para siempre.
La cirugía se convirtió en una promesa lejana, mientras el tiempo avanzaba y el cavernoma crecía silenciosamente.
A principios de este año, el panorama se volvió alarmante. Las convulsiones, que antes eran esporádicas, comenzaron a presentarse cada tercer día. Peor aún: el cavernoma empezó a emitir pequeñas cantidades de sangre. El riesgo de una hemorragia fatal era inminente.
Fue entonces cuando su madre, Nellie Menchaca, decidió no rendirse. Frente a la indiferencia institucional —aunque Alan es derechohabiente del IMSS, jamás logró una cita con el especialista, ni siquiera tras acudir con golpes visibles en el rostro—, la familia decidió tocar puertas, todas las que fueran necesarias.
Con el coraje de una madre y la fe en Dios, Nellie comenzó una cruzada por su hijo. Organizaba rifas, boteaba en cruceros, pedía ayuda en redes sociales. Familiares, amigos, empresarios y ciudadanos anónimos comenzaron a sumarse. Cada moneda contaba. Cada gesto era un paso más hacia la meta: reunir 250 mil pesos para una cirugía que podría cambiarle la vida a Alan.
Y entonces, apareció el doctor Giovanni Valadez. Un especialista que no ofreció milagros, pero sí esperanza. Gracias a los avances médicos, explicó que era posible operar el cavernoma sin dañar el área del habla, aunque siempre existía el riesgo de secuelas temporales. Para Alan, era suficiente. Era ahora o nunca.
La cirugía se realizó en Piedras Negras hace poco más de dos semanas. Contra todos los pronósticos, fue un éxito absoluto. Alan no solo salió bien del quirófano, sino que su recuperación ha sido sorprendente: no perdió el habla y, desde entonces, no ha sufrido ninguna convulsión.
Hoy, Alan sonríe. Su mirada ya no carga el peso de la incertidumbre, sino la ilusión de un futuro donde pueda ejercer su carrera, ser independiente, tener una vida sin miedo. Una vida como la de cualquier otro joven.
La familia González Menchaca agradeció profundamente a todas las personas que hicieron posible el milagro: al doctor Valadez, por su profesionalismo; a cada ciudadano que dio un peso, un mensaje, una oración; y a quienes aún siguen al pendiente del proceso de Alan.
Porque la batalla no ha terminado. Aún falta cubrir una deuda de 100 mil pesos, producto de un préstamo para completar los costos de la cirugía, además de gastos de recuperación, estudios postoperatorios y sesiones terapéuticas.
Quienes deseen seguir apoyando a Alan pueden comunicarse directamente con su madre, Nellie Menchaca, al 878 119 9953, o a través de su perfil de Facebook. La lucha continúa, pero ahora, por primera vez en muchos años, hay motivos reales para creer que el final de esta historia será feliz.