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Opinión

Amor a Dios y al prójimo

P. Noel Lozano
Por P. Noel Lozano - 07 noviembre, 2021 - 10:19 a.m.
Amor a Dios y al prójimo

La centralidad del mensaje de esta semana es el amor. “Amarás al Señor tu Dios...”; “amarás al prójimo...”. Éste es el mandamiento más grande de todos, primero amor a Dios y segundo amor al prójimo, nos dice Jesús en el Evangelio. En la primera lectura, el pueblo de Israel confiesa su fe en el Dios único y, a partir de ella, profesa su amor total y exclusivo a Yahvéh. Jesús, nuestro sumo sacerdote, manifiesta lo que enseña ofreciéndose a sí mismo al Padre para salvación de los hombres e intercediendo en el cielo a nuestro favor.

La respuesta de Jesús al escriba que le ha preguntado sobre cuál de entre los 613 mandamientos que existían en su tiempo era el primero y más importante está tomada del Antiguo Testamento. La primera parte la toma del Deuteronomio, correspondiente a la primera lectura de este domingo; la segunda, del libro del Levítico, referida al amor al prójimo. La novedad del amor cristiano no está en el contenido, ya conocido y revelado por Dios. La novedad se funda en la unión indisoluble entre ambos mandamientos, haciendo de ellos uno solo: “No existe otro mandamiento mayor que éstos”.

Existen dos maderos para una cruz. En la cruz de Jesús se unen para siempre el madero vertical, amor a Dios, y el madero horizontal, amor al prójimo. No existe la cruz sin la unión de ambos maderos. No existe el amor cristiano sin la unión de ambos amores en el único misterio de la cruz. Es importante esta afirmación porque no es pequeña la tentación de separar lo que Jesús ha unido para siempre. La tentación de amar tan exclusivamente a Dios que nos olvidemos de los hombres; o la tentación de amar tan exclusivamente a los hombres que nos olvidemos de Dios. Esta tentación, si no es vencida, trae consigo consecuencias bastante dañinas. Por ejemplo, se deja la oración porque “la entrega a los demás y las actividades en favor de los demás son ya oración”. O se ha llegado a tal “perfección” en el amor a Dios que se puede con libertad murmurar y hablar mal del prójimo con la conciencia tranquila. Puesto que es mucho más difícil mantener uncidos estos dos amores que separarlos, hemos de estar muy atentos sobre nuestras actitudes y nuestros comportamientos para con Dios y para con nuestros hermanos. 

Si al final de cada día, cada cristiano examinara su conciencia sobre este amor “nuevo” y se propusiese ir progresando día tras día en el amor, la vivencia del cristianismo mejoraría en muchos de nosotros. Lo más significativo de estos dos amores, vertical y horizontal, es que constituyan una cruz y no una cómoda butaca. La experiencia y la vida de Jesús nos dicen elocuentemente que el amor cristiano, llevado a sus últimas consecuencias, termina en una cruz. Desde esa cruz el amor se abre a los cuatro puntos cardinales, se hace universal.

El amor nos proyecta a la Eucaristía. El amor de Jesús al Padre y a los hombres hasta la cruz y la resurrección se renueva hora tras hora en cada altar donde se celebra la Eucaristía. El amor vertical y horizontal de Jesús, su amor universal, no ha pasado a la historia, sino que la cruza hora tras hora y día tras día hasta el fin de los tiempos. La Eucaristía es el amor redentor de Jesús eternizado, más allá de las condiciones históricas de su pasión y muerte. En la Eucaristía se repite, bajo el velo del sacramento, su pasión de amor en el corazón de la historia. 

El amor a Dios y el amor al prójimo no son dos corceles que cada uno corre por su cuenta en el estadio de la vida. Más bien, están unidos a un mismo carro sobre el cual el hombre corre por la historia y la atraviesa en marcha hacia su destino y su fin en la eternidad. Para que sean cristianos, estos dos amores deben llegar a constituir un único amor inseparable. Este amor cristiano es “nuevo” además porque en él se resumen y estructuran todos los otros preceptos existentes en el mundo judío, como también todos los mandamientos, leyes y preceptos de la existencia cristiana en cada momento de la historia. El lazo del amor es el lazo de la perfección. Y desde el amor todos los preceptos se revisten de la hermosura y de la perfección misma del amor. El texto evangélico termina diciendo: “Y ninguno se atrevía a hacerle preguntas”, para indicar que la respuesta ha dado en el clavo, y por tanto cualquier otra pregunta sale sobrando. Nosotros, los cristianos, ese amor “nuevo” lo descubrimos en la cruz de Jesús.

Santa María Inmaculada, de la Dulce Espera, Ruega por nosotros.

P NOEL LOZANO: Sacerdote de la Arquidiócesis de Monterrey. www.padrenoel.com; www.facebook.com/padrelozano; padrenoel@padrenoel.com.mx; @pnoellozano

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