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Opinión

Desde mi Teclado

Óscar Rodríguez
Por Óscar Rodríguez - 27 septiembre, 2020 - 11:58 a.m.
Desde mi Teclado

Amables lectores, tengan ustedes un buen día.

Ya hemos cumplido medio año desde que comenzó la actual contingencia. Para quienes ya pasamos de los cincuenta años de edad, tal vez este período pudiera parecer menos prolongado que para quienes son más jóvenes. Esto es porque se dice que la percepción del tiempo es relativa a nuestro propio tiempo de vida.

Por ejemplo, para un niño que va entrando a la escuela primaria, seis años representan un equivalente a casi todo lo que ha vivido (casi un cien por ciento de su edad), en cambio para quienes ya tenemos una buena temporada peinando canas, un sexenio más no es la gran noticia (apenas un poco más del diez por ciento).

Al carecer de un mecanismo sensorial que detecte el paso del tiempo vivido (una especie de odómetro u horómetro), nos volvemos dependientes de artefactos como videos y fotografías o de nuestra propia memoria para confirmar el sendero cronológico en el que nos encontramos. Como decía la vieja canción de Domenico Modugno: “Me miro en el espejo y me pregunto si ese de allí soy yo”.

Al ser el tiempo imperceptible por nuestros sentidos, recurrimos a una representación figurada: un camino; una ruta en la que estamos inmersos y en constante movimiento. La inmensa mayoría de la humanidad nos hemos acostumbrado a esa idea y decimos que “el pasado ha quedado atrás” o que “tenemos un futuro brillante por delante”.

Sin embargo hay un pueblo que ve las cosas de diferente manera: los Aymara.

El pueblo Aymara habita en Sudamérica, principalmente en partes de Perú y Bolivia, aunque también en partes de Chile y Argentina. Una singularidad de este pueblo es su percepción del tiempo. Para ellos, el pasado está al frente y el futuro a nuestras espaldas.

Su explicación es muy sencilla: el pasado lo podemos ver y describir. En el pasado reciente, es decir al frente cercano, están los períodos anteriores de nuestras propias vidas. Un poco más lejos se encuentran los períodos de las vidas de nuestros padres y aún a mayor distancia están las vidas de nuestros abuelos y demás ancestros. Para representarlo de una manera simbólica, ellos ven el paso del tiempo como si fueran en la parte posterior del “caboose” de un tren.

Aunque a muchos de nosotros nos puede parecer muy extraña esa manera de ver las cosas, seguramente para ellos lo raro es nuestro punto de vista.

Habíamos quedado en que casi todo el mundo hablamos del futuro como algo que está al frente y del pasado como algo que ha quedado atrás. Pero ¿qué pasa si, por ejemplo, yo tenía programada una cita para el próximo miércoles y me avisan que se va a adelantar un día? ¿Qué día queda adelante del miércoles? El jueves. Sin embargo, en este caso muchos podríamos interpretar que el nuevo día para la cita es el martes. En este caso la cita se ha adelantado hacia el pasado… al estilo Aymara.

Creo que una lección que nos puede quedar de este caso es que aún cuando en principio una idea nos puede parecer extravagante y completamente errónea, bajo ciertas circunstancias podríamos coincidir en por lo menos algún punto.

A partir de que me enteré de la perspectiva Aymara del tiempo, cuando veo amigos que simpatizan con ciertas ideas, equipos deportivos o partidos políticos que no son de mi preferencia traigo a mi memoria el ejemplo del cambio de día arriba descrito y me resulta más fácil admitir la diversidad de pensamiento. Aunque a veces créanme, amables lectores, que por ejemplo no es fácil admitir que en la actualidad (y con todas las facilidades tecnológicas de que disponemos) haya un numeroso (y tengo entendido que creciente además) grupo de personas que piensa que la Tierra es plana.

Me resulta particularmente irónico que Eratóstenes, hace veintitrés siglos haya llegado a establecer con un margen de error bastante aceptable el tamaño del mundo. Pero en fin; seguramente los terraplanistas están convencidos de tener la razón.

Y aquí es donde aparece otra característica de la cultura Aymara. Su lenguaje.

Cada idioma tiene sus singularidades. Difícilmente se puede establecer una correspondencia completa entre los diferentes lenguajes. Me viene a la memoria la historia de los primeros misioneros que llegaron a la región de los Innuit, en el norte de Groenlandia, Canadá y Alaska. Cuando intentaron traducir “Cordero de Dios” resultó que en el idioma de este pueblo no existía la palabra equivalente a “cordero”, porque en esas latitudes no habita ese tipo de ganado.

Así como en nuestro idioma tenemos diferentes palabras para referirnos a ciertas partes del cuerpo según sea para personas o para animales (pie, espalda, boca cambian a pata, lomo, hocico), en el lenguaje de los Aymara existe una diferencia gramatical cuando lo que se afirma le consta y cuando no le consta a quien lo dice.

Es por ello que toda la historia se enseña haciendo uso de la forma del lenguaje “no testigo”, a menos que el maestro haya visto el evento.

Siendo así, solamente algunos astronautas podrían afirmar que les consta que la Tierra es redonda. Quienes no lo hemos visto, quedamos al mismo nivel que los terraplanistas: “Nos dicen que”.

Quedan algunos otros temas por comentar, pero esos los veremos más adelante… o más atrás, dirían los Aymaras.

Que tengan ustedes una excelente semana.

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