SABINAS, COAH.- El sonido del organillo es uno de los elementos más representativos del folclore mexicano, un eco del pasado que sigue resonando en las calles y plazas de nuestro país. Los organilleros o cilindreros, con su característico uniforme y la pesada caja de madera que cargan sobre los hombros, se han convertido en símbolos de la cultura popular, llevando consigo un legado musical que conecta a generaciones.
Después de varios años de ausencia, Sabinas recibe de nuevo a uno de estos guardianes de la tradición: Agustín Arturo Cárdenas Morales, un organillero proveniente del Estado de México. Su llegada no solo marca el retorno de una tradición que muchos creían perdida, sino también la continuación de una historia de esfuerzo, sacrificio y pasión por la música.
Agustín comparte cómo su travesía hacia el norte del país solía tomar meses. Viajando desde la capital, pasaba por Puebla, Veracruz y otros estados, deteniéndose en cada pueblo para ofrecer sus melodías y ganarse la vida. "Es un trayecto largo y costoso, y hacerlo directamente es prácticamente imposible. Por eso, vamos de pueblo en pueblo, trayendo un pedazo de la Ciudad de México a cada rincón del país", relata.
La necesidad lo llevó a adaptarse. En sus inicios, Agustín viajaba en autobús, pero pronto se dio cuenta de que esta forma de transporte no era sostenible. "Muchos choferes no quieren llevarnos porque el organillo es grande y pesado. A veces nos querían cobrar de más, y eso se vuelve insostenible", explica. Fue entonces cuando decidió ahorrar cada peso para comprarse un vehículo propio, un sacrificio que ahora le permite moverse con mayor libertad y eficiencia. "Con mi auto, puedo llegar a cualquier lugar sin depender de nadie. Termino aquí y en un momento puedo estar en Cuatro Ciénegas", añade con satisfacción.
Pero Agustín no viaja solo. Lo acompañan su sobrino y un hijo adoptivo, quienes lo ayudan no solo en la recolección del apoyo ciudadano, sino también en la preservación de la tradición familiar. Estos jóvenes, al igual que Agustín, comparten la pasión por el organillo y entienden la importancia de mantener viva esta tradición que, aunque ha cambiado con el tiempo, sigue siendo un emblema de la identidad mexicana.
A pesar de las dificultades de ser un músico itinerante, Agustín y su familia trabajan todo el año. "No descansamos en vacaciones. Solo cuando regresamos a nuestra ciudad natal nos permitimos unos pocos días de descanso, pero incluso entonces preferimos ir a la plaza a tocar. Así no descuidamos a la familia ni la tradición", dice Agustín, demostrando su dedicación.
La música del organillo, con sus notas nostálgicas, tiene un profundo significado histórico y emocional, especialmente para aquellos que provienen del sur y del centro del país. "El organillo representa historia. Muchas personas recuerdan cuando sus padres los llevaban a las plazas y se encontraban con el organillero. Esos recuerdos están llenos de cariño y nostalgia, y es un honor ser parte de ellos", reflexiona Agustín. En cada melodía, los ecos del pasado cobran vida, y las historias de antaño resuenan en los corazones de quienes las escuchan.
El regreso de Agustín y su organillo a Sabinas no solo es un evento musical, sino también una oportunidad para que los habitantes de la ciudad se reconecten con sus raíces, revivan recuerdos y mantengan viva una tradición que ha viajado por generaciones. En un mundo donde las costumbres antiguas a menudo se desvanecen ante la modernidad, la presencia de Agustín es un recordatorio de que algunas tradiciones son demasiado valiosas para perderse.
Además, su historia es un ejemplo de resiliencia y adaptación, mostrando cómo, a pesar de las adversidades, es posible mantener vivas las tradiciones y continuar compartiendo la riqueza cultural de México con cada nueva generación. Agustín Arturo Cárdenas Morales y su organillo son, sin duda, un vínculo vivo entre el pasado y el presente, llevando a Sabinas un pedazo de historia, una melodía que nunca dejará de sonar.