El poder judicial ha sido criticado durante mucho tiempo por su ineficiencia, privilegios, elitismo y falta de rendición de cuentas. Los índices de impunidad, los escándalos de corrupción recurrentes y el acceso a la justicia a menudo se niega a los más vulnerables. En este contexto, una reforma que promete "democratizarlo" —haciéndolo más independiente, eficiente, legítimo y menos privilegiado— podría parecer un avance largamente esperado.
Pero lo cierto es que la reforma no resuelve las causas estructurales de estos problemas. El sistema de justicia en México no se compone únicamente de jueces. Incluye fiscalías, policías de investigación, instituciones penitenciarias y una maraña de marcos procesales, todos los cuales permanecen intactos.
La reforma se centra estrictamente en transformar el método de acceso y permanencia del personal judicial, sometiéndolo a las urnas, un proceso que toca a aproximadamente 1700 cargos federales, además de los miembros de los 32 poderes judiciales locales, en un proceso electoral de dos fases. La primera votación, que será mañana, no tiene precedentes: 881 cargos federales, más de 3400 candidatos y cientos de puestos judiciales en 19 estados.
La reforma reduce el número de magistrados de la Suprema Corte de 11 a 9, elimina sus salas y establece sesiones plenarias obligatorias. Los mandatos se acortan de 15 a 12 años y se prohíbe explícitamente la reelección. Los magistrados ya no podrán suspender leyes ni emitir fallos con efectos generales en casos de amparo, lo que debilita las facultades de revisión judicial, pero que también es una respuesta a casos como el del narcotraficante Rafael Caro Quintero, que con amparos de jueces y magistrados federales, estuvo ¡40 años sin poder ser extraditado a los Estados Unidos!
Incluso la presidencia de la Corte se determinará por voto popular: el magistrado que obtenga la mayor cantidad de votos se convierte en presidente por dos años.
¿Y las urnas? Los ciudadanos elegirán entre docenas de nombres para cada vacante, sin financiación para las campañas, con escasas biografías oficiales y sin un debate público significativo. Tan solo el registro de candidaturas del INE ocupa 97 páginas. El resultado es un simulacro de elección: miles de nombres, pero ninguna forma de evaluar la competencia o la independencia. Además, poder votar será todo un galimatías, ¿Pero que esperaba? Estamos en México
La reforma introduce otros elementos como el Tribunal de Disciplina Judicial, también elegido por voto popular, que supervisará la conducta judicial. Los jueces cumplirán mandatos de nueve años y podrán ser reelectos, lo que fomenta la deferencia al poder político. Estas medidas someten a los jueces a presiones electorales y partidistas, lo que compromete aún más su independencia —-Si es que alguna vez la tuvieron—.
Algunos han llamado a esto un constitucionalismo abusivo, es decir, uso de cambios constitucionales formales para consolidar el poder y erosionar los controles y contrapesos. El legalismo autocrático describe regímenes que socaven las instituciones liberales por medios legales. La reforma de México se podría ajustar a ambas descripciones. Pero no nos asustemos, pues siempre ha sido así. Antes de esto, el PRIAN y los poderes fácticos, se repartieron por 30 años, desde que Ernesto Zedillo, que sí demolió de un plumazo la Suprema Corte en 1995, las posiciones de Ministros y una gran parte de jueces y magistrados federales que se convirtieron en un club familiar. Así que de asustarnos, pues tampoco.
Es verdad que esta no es una reforma que empodere a la ciudadanía, pero sí a las coaliciones gobernantes y a los poderes de facto capaces de movilizar votos o financiar campañas encubiertas. Desestima la experiencia, erosiona la autonomía judicial y rompe el equilibrio de poderes. ¿Alguna vez lo hubo?
Quienes la apoyan argumentan que la reforma trae la tan ansiada rendición de cuentas a una institución distante y corrupta. Los que la denuestan dicen que, en lugar de democratizarlo, transforma al poder judicial en un arma de consolidación política. Yo decidí votar mañana, pues ya sean 10 mil o un millón de votos, serán muchos más de las tres o cuatro personas que antes decidían.
@marcosduranfl