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Opinión

Don Chinguetas, ya lo sabemos

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Por - 23 junio, 2022 - 00:24 a.m.
Don Chinguetas, ya lo sabemos

Don Chinguetas, ya lo sabemos, es un marido tarambana, dado a liviandades. Esta mañana su esposa le dijo: “Me contaron que anoche te gastaste 10 mil pesos con una mujer de la vida galante”. 

“¿Fue con una mujer de la vida galante? -exclamó don Chinguetas-. ¡Bendito sea el Señor! ¡Yo pensé que los había perdido!”. Prosapina, la hija del duque Sopanela, habló con su progenitor: “Entiendo, padre mío, que el honor de nuestra familia ha pasado de generación en generación”. “Así es, hija mía -confirmó el marqués-. De generación en generación ha ido pasando el honor de nuestra familia”. “Pues lamento decirte -le informó Prosapina-, que en mi generación ya se detuvo”.

El candidato presumía de moral. Afirmó en un discurso de campaña: “Hay 15 casas de mala nota en esta ciudad, y no he ido a una sola de ellas”. De uno de los asistentes al mitin surgió una pregunta: “¿A cuál es a la que no ha ido?”. 

El Estado mexicano, desorganizado, ha perdido toda autoridad frente a la delincuencia organizada. La cabeza del gobierno anda mal, y cuando la cabeza falla todo el cuerpo falla. Una y mil veces se ha dicho que la política de “abrazos, no balazos” a más de tonta -otra palabra más fuerte hay para calificarla- es contraria a la ley y al interés comunitario. 

El Ejército y la Marina, antes instituciones respetables y respetadas, son ahora objeto de escarnio y befa por quienes atentan contra el orden jurídico, que secuestran a soldados y marinos, los persiguen y los hacen objeto de injurias y maltratos. Por lo que hace a la Guardia Nacional tal se diría que está pintada en la pared. 

AMLO puso el grito en el cielo cuando un funcionario norteamericano declaró que al menos una tercera parte del territorio mexicano está bajo el control -o sea bajo el gobierno- de los cárteles de la droga, pero el dato del estadounidense se ve real. Tal es el caso del llamado “triángulo dorado”, que abarca partes de los estados de Chihuahua, Durango y Sinaloa, donde la única ley que rige es la impuesta por los narcotraficantes. 

El asesinato de los dos sacerdotes jesuitas sacrificados en la Tarahumara, donde igualmente impera la violencia criminal, es resultado de esa política de tolerancia impuesta por quien tiene como una de sus obligaciones principales la de dar seguridad a la población. 

El crimen cometido en Cerocahui hundirá todavía más el nombre de México en el extranjero, y esa pérdida de prestigio redundará en graves daños a la economía del país, gobernado, a ojos de los inversionistas internacionales, por un régimen de izquierda obsoleta y anacrónica presidido por un caudillo de conducta imprevisible, hostil a la empresa y a los empresarios. 

Cada vez la delincuencia ocupa más espacios y cada vez la sociedad civil sufre en mayor medida los efectos de la lenidad e ineficiencia del gobierno. Pobre  México, tan lejos de la ley y tan cerca de la criminalidad. Don Sinople, el marido de doña Panoplia de Altopedo, dama de buena sociedad, le dijo a su chofer: “Te regalo esta piyama. La compré ayer y anoche me la puse, pero a mi esposa no le gustó”. 

“Le agradezco mucho el obsequio, señor -replicó el chofer-, pero si la piyama no le gustó a la señora con usted, conmigo tampoco le va a gustar”. El vecino de Libérula, joven mujer de conducta generosa, tenía un perico al cual ponía en la ventana para que tomara el sol. 

Cada vez que Libérula pasaba frente a su jaula el loro le decía: “Piruja”. Ella se quejó con el dueño del cotorro, y el hombre lo amenazó: si le volvía a decir “piruja” a la vecina le retorcería el pescuezo. La siguiente vez que Libérula pasó por ahí le dijo el perico: “Ya sabes”.

 FIN.

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