A 109 años del más famoso naufragio de la historia, quiero relatarles la anécdota de dos mexicanos que fueron testigos de la tragedia del Titanic.
Uno de ellos murió en el barco en un acto de caballerosidad y el otro huía de la guerra en México en busca de una carrera en Europa. Me refiero a Manuel Uruchurtu y Gustavo Aguirre.
Manuel Uruchurtu Ramírez, nació el 27 de junio de 1872 en Hermosillo, Sonora, provenía de una familia acomodada mexicana.
De joven viajó a la ciudad de México para estudiar Derecho en lo que hoy es la UNAM y se casó con la señorita Gertrudis Caraza y Landero, una mujer mexicana de clase social alta, tuvieron siete hijos.
Se instaló en la Ciudad de México con su familia y comenzó una brillante carrera de leyes, en el tiempo del Porfiriato, don Manuel era una figura bien establecida en la escena nacional, cultural y política.
Uruchurtu había sido clave para que se reconociera entre los tribunales internacionales, la pertenencia del territorio del Chamizal, que los Estados Unidos reclamaban como suya, pero que en realidad pertenecía a México, aunque la devolución tardó muchos años en consumarse, concretamente hasta el gobierno de Adolfo López Mateos.
En los comienzos de 1912, la Revolución maderista había triunfado, don Manuel Uruchurtu se encontraba en una situación poco favorable por su cercanía con el gobierno anterior.
En 1912 don Porfirio Díaz se exilió a Francia, junto a muchos otros de sus funcionarios del régimen.
A mediados de febrero de 1912, don Manuel Uruchurtu ahora hombre de 40 años de edad, decidió ir a Francia a visitar al que fuera su mejor amigo y padrino político, el General Ramón Corral ex vicepresidente de Porfirio Diaz.
Después de reunirse con Corral y probablemente también con el mismo don Porfirio, decidió que era hora de volver a casa con su esposa.
Guillermo Obregón, el yerno de Corral, también quería regresar a México y por lo tanto había reservado un pasaje en el Titanic.
Uruchurtu había reservado en un barco llamado “Francia”, pero Obregón tuvo un contratiempo en su regreso y convenció a Uruchurtu para intercambiar sus boletos.
Volviendo a México, Francisco I. Madero era oriundo de Parras de la Fuente, Coahuila, mismo lugar de donde la familia Aguirre Benavides, despedía a uno de sus integrantes que partía rumbo a Alemania, un chico de apenas de 14 años de edad de nombre Gustavo Aguirre.
La decisión del viaje venía impulsada por el temor a que la sublevación de Madero contra Porfirio Díaz, lo obligara a enrolarse en la lucha armada.
La familia deseaba evitar que el hijo menor se rolara en la Revolución, pues los Madero y los Aguirre, eran grandes amigos desde la infancia.
En ese tiempo ocurrió la insurrección de Pascual Orozco contra el presidente Madero, por lo que apresuraron el viaje del joven a Europa.
El destino final del joven Gustavo era Berlín, y la meta una carrera de ingeniero electricista, el joven dejó atrás Parras rumbo a Galveston, Texas donde lo esperaba el buque Alemán SS. Frankfurt, que lo llevaría a Alemania. El 6 de abril de 1912 cuando Gustavo Aguirre Benavides abordó.
Cuatro días después, del otro lado del Atlántico, Manuel Uruchurtu Ramírez, influyente abogado y flamante diputado, se disponía a abordar el que en ese momento era la última maravilla en materia naval, el transatlántico Titanic que hacía su viaje inaugural con bombo y platillo.
Su última comunicación conocida fue un mensaje telegráfico dirigido a su hermano Remigio el 10 de abril de 1912, y enviada desde Francia que decía: “Embárcome”.
Así, conducidos mediante los hilos de un destino caprichoso, tanto Gustavo Aguirre con Manuel Uruchurtu navegaba por las gélidas aguas del atlántico norte.
La noche del 14 de abril de 1912 y el Frankfurt y el Titanic iban al encuentro de sus destinos, para los pasajeros del Frankfurt la noche del 14 de abril no parecía ser diferente de las demás, fría con un poco de viento y un tanto aburrida.
Gustavo se había ganado las simpatías, tanto de pasajeros, como de los miembros de la tripulación.
Cerca de la medianoche, el telegrafista del barco alemán recibió un mensaje frenético; eran los repetidos y desesperados llamados de auxilio Titanic.
El Frankfurt cambió repentinamente de rumbo dirigiéndose a toda velocidad al lugar del siniestro ya que el Titanic acababa de chocar contra un témpano de hielo y se hundía irremediablemente.
Sucedió lo que todos conocemos, el insumergible transatlántico se hundió, el caos, la desesperación se hizo presa de mucha gente, y más porque no existían suficientes botes salvavidas para todos.
En el hundimiento hubo incontables historias de cobardía, negligencia y luchas de clase, pero también actos de supremo heroísmo, humanidad, compasión y honor.
Como anécdota, cuando se reunió la comisión de construcción de Titanic, se debatió por más de dos horas sobre la clase de adornos que debería de llevar el transatlántico, pero sólo diez minutos para decidir sobre los botes salvavidas y procedimientos de emergencia en caso de un siniestro.
Así, Manuel Uruchurtu por su conducción diplomática de diputado en visita oficial, logró subirse al atiborrado bote salvavidas número 11, pero la caballerosidad y honor del político mexicano, jugó la última carta en el destino de su vida.
Una vez a bordo, observó a una dama inglesa que viajaba en segunda clase, de nombre Elizabeth Ramell Nye que suplicaba ser incluida en el bote salvavidas alegando que su esposo e hijo la esperaban en Nueva York.
Los oficiales le negaron el abordaje, debido a que estaban al máximo de su capacidad, poniendo en peligro la estabilidad.
Manuel Uruchurtu, se levantó de su lugar y le cedió su sitio pidiéndole solamente un simple favor: En caso de que muriera, visitara a su esposa para hacerle saber cómo fue el último instante de su vida.
Incluso después del incidente, cuando el Senado de Estados Unidos, se puso a hacer el recuento de los daños y entrevistar a los supervivientes, hay tres testigos que cuentan esta historia y coinciden en el acto de heroísmo de Manuel Uruchurtu.
Asegura además también la escritora Elizabeth Rosenbaun, a bordo del bote 11, que ella fue testigo de la escena y el Senado estadounidense reconoció el acto heroico en agosto de 1912.
Precisar que en una carta que Elizabeth escribió a sus padres a bordo del barco Carpathia, no menciona a su salvador, quizá por la vergüenza y el deshonor que le traería el saberse que ella, conscientemente, sacrificó la vida de un hombre para salvar la propia, ya que no estaba casada, ni tenía un hijo, argumento que empleó para tratar de salvarse y que conmovió a Manuel Uruchurtu. Tiempo después se descubriría la mentira.
Horas después, desde la cubierta del barco Frankfort, Gustavo Aguirre observa conmocionado la magnitud de la tragedia.
Las aguas azules eran el escenario donde flotaban cientos de cuerpos congelados, mezclándose entre innumerables objetos de los pasajeros.
Sillas de maderas, manteles, trozos de hielo, todos flotando un desorden apocalíptico sobre un profundo silencio.
El barco Carpathia había arribado a las 4:20 de la mañana, y luego de rescatar a los pocos sobrevivientes, se retiraba del lugar.
En espera de alguna otra señal de vida, el capitán del Frankfurt decidió permanecer en el sitio del hundimiento por cuatro horas más.
Para Gustavo Aguirre Benavides y el resto de los pasajeros del Frankfurt, esas cuatro horas fueron las más largas e impresionante de sus vidas.
La terrible escena no era para menos, cuerpos congelados flotando sobre las aguas, zapatos, belices, sombrillas, trozos de madera, algunas sillas, todo inerte.
Se dice que lo que más impresionó a Gustavo fue haber observado a un hombre perfectamente bien vestido, de esmoquin, muy elegante, que había logrado llegar a un pequeño témpano de hielo, estaba sentado y tenía una pistola en la mano, en su rostro se percibía un pequeño hilo de sangre ya congelado que bajaba de una de sus sienes, había preferido darse un tiro a morir congelado.
Posiblemente entre los muertos que tapizaban el mar, se encontraba el cuerpo de Manuel Uruchurtu que falleció en el hundimiento y cuyo cuerpo jamás fue recuperado.
Gustavo, sin saberlo, elevó una plegaria por aquella persona que no conocía y por las más de 1500 que perecieron.
Uruchurtu y el joven Gustavo Aguirre Benavides, fueron los dos únicos mexicanos cuyas historias personales convergieron por un momento en la historia universal.
Elizabeth Ramell Nye, logró sobrevivir y en 1924 cumplió la promesa dada a su salvador: contó a la familia la versión de los hechos y la forma en cómo murió Manuel.
Por su parte el joven parrense, Gustavo Aguirre Benavides, fue el único testigo mexicano de la tragedia y al final de su trayecto a Europa, el capital del Frankfurt, le regaló la carta de navegación donde quedó señalado el sitio exacto del hundimiento del Titanic.
En Europa vivió momentos críticos y adversos pese a su estatus familiar, por los acontecimientos de la Primera Guerra Mundial, lo que contribuyó a acelerar su retorno a México.
Gustavo suspendió sus estudios y sin un centavo solo pudo embarcarse de regreso a México trabajando como fogonero, su padre no podía enviarle dinero debido a la guerra.
Con mucho esfuerzo logró arribar a Nueva York adonde llegó sin dinero, ni papeles que acreditaran su identidad.
Desde ahí le solicitó ayuda al Cónsul Mexicano, afortunadamente, era Salvador Madero, y que como todos los Madero, eran amigos de los Aguirre Benavides. Finalmente llegó a Parras en 1915.
Gustavo Aguirre Benavides tuvo una vida longeva, ocupó diferentes cargos de gobierno, fue diputado local en Coahuila, ocupando la presidencia del Congreso, fungió como Presidente Municipal de Parras, impartió las cátedras de botánica, ciencias biológicas e inglés en la Escuela Nacional Preparatoria de la UNAM.
Simultáneamente, fue miembro de la Sociedad Botánica de México, con su inteligencia y amor a las plantas logró marcar páginas de la historia, con los resultados de sus estudios sobre la flora del desierto mexicano, haciendo grandes aportaciones a la industria farmacéutica.
Importantes instituciones nacionales e internacionales le otorgaron su reconocimiento por sus obras científicas.
Las plantas útiles del mundo, la flora útil de los desiertos y vocabulario de términos botánicos.
En Parras, su ciudad natal, ejerció su profesión de ingeniero en una empresa familiar generadora de energía eléctrica.
Realizó a su vez estudios de la flora en el desierto de paila, al retirarse de sus labores docentes, se dio la tarea de crear un modesto pero importante jardín botánico en su finca y casa de descanso en Parras.
El 14 de abril de 1982, don Gustavo Aguirre Benavides murió a los 85 años de edad, curiosamente a 70 años exactos de la tragedia del Titanic.
A su muerte, donó toda su biblioteca de biología y botánica a la Escuela Superior de Agricultura de Saltillo, Coahuila.
La famosa carta de navegación con la ubicación del transatlántico, fue encontrada tiempo después de su muerte, entre sus pertenencias personales y unos años antes de que fuesen descubiertos los restos del Titanic en el Atlántico norte.
Su familia desconocía la existencia de ese mapa, hoy en día, la conserva sus familiares.
Don Gustavo Aguirre, un hombre modesto y sencillo, consciente o inconscientemente, guardó para sí, el secreto de la ubicación de Titanic, algo que le costó más de 70 años al mundo resolver, respetando así, el descanso eterno de las víctimas en aquel cementerio natural en el fondo del mar.
Aquella mujer que tomó el lugar de don Manuel Uruchurtu, Elizabeth Ramell Nye, llegó a ser miembro del Ejército de Salvación, era considerada una clase de heroína del Titanic en Estados Unidos por dicha organización, y sus relatos incluyen que salvó la vida de un bebé.
Otros testigos presenciales desmintieron este hecho, afirmando que fue otra pasajera la que salvó a la criatura.
Elizabeth Ramell Nye nunca desmintió los rumores, dejó que su imagen de heroína creciera con el tiempo, tampoco habló con nadie en Estados Unidos del acto heroico de Manuel Uruchurtu y solo lo confesó a la familia y amigos del sonorense cuando realizó su viaje para entrevistarse con la viuda de Uruchurtu en 1924 para cumplir la promesa contraída.
La familia Uruchurtu hizo esfuerzos para que México lo reconozca como “héroe de la caballerosidad” como ya se le reconoce en su estado natal.
La familia Uruchurtu afirma que la propia Elizabeth contó nuevamente la historia en un viaje que realizó Hermosillo, Sonora cuando visitó a la madre de Manuel.
La visita fue reseñada no sólo por la familia, sino por algunos vecinos y un maestro que sirvió como traductor, ya que no había nadie que hablara inglés.
La madre de Manuel Uruchurtu nunca aceptó la muerte de su hijo, todos los días se paraba en la puerta de su casa hasta el día en que falleció, esperando ver a su hijo regresar a casa.
El 24 de agosto del año 2012, la periodista Guadalupe Loaeza, autora del libro “El caballero del Titanic” que escribió y publicó con motivo del centenario del hundimiento, narró los sucesos antes descritos, sin embargo, ha afirmado públicamente que no existe prueba algún sobre dicha anécdota.
La historia de Manuel Uruchurtu, fuese un mito o no, es un gesto que nos sirve para recordar y rescatar aquellos valores perdidos: la caballerosidad, la valentía, el honor, el respeto a la mujer y la lealtad.
Hoy los restos anónimos de Uruchurtu descansen a cuatro mil metros bajo el nivel del mar, cobijados bajo las profundidades del océano atlántico.