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Piedras Negras

Ricardo Belle; el alquimista de la risa

Uno de los pioneros y más afamados payasos del México del Porfiriato; de la era del “pan y circo” que sigue vigente hasta nuestros días

Yolo Camotes
Por Yolo Camotes - 05 agosto, 2021 - 05:36 p.m.
Ricardo Belle; el alquimista de la risa

A mediados del siglo 19, las corridas de toros, el teatro, la feria y el circo eran los únicos espectáculos que la gente tenía para divertirse. Debido a su bajo costo, el circo siempre fue el más popular.

Uno de los circos más emblemáticos de México fue sin duda “El Circo de los Hermanos Orrin” que además de jinetes, trapecistas, saltos mortales y malabarismos, presentaba como su principal atracción al payaso Richard Bell.

Mejor conocido como Ricardo Bell, convirtió la figura del payaso en un verdadero arte, su reconocimiento fue tal que llegó a ser amigo del mismo Presidente Don Porfirio Díaz.

ORÍGENES

Ricardo Bell nació en 1858 en Inglaterra, debutó en el circo de Lyon de Francia a los 3 años de edad siguiendo la tradición artística de su familia ya que su padre fue un productor de pantomimas en el Crystal Palace.

Para 1866, Ricardo y sus hermanos eran acróbatas ecuestres en el Circo Chiarini, con el que se presentaron en las principales ciudades de Europa.

Buscando nuevos horizontes, los cuatro hermanos Bell viajaron de San Petersburgo a Nueva York. Los Bell pisaría tierra mexicana por primera vez en 1869, cuando llegaron con el gran circo Chiarini.

En esa época, México atravesaba por un momento muy difícil de descontento, anarquía y violencia en el campo. Ya en una de sus giras por México, Ricardo Bell viviría una anécdota que marcaría su destino como payaso.

En una ocasión los cuatro hermanos Bell, fueron asaltados por soldados cuando viajaban por Oaxaca. Huyeron de los ladrones y se ocultaron en un montón de paja donde fueron encontrados por el comandante del ejército a quien asustados le pidieron clemencia, alegando que eran artistas circenses europeos.

El comandante se compadeció y les devolvió los caballos no sin antes aconsejarles que se regresaran a Inglaterra. Ese comandante era ni más ni menos que Porfirio Díaz.

Años después, ya presidente, Don Porfirio le recordó está anécdota a Ricardo Bell, cuando ya era un payaso famoso.

La amistad entre Porfirio Díaz y Ricardo Bell es sólo una de las múltiples facetas enigmáticas en la historia de este artista.

Con la llegada de Porfirio Díaz a la presidencia de la república en 1876, empezaría una época de estabilidad y los espectáculos circenses se volvieron los favoritos del pueblo.

Para 1883 Ricardo Bell se había independizado de sus hermanos y se había casado con una mujer española de nombre Francisca Peyres a quien conoció en Santiago de Chile y con quien tuvo 22 hijos, de los cuales sobrevivieron 13.

“Paca”, como siempre la llamó, desempeñó un papel muy importante tras bambalinas en la vida del payaso.

AL PUEBLO PAN Y CIRCO

El circo era de los espectáculos más importantes en esa época, un reportero así lo llegó a describir: “El circo de Orrín no es un negocio, es una institución pública, una costumbre tan arraigada como la semana santa y las posadas, es la médula de la alegre tradición del pueblo mexicano”.

Fue el circo una estrategia clave de la política porfiriana que consistía en alentar la inversión inglesa y europea para contrarrestar la larga sombra que Estados Unidos proyectaba sobre la nación mexicana.

Para entonces, la Ciudad de México ya había adquirido la reputación del “París del hemisferio occidental”, contaba con un gran número de hoteles muy elegantes, entre ellos el Hotel Iturbide, el Jardín y el San Francis.

El público adoró Ricardo desde el principio, años de observación y viajes lo llevaron a construir un tipo singular, vestido de manera principesca como la tradición manda los payasos blancos, los serios, los formales, los regañones con los espléndidos trajes cocidos por su esposa.

Desarrolló un humor dulce y sencillo, tierno y a veces un poco tonto, como corresponde a cualquier augusto, que es el payaso rojo, eterno contraparte del payaso blanco.

El público se moría de risa mirándolo contar sus dedos, siempre le faltaba uno y en ese gesto inocente se ganaba el amor de los niños, la simpatía de las señoras y el elogio de los caballeros.

Bell no era solo un payaso tonto, dos veces lo multaron, una por burlarse de la ley de timbre de los primeros años de don Porfirio y otra en la Presidencia de Manuel González por burlarse del mandatario por la introducción de las monedas de níquel.

El circo de Orri se estableció inicialmente en la plaza de Santo Domingo y permanecía en la Ciudad de México durante los primeros cinco meses del año, de enero a mayo.

Pronto el espacio le quedó chico y el 21 de febrero de 1891, se inauguró espectacularmente un área en especial para circo en la plaza de Villamil con capacidad para 2 mil 500 espectadores y 38 palcos para visitantes distinguidos.

En este palacio de diversión, vasto elegante, bien alumbrado y alfombrado con tapete rojo, el payaso Bell deleitaba a su público que noche a noche lo ovacionaba de pie.

Pero, por más espléndido que fuera el espectáculo siempre el payaso Bell era quien suscitaba el mayor entusiasmo y recibía las más profusas alabanzas.

“El circo sin Bell, sería como Hamlet sin en el príncipe de Dinamarca”, así lo mencionó un importante diario de aquella época.

Cada año, en mayo, el circo salía de gira en una docena de vagones ferroviarios construidos especialmente para este fin.

Las presentaciones comenzaban en Guadalajara e incluían León, Saltillo, San Luís Potosí, Aguascalientes, San Pedro de las Colonias, Guanajuato, Torreón, Gómez Palacios, Silao, Irapuato, Celaya, Zacatecas, Piedras Negras, Chihuahua, Ciudad Juárez, Toluca, Pachuca, Real del Oro Durango, Colima, Mazatlán, Río Verde, Monterrey, Laredo, Tampico, Atotonilco, Monclova, Oaxaca, Puebla, Xalapa, Orizaba, Veracruz y finalmente Progreso y Mérida.

Tomando en cuenta el gran número de ciudades que figuraban en este itinerario anual, no es sorprendente que el nombre de Bell haya vivo durante tantos años en el recuerdo de los mexicanos.

Bell que fue miembro distinguido de la sociedad de la Ciudad de México, pertenecía a Jockey Club, un grupo muy prestigioso que se reunía en el edificio hoy conocido como La Casa de los Azulejos.

Se sabe que era muy dedicado a su familia, las mejores escuelas católicas fueron el centro educativo de sus hijos, disciplinados además por institutrices francesas.

La única representación en la que participaban los niños Bell, era en la función de beneficio Belle que se celebraba una vez al año.

En varias ocasiones, el famoso payaso, tuvo que actuar en circunstancias muy penosas, como aquella vez que uno de sus cuatro hijos padecía difteria, o cuando un hijo deliraba a causa de la fiebre tifoidea.

En Guadalajara, una hija recién nacida murió mientras él hacía reír a carcajadas a miles de niños.

Aunque está cierto punto logró mantener su vida privada fuera del conocimiento del público, la gente se enteró de que la pequeña Gladys había muerto mientras su padre actuaba en el circo.

Estos incidentes, atrajeron aún más la simpatía de sus admiradores, por su calidad humana y su profesionalismo.

Entre las amistades de Bell figuraron algunas personalidades importantes, una de ella fue el ya mencionado Don Porfirio Díaz y su esposa Carmelita que fueron frecuentes invitados a comer a la casa de Bell en la calle Madrid.

Según cuenta la historia, en una ocasión un reportero se atrevió a preguntar a Don Porfirio porque no dejaba votar al pueblo a lo que Díaz respondió: “Pues por qué crees?, porque votarían por Ricardo Bell para Presidente”.

Así de grande era la popularidad de Ricardo Bell, por cierto, el Circo Bell nació en 1907, tras el rompimiento con el Circo Orrín.

Se dice que Porfirio Díaz se sintió muy afligido al enterarse del cierre de esa institución tan popular, por lo que le ofreció un terreno donde más tarde se construiría el Hotel del Prado sobre la avenida Juárez, de esta manera el inglés pudo continuar su producción durante tres años más antes de su partida a fines de 1909.

Bell notó un cambio en el estado de ánimo de su público, la gente en otros tiempos sencilla y apacible, parecía estar triste descontenta y a veces hasta agresiva.

Cuando un amigo le advirtió que el futuro le parecía gris y que tal vez le convendría por su propia seguridad salir de México, Ricardo Bell acompañado por su numerosa familia, dejó su país “adoptivo” sin sospechar que jamás regresaría.

En abril de 1910, salió de México rumbo a la Habana y de ahí a Nueva York, de inmediato el gran payaso comenzó a hacer planes para montar espectáculos aún más grandiosos, aunque se sintió desconsolado al enterarse de que había estallado en México la Revolución.

Incluso en la prensa aparece publicada una fotografía de 10 o 12 vagones ferroviarios del Circo Bell, usado como transporte de las tropas revolucionarias, esto lo hizo sumirse en la tristeza e hizo planes para regresar a Inglaterra, pero una neumonía hizo presa de él, muriendo en marzo de 1911 a la edad de 53 años.

Se dice que cuando su cuerpo fue sacado de la funeraria, la multitud se agolpaba para despedir a este gran mago de la risa.

Al pasar por una escuela primaria, todos los niños comenzaron a aplaudir, como un último gesto de respeto y ovación a quien se había dedicado toda su vida a recordar los chicos y grandes que la risa es la medicina contra todas las penas.

En México sus admiradores recibieron la noticia con gran tristeza e incredulidad pues nadie creía que había fallecido.

Así, 50 años después, el 12 de marzo de 1961, un periódico capitalino publicó una carta escrita por un niño cuando Belle falleció.

A Ricardo Bell en el cielo:

“Si hubieras muerto aquí y no en Estados Unidos, nosotros los niños hubiéramos podido cuidarte y cubrir tu tumba con flores de Xochimilco, gardenias de Córdoba, violetas de Tlalpan y rosas de Iztacalco”.

Existe también un misterio en torno Ricardo Bell, aunque se afirma que fue enterrado en Nueva York, otros dicen que no fue así y que su última morada fue el Panteón Inglés en Real del Monte en el Estado de Hidalgo donde podemos encontrar una lápida con su nombre, siendo la única tumba del lugar que no está orientada a Inglaterra como lo están el resto de ellas, sino por el contrario, ésta apunta hacia México.

Algunos afirman que Ricardo Bell en su último acto de payasada así lo dispuso, no sólo para demostrar su profunda gratitud hacia México, sino para protestar con desprecio hacia los Ingleses quienes lo rechazaron por haber pertenecido a un circo de payasos pobres.

Bell, siempre investigó el diálogo perfecto, la palabra en el espacio adecuado, el gesto oportuno, la mueca exacta el efecto de la risa en el público donde él lo deseaba.

Un solo grito de Bell tras la cortina, lograba una respuesta inmediata del público que lo esperaba ansiosamente. Una sola postura de Bell provocaba la hilaridad que divertía a las mayorías deseosa de su espectáculo.

Bell supo identificarse con su público y su público con él. Esta identificación entre el actor y espectador fue tan grande y tan mágica, que muy contados lo ha logrado en la historia del espectáculo en México.

Richard Bell no fue tan solo un payaso que nos hizo reír, sino además un caballero que dio glamour y elegancia la risa, algo que parece que se ha perdido.

Richard Bell fue un mago del corazón humano que trascendió lenguaje y costumbres, pues incluso de los más duros, fue capaz de extraer lo mejor de ellos: su sonrisa; y bien dicen que no existe mayor felicidad que descubrir que somos la razón de la sonrisa de los demás.

  • Ricardo Belle; el alquimista de la risa

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