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Opinión

El Pan que hace fuertes

P. Noel Lozano
Por P. Noel Lozano - 08 agosto, 2021 - 09:08 a.m.
El Pan que hace fuertes

El Pan que hace fuertes

Una realidad, muy tangible en nuestros tiempos, es el ver cómo nos preocupamos mucho por consumir lo que mejor nos hace. Cuidamos el tener las defensas altas, cuidamos la proteína, cuidamos los excesos de azúcar y carbohidratos etc. Además, la pandemia ha venido a ponernos de alguna manera en alerta sobre muchos malos hábitos alimenticios, muchas rutinas que no eran saludables, etc. Este fin de semana vemos en los textos bíblicos una realidad: hay un pan que nos hace fuertes. Un pan que es fruto del trabajo del hombre y se convierte en pan del cielo para aquél que lo consume. Es el Pan de la Eucaristía. Un pan que como bien afirmaba Santo Tomás de Aquino, hace un poco más de 800 años, que el Pan de la Eucaristía tenía un posible doble efecto: la vida eterna para quién lo recibía convenientemente, o la condenación eterna para quién no lo hiciera así. Podemos decir ahora que por “convenientemente” debiéramos entender “fructuosamente”. Es de conveniencia y sumamente fructífero mantenernos alimentados con este Pan.

Vemos, en el libro de los Reyes, como Elías se encuentra en una situación algo desesperada. Jezabel le ha amenazado de muerte. Para evitar lo peor se echa a la fuga. Al llegar a Berseba de Judá no sabe qué hacer, está sin orientación. Angustiado se desea la muerte. En ese momento Dios interviene mandándole por medio de un ángel pan del cielo. El pan que Dios le da le saca primeramente de su angustia y de su descarrío, y luego le da fuerzas extraordinarias para marchar hasta el monte Horeb, donde Dios se reveló a Moisés como Yahvéh, donde Dios hizo alianza con su pueblo y donde Dios entregó a Moisés las dos Tablas de la Ley. Ese pan del cielo que fortificó a Elías es prefiguración del pan bajado del cielo, que es el mismo Jesús. Es tal la fuerza de ese pan divino que puede cambiar radicalmente al hombre. Ese pan del cielo ha sostenido y dado fuerza a millones de millones de seres humanos en el transcurso de los siglos. La Eucaristía no sólo es el centro de todos los sacramentos y de la misma vida cristiana, sino también la mayor fuerza del cristianismo.

A Elías el pan que el ángel le ofrece le hace olvidarse de su hastío de la vida y le infunde nuevas ganas de vivir para ser propagador y defensor de la fe en Yahvéh. Jesús es el pan vivo, bajado del cielo; es decir, el pan que da la vida nueva, cuyo poder insospechado obró maravillas en los primeros cristianos que se reunían semanalmente para la fracción del pan. Fortalecidos con ese alimento celestial difundieron la Buena Nueva de Jesús en todos los rincones del imperio romano, se esforzaron por vivir una vida moral que llamaba la atención de los paganos, estuvieron dispuestos a sufrir persecuciones e incluso el martirio.

Cuando en el corazón del hombre habita Jesús, haciéndole partícipe de su propia vida divina mediante el pan de la Eucaristía, entonces “ya no soy yo quien vivo -por usar palabras de san Pablo-, es Cristo quien vive en mí”. Por otra parte, el pan que da la vida de Jesús al creyente, es también el pan que hace vivir. Hace vivir al hombre desanimado, infundiéndole razones para vivir; hace vivir al hombre desorientado, abriéndole horizontes de futuro y esperanza; hace vivir al hombre descarriado enderezando sus pasos por el camino del amor para ser como Jesús un pedazo de pan para sus hermanos los hombres; hace vivir al hombre desesperado de la vida mostrándole que es bello entregarse a Dios y a los demás, con Jesús, como oblación y víctima de suave aroma. Ese pan divino nos da la vida, nos hace vivir y además nos enseña el arte de vivir. Arte que consiste en ser grano de trigo que muere, se pudre, revive, se convierte en espiga, es triturado para llegar a ser harina, es amasado y puesto al fuego para convertirse en pan dorado para saciar el hambre de Dios que tienen tantos hombres.

La Eucaristía tiene en sí toda la fuerza de Dios, somos nosotros con nuestra pequeñez, con nuestro orgullo, con nuestra poca fe los que impedimos a la fuerza de Dios que se manifieste en nuestras vidas. Digamos al Señor con toda el alma: “Señor Jesús, creo en la Eucaristía, aumenta mi fe”, “Señor Jesús, amo la Eucaristía, aumenta mi amor”. Pidamos al Señor una fe y un amor gigantes, para que en nuestra vida se haga verdad la eficacia de la Eucaristía y así ser testimonio vivo de esa eficacia en nuestro ambiente de familia y de trabajo. En esta pandemia el pan que nos ayudará a ahuyentar dudas, miedos, temores será el Pan Eucarístico.

Santa María Inmaculada, de la Dulce Espera, Ruega por nosotros.

P NOEL LOZANO: Sacerdote de la Arquidiócesis de Monterrey. www.padrenoel.com; www.facebook.com/padrelozano; padrenoel@padrenoel.com.mx; @pnoellozano

Una realidad, muy tangible en nuestros tiempos, es el ver cómo nos preocupamos mucho por consumir lo que mejor nos hace. Cuidamos el tener las defensas altas, cuidamos la proteína, cuidamos los excesos de azúcar y carbohidratos etc. Además, la pandemia ha venido a ponernos de alguna manera en alerta sobre muchos malos hábitos alimenticios, muchas rutinas que no eran saludables, etc. Este fin de semana vemos en los textos bíblicos una realidad: hay un pan que nos hace fuertes. Un pan que es fruto del trabajo del hombre y se convierte en pan del cielo para aquél que lo consume. Es el Pan de la Eucaristía. Un pan que como bien afirmaba Santo Tomás de Aquino, hace un poco más de 800 años, que el Pan de la Eucaristía tenía un posible doble efecto: la vida eterna para quién lo recibía convenientemente, o la condenación eterna para quién no lo hiciera así. Podemos decir ahora que por “convenientemente” debiéramos entender “fructuosamente”. Es de conveniencia y sumamente fructífero mantenernos alimentados con este Pan.

Vemos, en el libro de los Reyes, como Elías se encuentra en una situación algo desesperada. Jezabel le ha amenazado de muerte. Para evitar lo peor se echa a la fuga. Al llegar a Berseba de Judá no sabe qué hacer, está sin orientación. Angustiado se desea la muerte. En ese momento Dios interviene mandándole por medio de un ángel pan del cielo. El pan que Dios le da le saca primeramente de su angustia y de su descarrío, y luego le da fuerzas extraordinarias para marchar hasta el monte Horeb, donde Dios se reveló a Moisés como Yahvéh, donde Dios hizo alianza con su pueblo y donde Dios entregó a Moisés las dos Tablas de la Ley. Ese pan del cielo que fortificó a Elías es prefiguración del pan bajado del cielo, que es el mismo Jesús. Es tal la fuerza de ese pan divino que puede cambiar radicalmente al hombre. Ese pan del cielo ha sostenido y dado fuerza a millones de millones de seres humanos en el transcurso de los siglos. La Eucaristía no sólo es el centro de todos los sacramentos y de la misma vida cristiana, sino también la mayor fuerza del cristianismo.

A Elías el pan que el ángel le ofrece le hace olvidarse de su hastío de la vida y le infunde nuevas ganas de vivir para ser propagador y defensor de la fe en Yahvéh. Jesús es el pan vivo, bajado del cielo; es decir, el pan que da la vida nueva, cuyo poder insospechado obró maravillas en los primeros cristianos que se reunían semanalmente para la fracción del pan. Fortalecidos con ese alimento celestial difundieron la Buena Nueva de Jesús en todos los rincones del imperio romano, se esforzaron por vivir una vida moral que llamaba la atención de los paganos, estuvieron dispuestos a sufrir persecuciones e incluso el martirio.

Cuando en el corazón del hombre habita Jesús, haciéndole partícipe de su propia vida divina mediante el pan de la Eucaristía, entonces “ya no soy yo quien vivo -por usar palabras de san Pablo-, es Cristo quien vive en mí”. Por otra parte, el pan que da la vida de Jesús al creyente, es también el pan que hace vivir. Hace vivir al hombre desanimado, infundiéndole razones para vivir; hace vivir al hombre desorientado, abriéndole horizontes de futuro y esperanza; hace vivir al hombre descarriado enderezando sus pasos por el camino del amor para ser como Jesús un pedazo de pan para sus hermanos los hombres; hace vivir al hombre desesperado de la vida mostrándole que es bello entregarse a Dios y a los demás, con Jesús, como oblación y víctima de suave aroma. Ese pan divino nos da la vida, nos hace vivir y además nos enseña el arte de vivir. Arte que consiste en ser grano de trigo que muere, se pudre, revive, se convierte en espiga, es triturado para llegar a ser harina, es amasado y puesto al fuego para convertirse en pan dorado para saciar el hambre de Dios que tienen tantos hombres.

La Eucaristía tiene en sí toda la fuerza de Dios, somos nosotros con nuestra pequeñez, con nuestro orgullo, con nuestra poca fe los que impedimos a la fuerza de Dios que se manifieste en nuestras vidas. Digamos al Señor con toda el alma: “Señor Jesús, creo en la Eucaristía, aumenta mi fe”, “Señor Jesús, amo la Eucaristía, aumenta mi amor”. Pidamos al Señor una fe y un amor gigantes, para que en nuestra vida se haga verdad la eficacia de la Eucaristía y así ser testimonio vivo de esa eficacia en nuestro ambiente de familia y de trabajo. En esta pandemia el pan que nos ayudará a ahuyentar dudas, miedos, temores será el Pan Eucarístico.

Santa María Inmaculada, de la Dulce Espera, Ruega por nosotros.

P NOEL LOZANO: Sacerdote de la Arquidiócesis de Monterrey. www.padrenoel.com; www.facebook.com/padrelozano; padrenoel@padrenoel.com.mx; @pnoellozano

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