La música es un puente entre el cuerpo y el alma, un idioma universal, la unión entre lo sublime y lo etéreo.
A lo largo de los siglos han existido grandes compositores que lograron con sus obras trascender el tiempo y el espacio.
Uno de ellos sin duda es el gran compositor mexicano Juventino Rosas, creador de una de las piezas más representativas a nivel internacional.
José Juventino Policarpo Rosas Cadenas, nació el 24 de enero de 1868 en la ciudad de Guanajuato, Guanajuato.
Poco se sabe con certeza de él, muy contados datos se conocen de su vida a pesar de la cercanía del México de la segunda mitad del siglo 19.
Juventino nació con la obligación del violín, pues faltaba ese instrumento en la banda musical que encabezaba su padre Jesús quien tocaba el arpa, su hermano Juan, la guitarra y su hermana Patrocinia, primera voz.
Los Rosas, eran los únicos músicos de Santacruz de Galiana en Guanajuato, todo amenizaban ellos en el pueblo, desde fiestas de 15 años, hasta peleas de gallos.
El violín de Juventino era serrano, es decir sin barniz, de madera agrietada, también toca el arpa, ambos de baja calidad, pero él lograba sacarles un canto tan claro y de sonidos tan brillantes, que rápidamente se corrió la voz de su virtuosismo.
Su padre animado por el talento de su pequeño hijo, decidió buscar mejor suerte y fortuna en la capital del país.
En 1880 llegaron a la Ciudad de México cuando Juventino contaba con apenas 12 años de edad.
Se instalaron en Tepito, la idea del padre era tocar música de salón para familias ricas y mejorar su situación económica.
A pesar de tener una buena banda, se dan cuenta que nadie los contrata, mientras otros grupos desafinados si tienen éxito.
Un colega músico les explica que la falta de clientes era principalmente relacionada con su aspecto y origen, ya que los Rosas no lucían “elegante” y además tenían rasgos otomís.
A falta de trabajo, el pequeño Juventino combina su oficio con el de campanero en la iglesia de San Sebastián y por las noches junto a su padre, hermano y hermana tocan de cantina en cantina al servicio de borrachos.
Una de esas noches en que Juventino y su familia tocaba en una cantina, un hombre los insultó diciéndoles: “músicos de mier…y además están bien desafinados”.
El padre de Juventino, quien fue soldado y peleó por la República, sintiendo su honor mancillado, tiró al arpa y se abalanzó sobre el hombre que insultó a su familia.
El hombre envalentonado por el alcohol sacó una pistola y le disparó matándolo en el acto; su hermano intenta defenderlo y corre con la misma suerte.
Por esta tragedia, Juventino se queda huérfano de padre a los 12 años y tiene que ganarse el sustento tocando el violín a cambio de unas monedas.
Al escucharlo tocar, una persona lo invita a la compañía de la Soprano Ángela Peralta, una diva en desgracia, ya que el público solía adorarla, pero desde que se ventiló su romance con su administrador Julián Montiel Duarte, había perdió su popularidad.
Recorren la provincia con la música de la obra Aida de Giuseppe Verdi, la que considera “trágica pero alegre” y tocarla le divierte.
La tragedia siempre presente en la vida de Juventino se manifiesta una vez más, cuando al llegar a Mazatlán, una epidemia de fiebre amarilla los infecta y los hace presa muriendo la mayoría de los integrantes de la compañía, incluso Ángela Peralta.
De un total de 80 integrantes, sólo se salvan 4, entre los sobrevivientes se encuentra Juventino.
De regreso a la Ciudad de México, no le queda más remedio que tocar en bandas callejeras donde su talento no pasa desapercibido.
El maestro Manuel M. Espejel lo inscribe en el conservatorio donde comenzó estudiar solfeo y teoría musical.
Entre sus maestros estaba un discípulo del compositor Giuseppe Verdi y a partir de las enseñanzas y de su paso por el conservatorio, Juventino construyó una técnica sólida, el resto lo produjeron su sensibilidad y su vocación.
Pero como en todos los genios, la inquietud de Juventino le hacía aburrirse y perdió rápido el interés por aprender la teoría musical.
Se va con su amigo Pepe Reyna a un pueblo donde compone sus anchas, sin escuela, cosas simples para ser bailadas y sus obras gustan.
A sus 20 años compone el Vals “Carmen”, en honor de la primera dama, la señora Carmen Romero Rubio de Díaz.
Al estrenarse el vals, la orquesta dudó de la capacidad del músico para dirigir la pieza que el mismo compuso, así que lo relegaron a tocar los violines.
Pero a la primera Dama esto no le complació y mandó llamar al salón a Juventino y le solicitó que ejecutara su vals.
Juventino nervioso, no tuvo más remedio que ceder ante los deseos de la primera dama y así sentándose en el piano y bajo las luminarias fantásticas del salón de gala y la mirada atenta de los espectadores de la alta sociedad porfiriana, comenzó a tocar.
Algo sucedió, pues el pianista de profesión ejecutó su obra con tal perfección, tal maravilla de estilo y buen gusto, que todos de pie aplaudieron por largo tiempo.
Esa noche se convirtió en la victoria más sonada de Juventino ante aquella sociedad porfiriana, pues demostró al mundo que, a pesar de su humilde apariencia, era un titán en medio de los grandes de la música.
Por fin, después de tanto sufrir, Juventino en 1888 había alcanzado la cima de su prestigio, había traspasado los límites del anonimato para situar su nombre y su genio al lado de los compositores populares más escuchados de su tiempo.
A los ocho días de esto, doña Carmen Romero Rubio de Díaz le mandó obsequiar un hermoso piano de cola manufacturado en Alemania, en señal de agradecimiento por su bello vals.
Lamentablemente, Juventino tiene que venderlo para pagar sus deudas, fue en ese momento que todas las damas de la alta sociedad desean de él una obra y así comienza a componer por encargo y les pone nombres melodramáticos tales como “La Cantinera”, “El sueño seductor” o “Sobre las olas”, este último célebre.
Para ese entonces Juventino se enamoró de Juana Morales, una de sus admiradoras, tiempo más tarde se casan.
Ella cree que al ser Juventino un compositor famoso tendría bastante dinero, pero lo abandona al descubrir que en realidad era pobre.
Juventino se desquita bebiendo aguardiente y volviéndose un alcohólico, después ingresó al ejército donde deseaba que alguien lo matara.
En tan sólo dos años, el vals “Sobre las olas”, su obra maestra, produjo cerca de 200 mil pesos de aquel entonces, lo que equivaldría a unos cinco millones de dólares en el 2017.
A pesar del éxito, Juventino no recibió nada de regalías, pues cuando lo estrenó en 1891, había vendido los derechos de la partitura a los editores Wagner & Levien con un ridículo contrato que decía: “recibir de los señores Wagner & Levien la cantidad de 45 pesos, valor de mis dos composiciones “Lazos de Amor” y “Sobre las olas” de cuyas obras les vendo por la presente, la propiedad para que hagan de ellas el uso que mejor convenga”.
Las obras fueron adquiridas por Wagner & Levien, no porque se acabasen de componer, sino porque para entonces Juventino ya tenía cierta popularidad y a los Wagner le resultaba atractivos negocios.
Sobre el origen del vals que le daría fama mundial existen diversas historias, pero uno de sus amigos de la infancia, Federico García relata la siguiente conversación que tuvo con Juventino:
“Noto que estás muy demacrado Juventino y que has tomado tus copitas, ¿qué te pasa?”.
- “Ella hermano, ella me tiene así”.
- ¿y quién es ella?
- “Una mujer que no obstante mi pobreza, mi humildad y mi oscuro porvenir, juró amarme siempre y llegar a ser mi esposa, y hoy que ve las dificultades con que tropiezo me abandona triste y solo me deja perecer, por eso bebo, quiero que, con el licor, se me olvide mi profundo sufrimiento”.
- “Pero cuéntame cuándo y cómo compusiste tú Vals Sobre las Olas”.
- “El día que la conocí, en un lugar cercano a México a donde me invitaron a una fiesta, impresionado profundamente quise estar solo, me senté junto a un sauz a la orilla de un arroyo y ese cals según mi primera idea, debe llamarse “A la sombra del sauz”.
Miguel Ríos Toledano director de orquesta arreglista y poeta, le sugirió al compositor Juventino Rosas el nombre para su vals: “Sobre las olas”.
Dicho vals fue dedicado a Doña Calixta Gutiérrez de Alfaro, dama que acostumbraba a organizar veladas musicales y literarias.
Debajo del título del vals, Juventino escribió: “a la señora Calixta Gutiérrez de Alfaro, noble dama y protectora de artistas”.
Y así con el corazón destrozado, viajó a Morelia como parte de un batallón y en una cantina compuso “Lejos de ti, Mazurka”.
Juventino, cansado de la vida militar, desertó en 1893 para unirse a la orquesta atípica en una gira por Estados Unidos.
En Chicago lo contrató una compañía itinerante de zarzuela donde el público lo ovacionó e incluso recibió varios premios.
Recorrió los Estados Unidos con un tremendo éxito, después dejó aquel país con destino a la Habana, Cuba.
Al frente de la orquesta de una compañía italo mexicana, Juventino hizo una gira exitosa en la Habana y luego en varias ciudades de la isla: Matanzas, Santa Clara, Cienfuegos y Santiago.
El 30 de junio preveía embarcarse a Nueva York y de ahí continuar su viaje a Europa, pero lo retuvo una enfermedad que lo dejó postrado en cama.
El 9 de julio de 1894 e irónicamente cuando escuchaba su vals Sobre las olas, siendo interpretado afuera de su ventana, muere a los 26 años de edad víctima de una mielitis de la espina dorsal. Aunque otros dicen que fue a causa del alcoholismo y la tristeza que desarrolló a partir del abandono de su esposa.
En su libro “Éxodo y las Flores del Camino”, Amado Nervo nos relata como ya en su tiempo, y en su propia época escuchaba el famoso vals en un buque a su paso por las costas irlandesas, en tabernas y cafés de París, en una sala de conciertos de Zúrich, viendo a las personas deleitadas por la música de un compositor al que pensaban era Europeo.
Más penoso aún debió ser la pobreza que asoló al iluminado Juventino, cuyo ingenio e inspiración, le hubiesen ofrecido mejores posibilidades de vida en naciones menos inequitativas.
La vocación de Juventino fue auténtica y ferviente, pues a pesar de las contrariedades esto no le distrajo de su vocación musical.
En 1909, por iniciativa del periodista Miguel Necochea y de la sociedad de compositores mexicanos, los restos de Juventino Rosas fueron trasladados y sepultados en el país que le vio nacer.
Al llegar a Veracruz, los restos del compositor fueron recibidos por los también compositores Miguel Lerdo de Tejada y Ernesto Yoldi, y así como representantes del Ministerio de Educación Pública en Bellas Artes.
Era un viernes del 16 de julio de 1909 cuando uno de los vagones del Ferrocarril Mexicano se convirtió en capilla viviente y las notas del vals se escuchaban por todos los lugares por donde pasó el tren con su cuerpo.
Los restos de Juventino Rosas, arribaron el teatro del Conservatorio Nacional para recibir el tributo del pueblo.
Sus restos permanecieron casi olvidados por dos meses más, antes de ser trasladados por carroza y enterrados en el panteón de Dolores.
En 1939, su cuerpo nuevamente fue trasladado a lo que en aquel entonces era la Rotonda de los Hombres Ilustres, hoy la Rotonda de las Personas Ilustres, donde permanecen hasta nuestros días.
En 1949 el cantante y actor Pedro Infante encarnó al compositor y violinista en la película “Sobre las olas”, película dirigida por el Mexicano Miguel Zacarías.
Juventino Rosas, hombre reservado y humilde pero que deseaba transmitirnos aquello que sentía y que aún podemos entender, pues escuchando sus obras iniciamos una conversación inmortal entre el alma del compositor y la nuestra.