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Opinión

La fe nos interpreta

P. Noel Lozano
Por P. Noel Lozano - 01 agosto, 2021 - 10:22 a.m.
La fe nos interpreta

La fe nos interpreta

Se puede decir que la fe es principio válido para interpretar y dar sentido trascendente a la existencia humana. Vemos como la fe interpreta y da sentido a la vida de los israelitas que caminan exhaustos por el desierto, les asegura que no están abandonados, sino que Dios con su poder y su amor paterno está con ellos. La fe interpreta y da sentido a la vida de los oyentes de Jesús, de forma que sean capaces de ver en la multiplicación de los panes un signo de la presencia eficaz de Dios en medios de ellos, leemos en el evangelio. La fe interpreta y da sentido al cristiano, haciéndole descubrir que ya no es hombre viejo sino nuevo, y que debe hacer resplandecer la novedad de Jesús en su vida, nos dirá San Pablo. Podemos decir que el poder de la fe es la palanca que sostiene y eleva a los hombres.

Dios es el primero que no abandona al hombre a sus necesidades más fundamentales de subsistencia. Por eso, socorre a su pueblo con pan, carne y agua en su larga marcha desde Egipto a la Tierra Prometida; Jesús, por su parte, imitando a Dios su Padre, ante una multitud que desfallece de hambre, cumplirá el mismo gesto divino multiplicando los panes y los peces. Pero el pan, aunque necesario, es insuficiente; tiene que ir acompañado por la fe, de modo que Dios no sea un simple benefactor, sino además el Dios trascendente y santo; de modo que la gente no vea en Jesús un candidato a rey, sino el Mesías de Israel y el Hijo de Dios

La dimensión social del cristianismo es obvia, pero nace de la fe en Jesucristo. Y se desvirtuaría si, separándola de la fe, se hiciese del cristianismo un supermercado gratuito o una agencia de beneficencia social. El pan sin la fe carece de sabor cristiano. La fe sin pan simplemente no tiene sabor. Los cristianos somos invitados a unir en nuestro obrar el pan con la fe y la fe con el pan. La separación, por desgracia, ha causado no pocos estragos dentro de la misma vida de la Iglesia y en la imagen que del cristianismo se han formado quienes no son cristianos. Si cada uno acoge la invitación a unir pan y fe, fe y pan, el cristianismo y el mundo serán mejores.

Los hombres estamos acostumbrados a ver el poder en el dinero, en las armas, en las influencias, en el estado, en la autoridad moral. Vemos hoy un poder diferente, el poder de la fe. Es evidente que la autoridad moral, de algunos santos, no proviene principalmente de sus cualidades, sino de su fe, una fe tan grande en Dios capaz de romper barreras y destruir muros, una fe tan ardiente que no les detiene en su entrega ni la edad ni la enfermedad ni las dificultades que se puedan interponer en sus trabajos por Dios. Pensemos sencilla y agradecidamente en el poder de la fe en nosotros mismos, en las personas que están a nuestro alrededor y con las que convivimos, en tantísimos cristianos esparcidos por todos los rincones de nuestro planeta. El poder de la fe siempre brilla y trasciende al tiempo, por ejemplo, en los santuarios marianos: Lourdes, Fátima, Guadalupe… Pregúntese cada uno qué puede hacer para que otras personas experimenten en carne propia el poder de la fe. El poder de la fe es la palanca que sostiene y eleva el mundo.

Santa María Inmaculada, de la Dulce Espera, Ruega por nosotros.

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