Por generaciones, Altos Hornos de México fue mucho más que una empresa. En Monclova y la Región Centro de Coahuila, sus hornos encendidos significaban prosperidad: casas que se construían con cada quincena, hijos que llegaban a la universidad, comercios que florecían alrededor de una industria que, en sus mejores años, rompía récords de producción.
Aquel tiempo quedó marcado en la memoria de miles de obreros que vestían con orgullo el uniforme acerero y que, cada amanecer, sabían que su esfuerzo sostenía no solo a sus familias, sino a toda una ciudad. Entre turnos de día y de noche, entre calor extremo y jornadas interminables, se forjaron historias de dignidad que aún hoy resuenan en los pasillos vacíos de la siderúrgica más grande de América Latina.
En 2013, cuando la crisis financiera empezaba a asomarse, un proyecto pretendió revivir ese pasado glorioso: el Proyecto Fénix. La escultura monumental del ave, hecha de acero y colocada a las puertas de la planta, simbolizaba el renacer que todos anhelaban.
El Proyecto Fénix no era una simple remodelación. Fue una de las expansiones industriales más ambiciosas de la región y del país. La inversión incluyó un molino de placa tipo Steckel, un alto horno de última generación, un horno de arco eléctrico, un horno olla y una cuarta máquina de colada continua destinada a la producción de planchón. Además, se contemplaron nuevas minas de hierro y carbón, un enorme puente con 228 apoyos de trabes reforzadas y unidades de servicios auxiliares que prometían modernizar cada etapa de la producción.
Se dijo que todo ello convertiría a Altos Hornos de México en la siderúrgica más competitiva del continente. Que generaría miles de empleos, impulsaría la economía local y devolvería a Monclova el lugar que alguna vez tuvo en la industria nacional. El entonces presidente Enrique Peña Nieto llegó en julio de 2013 a inaugurar oficialmente la obra, destacando su importancia estratégica para el desarrollo económico del país.
Decían que el Fénix emergía de las cenizas y que el futuro llegaría con la fuerza del acero. Pero la promesa se desmoronó igual que los viejos muros de las naves industriales. La producción se detuvo, llegaron los despidos y se acumuló la deuda con trabajadores que entregaron décadas de su vida. Hoy, a tres años de salarios y finiquitos sin pagarse, la figura del ave permanece oxidada y solitaria, convertida en un recordatorio de todo lo que pudo ser y no fue.
Cuando el acero construía sueños
Antes de la crisis, Altos Hornos de México fue el motor que movía a toda una región. Sus trabajadores no solo tenían un empleo: contaban con beneficios que muy pocas empresas ofrecían en el país.
Las quincenas puntuales eran más que un salario: eran la garantía de que habría comida en la mesa, uniformes escolares y un futuro mejor. Muchos de los hijos de acereros se convirtieron en profesionistas gracias a las becas y apoyos educativos que la empresa entregaba.
Las prestaciones incluían servicio médico, préstamos para vivienda, seguros de vida y programas de ahorro que ayudaron a miles de familias a construir un patrimonio. Para muchos, fue la oportunidad de comprar su primera casa, su primer auto o de poner un pequeño negocio.
Las historias se repiten en los barrios de Monclova y de la Región Centro: el taller mecánico que nació con un crédito de AHMSA, la tiendita que se surtía gracias a las utilidades de cada mayo, los jóvenes que estudiaron ingeniería o medicina porque su padre trabajaba en el alto horno.
Gerardo Leiva Moreno lo resume con orgullo, antes de lamentar el final:
"Sí me dio. Me dio un salario con el que pude estar bien. Pude sostener a mi familia. Pude hacer mi casa. Todo eso fue gracias al producto de mi trabajo, pero también porque la empresa era fuerte."
Para muchos, el uniforme acerero representaba respeto. No era raro que se escuchara decir: "Mi papá trabaja en Altos Hornos", como si eso bastara para que cualquiera entendiera que aquella familia vivía con dignidad.
En las festividades decembrinas, los aguinaldos llenaban las calles de compras, regalos y celebraciones. Cada quincena se traducía en movimiento para las tortillerías, los taxis, las estéticas, las refaccionarias y cada negocio de Monclova.
Por décadas, Altos Hornos de México no solo fabricó acero: fabricó bienestar. El vacío que dejó no se mide únicamente en toneladas de producción, sino en miles de sueños que, por un tiempo, se hicieron realidad.
Mientras tanto, en las calles, aún hay hombres y mujeres que recuerdan con un nudo en la garganta aquellos días en que Altos Hornos de México era sinónimo de futuro. Algunos decidieron compartir su testimonio:
Gerardo Leiva, quien pasó por ladrillo refractarios, transportes, aceración y talleres, recuerda el sacrificio diario y la traición final:
"Me siento defraudado porque no me dieron mi terminación ni mi prima de antigüedad. Siempre nos robaron en cuestión de salario, vacaciones, utilidades... Aunque rompíamos récords de producción. Yo no digo que Altos Hornos no me dio, sí me dio, pero yo también le di mi vida. No cualquiera aguanta ese trabajo, con frío, con calor, con esas friegas. Y mire cómo terminamos."
Clemente Martínez Castañeda, de 76 años, trabajó más de dos décadas en ladrillo refractario:
"Fue una época de compañerismo y unión. Nadie pensaba que se iba a venir abajo de repente. El Ave Fénix decían que sería el nuevo comienzo, que la empresa se levantaría de la chatarra... pero todo se quedó en palabras."
José Luis Rivera, quien recorrió varias áreas durante 31 años, aún respalda a los que siguen luchando por lo que les corresponde:
"Nos dieron buenas prestaciones y buen salario. Pero no es justo que haya compañeros actualmente con tres años sin cobrar vacaciones, aguinaldos, ahorros. Yo les doy mi apoyo para que logren que se les pague todo eso."
Margarito de León Sánchez señala que el declive viene de mucho antes, desde el año de 1988
"Ese reajuste que hicieron fue fuera de toda legalidad. Ya traían un plan desde los ochenta para deshacerse de las empresas que fabricaban acero. Aquí fuimos más de 12,500 obreros que salimos, y detrás de cada uno había una familia. Antes no había universidades, pero había billete. Ahora hay escuelas... pero no hay dónde trabajar. Llevamos 34 años peleando esto y parece que ahora sí, tal vez, se haga justicia. Pero yo me pregunto: ¿hasta cuándo?"
Hoy el futuro de la empresa sigue incierto. Mientras se anuncian nuevas negociaciones para reactivar la producción, los trabajadores mantienen la esperanza de recuperar lo que por años construyeron con su esfuerzo.
El Ave Fénix permanece inmóvil, como la memoria de un renacer que nunca llegó. En cada hombre y mujer que vistió el uniforme acerero habita el recuerdo de los días en que el acero significaba progreso y dignidad. Aunque hoy los hornos estén apagados y las deudas sigan creciendo, queda la certeza de que esta ciudad fue forjada con sudor y orgullo.
Y quizá algún día, el Fénix vuelva a alzar el vuelo