FRONTERA COAH-El sol apenas comenzaba a iluminar las calles de la colonia Occidental cuando el bullicio de mochilas nuevas y uniformes impecables inundaba la Escuela Primaria Victoriano Cepeda. Era el primer día del ciclo escolar 2024-2025, un día lleno de emociones encontradas, tanto para los niños como para sus padres. Entre ellos, se encontraba Said Manuel Flores Orozco, un pequeño de seis años con una sonrisa nerviosa y una mochila casi tan grande como él. Hoy era su primer día en la primaria, un momento que su madre, con mucho esfuerzo, había preparado meticulosamente. Sin embargo, el entusiasmo del día anterior se desvaneció rápidamente en cuanto cruzó el umbral de la escuela.
Con su uniforme perfectamente planchado y su mochila al hombro, Said llegó acompañado de su mamá y su hermana mayor, quien cursaba el sexto grado en la misma escuela. Todo parecía marchar bien, pero cuando el sonido de la campana marcó el inicio de clases y los padres comenzaron a despedirse de sus hijos, Said sintió cómo una ola de nerviosismo lo envolvía. Se aferró con fuerza a la ropa de su madre, negándose rotundamente a entrar al salón.
La maestra, al ver su inquietud, se acercó con una sonrisa tranquilizadora. "Vas a divertirte mucho, Said. Jugaremos y aprenderemos cosas nuevas", le dijo con dulzura, pero sus palabras no lograron calmarlo. Mientras sus compañeros observaban con curiosidad, Said comenzó a llorar desconsoladamente, resistiéndose a cada intento de llevarlo al aula. Su mamá y su hermana, que intentaron calmarlo, finalmente lo arrastraron suavemente hacia el salón, pero el pequeño no cedía.
El drama alcanzó su punto culminante cuando Said, en un acto desesperado, golpeó la puerta del aula hasta que logró abrirla y salió corriendo hacia su madre. "No me dejes, mamá. Llévame contigo", gritaba mientras la abrazaba con fuerza. Las maestras intentaron una vez más persuadirlo, hablándole con paciencia y cariño, explicándole que su mamá volvería pronto y que su hermana estaba cerca, pero todo fue en vano. El miedo se había apoderado de él.
Pasaron cerca de 20 minutos entre súplicas, llantos y forcejeos, hasta que la maestra, comprendiendo que la situación no cambiaría, le sugirió a la madre de Said que lo llevara a casa. Resignada, la madre aceptó. "Nunca se había puesto así", comentó mientras miraba a su hijo, agotado por el llanto. Las maestras, con un toque de comprensión, le recomendaron que en casa evitara el televisor y el celular, y que lo mantuviera ocupado en actividades para que, al día siguiente, su actitud fuera diferente.
De camino a casa, Said, con los ojos hinchados por el llanto, apenas murmuró: "No me gusta ir a la escuela". Su madre, preocupada y confundida, reflexionó sobre el cambio repentino en su hijo. "Días antes estaba tan emocionado... no sé qué pasó", expresó. Pero con firmeza decidió que tendría una conversación seria con él, explicándole que la escuela es importante y que tendría que acostumbrarse a ella.
Historias como la de Said se repiten en muchas partes de México. El primer día de clases es un día de emociones intensas, y aunque para algunos niños es un momento emocionante, para otros, como Said, es una prueba de valor y adaptación. Al final, lo único cierto es que el camino de la educación es un viaje que se recorre un paso a la vez, y para Said, ese primer paso tendrá una segunda oportunidad en el segundo día de clases.