Contactanos
Coahuila

“Las cartas sobre la mesa”

Por P. Noel Lozano - 07 abril, 2019 - 11:08 a.m.

Reconcíliate con Dios

Este domingo leemos algunos textos de la Sagrada Escritura muy hermosos, hacen referencia a la necesidad que tenemos de reconciliarnos con Dios y valorar su amor. Josué nos hace ver cómo Dios se reconcilia con su pueblo, concediéndole entrar en la tierra prometida, después de cuarenta años de caminar sin rumbo por el desierto. En el Evangelio meditamos con uno de los textos más hermosos, viendo como el Padre de las misericordias se reconcilia con el hijo menor. Por otro lado, San Pablo en su carta a la comunidad de Corinto nos enseña que Dios nos ha reconciliado consigo mismo por medio de Jesús y nos ha confiado el ministerio de la reconciliación.
  1. Dios tiene la iniciativa de estar bien con nosotros. La palabra griega traducida por reconciliación significa etimológicamente cambio desde el otro. Reconciliarse quiere decir cambiar a partir del otro, en nuestro caso, a partir de Dios. Es Dios quien atrae a la reconciliación con Él al pueblo de Israel. Es el padre bueno de la parábola quien reconcilia consigo al hijo menor, abrazándole y besándole, y logrando de esta manera que el hijo se reconcilie consigo mismo. Es también el padre bueno el que toma la iniciativa de reconciliar al hermano mayor con el menor, pasando por encima del pasado y valorando debidamente el arrepentimiento del corazón. Pablo les aclara de igual manera a los de Corinto: Dios reconciliaba consigo al mundo en Jesús, sin tener en cuenta los pecados de los hombres, y nos hace herederos del mensaje de la reconciliación. Reconciliarse, en definitiva, es decir a Dios: Gracias por haber dado el primer paso. Acepto tu perdón, acepto tu amor. 2. Reconciliarse mirando hacia el futuro. Reconciliarse con Dios significa primeramente reconocer que algo no ha andado bien en nuestras relaciones con Él en el pasado. Significa además que hay un interés en restablecer buenas relaciones con Dios en el presente y para el futuro. Para los israelitas del desierto pasar el Jordán significó dejar atrás un pasado de rebeldía, de quejas, de inseguridad; significó renovar con Dios la alianza de fidelidad y la entrega a la conquista de la tierra prometida. Los dos hijos de la parábola tienen que romper con los últimos años de vida, en las relaciones con su padre y en sus mutuas relaciones, para poder entrar en el futuro con la recobrada dignidad de hijos. La reconciliación del cristiano con Dios mira al plazo de vida que le queda para hacer el bien, y se proyecta hacia adelante. Me reconcilio en el presente, pero los efectos de la reconciliación tienen que prolongarse en el futuro; sin esta eficacia en el futuro, reconciliarse no deja de ser una palabra bonita y hueca, sin repercusiones eficientes, y por consiguiente una frustración. 3. Jesús es nuestra reconciliación. Jesús es el mediador último y definitivo de la reconciliación con Dios. En el bautismo de Jesús las aguas del Jordán son purificadas, y el nuevo pueblo tiene la posibilidad de reconciliarse con el Padre. La vida de Jesús, sobre todo su muerte y resurrección es el camino elegido por el Padre para reconciliarnos con Él y con todos los redimidos. Jesús es la última palabra de reconciliación que el Padre dirige al hombre y al mundo. Quien vive reconciliado con Dios en Jesús, es una nueva creatura. Lo viejo ha pasado y ha aparecido algo nuevo, como nos recuerda san Pablo. El pasado no cuenta; lo que importa ahora es el futuro, en el que hay que llevar una vida reconciliada con Dios y con los hombres; en el que hay que ser verdaderos evangelizadores de la reconciliación.
Reconciliarse es hermoso, pero puede llegar a ser duro y difícil. Reconciliarse con Dios, reconciliarse con los demás, implica estar dispuesto a mirar el pasado con ojos de arrepentimiento y a dejarlo sin miramientos, por más que nos siga siendo atractivo. Todo hombre, si es sincero consigo mismo, se da cuenta de que está necesitado de reconciliación, en un mayor o menor grado. Reconcíliate tú primero, y luego ayuda a los demás a conseguir una auténtica reconciliación. El Papa nos ha enseñado con su ejemplo a no tener miedo en pedir perdón. La Iglesia es santa, pero sus hijos somos pecadores. Y los pecados de los hijos dejan huella en el rostro de la Iglesia. Toda la comunidad en nombre de la Iglesia, en cada misa, se reconcilia y pide perdón por los pecados ante Dios. Sólo una Iglesia reconciliada verticalmente con Dios y horizontalmente con sus hermanos en la fe, podrá ser fermento de reconciliación en la sociedad.   Santa María Inmaculada, de la Dulce Espera, Ruega por nosotros. P NOEL LOZANO: Sacerdote de la Arquidiócesis de Monterrey. www.padrenoel.comwww.facebook.com/padrelozanopadrenoel@padrenoel.com.mx@pnoellozano

Únete a nuestro canalArtículos Relacionados