Y sin embargo se mueve
Desde lo más alto de la Torre Inclinada de Pisa, Galileo Galilei arrojó dos pelotas de distintos pesos y ambas golpearon el suelo al mismo tiempo. Eran los primeros intentos por comprobar las leyes que rigen el mundo natural y que en mucho allanaron el camino para el estudio de la mecánica. Pero Galileo buscaba más explicaciones y las encontró en la astronomía, rama de la ciencia de la cual se le considera el padre.
Con un pequeño telescopio, empezó a estudiar la Luna a la que describió en su libro “Sidereus Nuncius” o “Mensajero Sideral”, quizás la primera obra de divulgación científica de la historia. La describía como una superficie áspera y montañosa y fue más allá el pisano al escribir: “Hermosísimo y agradabilísimo es ver el cuerpo lunar, alejado de nosotros casi 60 semidiámetros terrestres, tan cerca como si distase tan solo dos de esas medidas, de modo que el diámetro de la propia Luna parezca casi 30 veces más grande. La Luna de ninguna manera está cubierta por una superficie lisa y pulida como pensaban los defensores del antiguo sistema aristotélico-ptolemaico, sino áspera y desigual”.
Pero sus observaciones empezaron a incomodar las teorías aceptadas por la Iglesia. Luego vino su confirmación de que la tierra gira alrededor del sol, incluso en una rotación diaria. El descubrimiento revelaba una sola verdad: el hombre no era el centro del universo. Todo esto lo publica en su libro “Diálogo Acerca de los Dos Sistemas Principales del Mundo” que se publicó un 22 de enero, pero de 1632.
En Europa corrían tiempos difíciles y la persecución religiosa asolaba al continente y su fue considerada por la inquisición católica como una espantosa herejía que ofendía a la fe, una amenaza a las sagradas escrituras, por lo que el científico fue llevado a juicio ante el Tribunal de la Santa Inquisición. Primero, el 12 de abril de 1633, antes de que se presentaran cargos en su contra, Galileo se vio obligado a testificar sobre sí mismo bajo juramento, con la esperanza de obtener una confesión. Esta había sido durante mucho tiempo una práctica estándar en los procedimientos por herejía, a pesar de que era una violación de la ley canónica del debido proceso inquisitivo, sin embargo, el interrogatorio no tuvo éxito. El científico no admitió ningún delito.
Los cardenales inquisidores se dieron cuenta de que el caso en su contra sería muy débil sin una admisión de culpabilidad, por lo que se arregló un acuerdo donde si admitía haber ido demasiado lejos en su tratamiento del heliocentrismo, se le perdonaría con un ligero castigo y si no, pues estaba la amenaza de terminar achicharrado en la hoguera.
Galileo se retractó y fue declarado culpable. La sentencia la trascribo: “Pronunciamos, juzgamos y declaramos que usted, … se ha hecho sospechar con vehemencia por este Santo Oficio de herejía, es decir, haber creído y mantenido la doctrina (que es falsa y contraria a las Sagradas y Divinas Escrituras) que el Sol es el centro del mundo, y que no se mueve de este a oeste, y que la tierra se mueve, y no es el centro del mundo”.
Y dijó: “No me siento obligado a creer, dijo, que un Dios que nos ha dotado de inteligencia, sentido común y raciocinio, tuviera como objetivo privarnos de su uso, pero hoy ante este Santo Oficio, abjuro los susodichos errores y herejías, no diré nunca más cosas por las cuales se pueda tener de mí semejante sospecha”.
Al final, la Iglesia prohibió su libro y lo condena a arresto domiciliario de por vida. Fue un triste final para el astrónomo, filósofo, matemático y físico italiano, un eminente hombre del renacimiento, padre de la astronomía moderna. La suya es una historia vergonzosa, un genio perseguido por la iglesia por pensar diferente en una época de oscuridad, una que duró 250 años y que causó la muerte de más de 90 mil personas acusadas de herejía y brujería que fueron torturadas y ejecutadas con métodos tan imaginativos y crueles, que harían palidecer a cualquier sicario de la actualidad.
Pero cuenta una leyenda, que al momento mismo de retractarse ante el Tribunal de la Santa Inquisición de su teoría y aceptar a regañadientes, que tenían razón, que la tierra permanecía estática y era el centro del universo, Galileo murmuró entre dientes “Y sin embargo se mueve”.
@marcosduranf