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Opinión

La autoridad del amor

P. Noel Lozano
Por P. Noel Lozano - 26 septiembre, 2021 - 09:58 a.m.
La autoridad del amor

La autoridad del amor

Vemos en el libro de los Números la maravillosa respuesta de Moisés a Josué cuando le informa que dos ancianos estaban profetizando sin autoridad: “ojalá que todo el pueblo de Dios fuera profeta”. Habla Moisés sobre la donación del Espíritu de Dios a los setenta jefes del pueblo en camino por el desierto. Marcos en el Evangelio refleja ciertos aspectos de la vida de los discípulos y de los primeros cristianos en sus relaciones internas y en las relaciones con los que no pertenecen a la comunidad cristiana, destaca un problema con el que hay que luchar constantemente: la envidia. Santiago se dirige al final de su carta a los que se corrompieron, que lloren por las desgracias que les esperan, por las injusticias contra el salario del pobre y los más débiles, recriminando su conducta y haciéndoles reflexionar a la luz del juicio final. Queda clara la llamada de Dios: ejercer la autoridad del servicio, la autoridad del amor.

Lo primero que salta a los ojos, leyendo los textos de este fin de semana, es que la comunidad cristiana primitiva y ya antes la comunidad judía del desierto están marcadas por la limitación e imperfección. Resulta evidente la intolerancia exclusivista respecto a quienes no pertenecen al propio grupo sea por parte de Josué : “Mi señor Moisés, prohíbeselo”, sea por parte de Juan: “Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y no viene con nosotros y tratamos de impedírselo”. Otro punto es el escándalo que algunos miembros “fuertes” y “grandes” de la comunidad dan a los “pequeños”, poniendo en peligro su fe sencilla y su misma pertenencia a Cristo. Entre quienes causan un escándalo imponente están los ricos, que ponen la seguridad en sus riquezas. Y que además se aprovechan abusivamente de los pobres, no pagando diariamente el salario a los obreros, entregándose al lujo y a los placeres, pisoteando en perjuicio del pobre la ley y la justicia. Aprendamos una cosa: ninguna comunidad cristiana concreta está exenta de imperfecciones, debilidades y miserias. En muchos momentos, la iglesia ante esta realidad nos invita, de cara al pasado a purificar la memoria, y de cara al presente al arrepentimiento y a la renovación. Una comunidad imperfecta nos hace vivir más conscientes de que el Espíritu de Dios, no el hombre, es el alma que la vivifica y santifica con su presencia y sus dones.

Ante todo, se ha de recalcar la gran tolerancia, o mejor dicho, la enorme apertura de espíritu de Jesús frente a quienes no pertenecen al grupo, a la comunidad creyente. “No se lo impidan”, dice Jesús a Juan y a los discípulos. Este comportamiento de Jesús halla su prefiguración en el de Moisés, al saber que su espíritu ha sido comunicado a Eldad y Medad que no pertenecían al grupo de los setenta: “¿Es que estás tú celoso por mí? ¡Ojalá que todo el pueblo de Yahvéh profetizara porque Yahvéh les daba su espíritu!”. Jesús motiva su postura con dos reflexiones:

1) Quien invoca mi nombre para hacer un milagro, no puede luego inmediatamente hablar mal de mí. La persona de Jesús ejerce un influjo universal, no puede quedar encerrada dentro de los límites institucionales.

2) Quien no está contra nosotros, está con nosotros. Y esto es verdad, incluso cuando no se pertenece a la misma comunidad de fe. Por otra parte, dentro de la comunidad las relaciones entre los diversos miembros han de regirse por el mandamiento de la caridad. Esa caridad que podríamos llamar “pequeña”, moneda corriente para la convivencia diaria. Simplemente, por ejemplo, dar un vaso de agua con la única intención de vivir la caridad cristiana. Otra forma de vivir la caridad es evitando el escándalo. Por amor hacia el hermano uno debe estar dispuesto a acabar con cualquier cosa que lo pueda dañar. Los ricos, por su parte, han de ser muy conscientes de que sus riquezas no son tanto para gozarlas y despilfarrarlas cuanto para ponerlas al servicio de los necesitados.

En la Iglesia sólo algunos han sido llamados por Dios para ejercer la autoridad institucional, pero todos tenemos el derecho y el deber de ejercer la autoridad de la caridad. Puesto que el cristiano concibe la autoridad como servicio, la jerarquía practica su servicio mirando por la buena marcha de la comunidad eclesial en la doctrina, en la vida moral, en las acciones litúrgicas. Por su parte, las personas buenas ejercen su autoridad sobre la comunidad entregando con generosidad sus vidas a Dios y a los hombres, atrayendo hacia Dios y hacia el Espíritu a muchos con su comportamiento y testimonio de vida.

En la Iglesia hay ricos de bienes, y muchos de ellos son a la vez ricos de amor verdadero. En la Iglesia se dan también los pobres en bienes, pero que poseen una riqueza extraordinaria de fe, de amor y de esperanza. Hay también, desgraciadamente, los otros, los ricos de bienes y pobres de amor, los pobres de bienes y ricos en ansias de lucro y de riquezas. No nos engañemos. Los verdaderos ricos en la Iglesia son los santos. Si además de ser ricos en santidad, son ricos en generosidad, mucho mejor. La tarjeta de identidad del buen cristiano es la de aquél que ha aprendido a vivir la verdadera riqueza y autoridad, en el servir, compartir y amar.

 Santa María Inmaculada, de la Dulce Espera, Ruega por nosotros.P NOEL LOZANO: Sacerdote de la Arquidiócesis de Monterrey. www.padrenoel.com; www.facebook.com/padrelozano; padrenoel@padrenoel.com.mx; @pnoellozano

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