Dios se revela como Amor
El misterio trinitario es un misterio de Dios que es Amor. Este domingo celebramos la fiesta de la Santísima Trinidad, una fiesta que nos pone delante de un misterio que se ha ido revelando a lo largo de la historia, y se ha ido revelando como “Amor”. Un Dios que es Padre lleno de misericordia, un Dios que es Hijo y nos ofrece su amistad incondicional, un Dios que es Espíritu Santo y nos consuela e ilumina cuando lo invocamos. Dios que es Amor interviene con mano fuerte y brazo poderoso para sacar a su pueblo de Egipto, símbolo de servidumbre y opresión, leemos en el Deuteronomio. Dios que es Amor regala a sus discípulos una misión maravillosa y les asegura su compañía a lo largo de los siglos, como leemos en el Evangelio. Dios que es Amor hace a los hombres sus hijos adoptivos para que puedan clamar con Jesús: “abba”, es decir, “Padre”, nos explica San Pablo en su carta a los romanos.
Aunque en el AT se encuentran ya figuras que preparan la revelación del misterio trinitario, el Dios del AT, el Dios de Moisés, se revela en su unicidad de cara a otros dioses que no son dioses. En la pedagogía de Dios con el hombre tiene lugar primeramente la revelación de un Dios único y personal que en su amor inenarrable se elige un pueblo, lo libera y hace alianza con él. En la capacidad de apertura del hombre a lo divino, está primero la revelación de su carácter único, personal y salvífico ante los acontecimientos y situaciones que en aquellos siglos remotos encontraron los israelitas. El politeísmo circundante ejercía un fuerte atractivo sobre la religiosidad, todavía elemental, de las doce tribus de Israel. Había que proclamar y defender a toda costa la unicidad de Dios: “Reconoce hoy y convéncete de que el Señor es Dios allá arriba en los cielos y aquí abajo en la tierra, y de que no hay otro”, leemos en el Deuteronomio. En la misma línea que el deuteronomista, Isaías pone en boca de Dios estas palabras: “¿Hay algún dios fuera de mí, algún otro apoyo que yo no conozca? y poco antes había dicho de los ídolos: “Todos ellos son una nulidad, sus obras una nada, viento y vacío son sus estatuas”. La tentación de la idolatría no pertenece al pasado. Acecha en la esquina de cada época y de cada cuadrante de la historia. En nuestros días, en una sociedad pluriétnica y religiosamente individualista, la tentación casi parece invadente.
En todas las épocas ha sido verdad que si Dios no existe, habrá que inventarlo. Y así ha sido efectivamente. No hay pueblo ni cultura, desde la más primitiva hasta la más avanzada, que no se haya fabricado sus dioses. La historia de las religiones da fe de ello. Ni siquiera los ateos están exentos de esta ley. Ellos cambiarán el rostro de sus ídolos, divinizarán al “Partido”, darán culto al “jefe”, lucharán por plantar el cielo en la tierra... Es evidente que no se puede asesinar eso que el hombre lleva inscrito en su misma naturaleza. En la historia humana, las generaciones han visto caer muchos ídolos, pero surgen otros nuevos. Estamos en un momento muy propicio para que los cristianos hablemos al mundo no de ídolos, sino del Dios único y verdadero, que nos ha revelado Jesús. Es una enorme pena que, cuando muchos hombres necesitan que alguien les hable de Dios, los cristianos nos sumerjamos en el silencio por ignorancia, por temor o por excesiva prudencia humana. No tengamos miedo, Dios mismo pondrá en nuestros labios las palabras justas para que hablemos bien de Él.
Posiblemente, los cristianos no hacemos visible a Dios, porque no tenemos una experiencia viva de Él, porque nuestro trato con Dios es a veces más con una abstracción que con un Dios vivo, que se llama Padre, Hijo y Espíritu Santo. La justicia se hace visible en un hombre justo, la verdad en un hombre veraz, el amor en un hombre que ama realmente, pues de esa misma manera Dios se hace visible en un hombre que ha experimentado el amor, la ternura, la grandeza y belleza de Dios; en un hombre “que ha visto, ha oído, ha tocado” a Dios en la Sagrada Escritura, en la oración, en los sacramentos, en el hermano. ¿No es verdad que cada cristiano debería ser como un ostensorio del Dios viviente, del Amor trinitario? Si Dios no está más presente en nuestro mundo, no nos desalentemos. Digámonos: “Es hora de esfuerzos, es hora de responsabilidad”. Dios nos ama y se nos revela como Amor.