En el texto que leemos del profeta Ezequiel, nos encontramos con algunas sentencias por parte de Dios a los poderosos de la época, donde les deja claro que Él es el Señor de la vida y de la historia, y que, a través de los humildes y sencillos, Él actúa en la sociedad. La mejor manera para descubrir esta voz de Dios, y su paso en nuestra vida, es en la vida de oración.
San Pablo, invita a la comunidad de Corinto, a caminar siempre guiados por la fe y agradando a Dios para que, al comparecer delante de Cristo, recibamos el premio de nuestros actos. Un caminar que debe estar sustentado por una intensa vida de oración, sino oramos perdemos la brújula de la vida.
En el Evangelio vemos como Jesús pone en escena una gran enseñanza, el reino de Dios crece en nuestro interior de forma sencilla, la semilla hace su trabajo sola, quien la planta se acuesta a dormir y de la noche a la mañana, la semilla ha germinado y la planta va creciendo sola, sin que éste sepa cómo sucede este crecimiento. El Reino de Dios va creciendo en las personas que se hacen terreno fértil para el crecimiento de la semilla. Y a veces ni nos damos cuenta, igual como le sucede al labrador que sembró, sólo se da cuenta cuando ve el brote que sale de la tierra. La tierra se prepara, se cuida y se hace fértil dependiendo siempre de nuestra vida de oración.
En la Sagrada Escritura, leemos en diversos momentos como Dios nos va enseñando diversas formas de orar; la oración es la base sobre la que construimos nuestra relación con Dios. Abrahán, en el génesis, aparece como modelo de oración de intercesión por los habitantes de Sodoma. En el Evangelio Jesús nos enseña con el padrenuestro dos modos de orar: la oración de deseo, en la primera parte, y la oración de súplica en la segunda. San Pablo en la carta a los colosenses nos ofrece el fundamento de toda oración cristiana, la experiencia del misterio de la muerte y resurrección de Jesús, de la oración que se hace vida y entrega por amor.
1. La oración de intercesión. Interceder es unirse a Jesús, único mediador entre Dios y los hombres, y participar de alguna manera en su mediación salvífica. En la intercesión, en efecto, el orante no busca su propio interés, sino el de los demás, incluso el de los que le hacen mal. Normalmente se intercede por alguien que está en necesidad, en peligro o en dificultad. Así lo hace Abrahán ante la situación de Sodoma y Gomorra, a punto de ser destruidas por su maldad. La de Abrahán es una intercesión llena de atrevimiento y osadía para con Dios, pero al mismo tiempo de grandísima humildad. “¡Mira que soy atrevido de interpelar a mi Señor, yo que soy polvo y ceniza! Supón que los cincuenta justos fallen por cinco, ¿destruirías por los cinco a toda la ciudad?”. La oración de intercesión complace a Dios, porque es la propia de un corazón conforme a la misericordia del mismo Dios. Pero la eficacia divina, obtenida por el intercesor, puede encontrar acogida o rechazo en la persona por la que se intercede. Ante la intercesión de Abrahán, Dios intercede y salva a Lot y a sus hijas, pero Sodoma y Gomorra son arrasadas por el fuego. Esta oración es hermosa, interceder por otros es ayudar a que la semilla sembrada por Dios germine y crezca adecuadamente.
2. La oración de deseo. Lo propio del amor es pensar primeramente en Aquél que amamos. Por eso, en el padrenuestro que Jesús nos enseñó, el corazón del creyente eleva hasta Dios el deseo ardiente, el ansia del hijo por la gloria del Padre, siguiendo las huellas de Jesús. ¿Qué es lo que el cristiano más puede desear en este mundo? Jesús nos responde: Que sea santificado el nombre de Dios, que venga su Reino. El cristiano desea ardientemente que Dios sea reconocido como santo, como totalmente diferente del mundo, como el totalmente Otro, como el Trascendente que sostiene nuestra libertad y alienta nuestra hambre de trascendencia. El cristiano anhela fuertemente que se establezca el reino y reinado de Dios sobre la tierra, el reino del Mesías que abre las puertas a todos los pueblos y a todas las naciones. Una oración de deseo, esta llamada a dar mucho fruto, a crecer silenciosamente en el propio corazón y en el corazón de aquellos por los que oramos.
3. La oración de súplica o petición. En la segunda parte del padrenuestro, pedimos a Dios por las necesidades fundamentales de la existencia humana. Las pedimos no individual, sino comunitariamente. Es la Iglesia en mí y conmigo la que pide a Dios el pan de cada día, el perdón de los pecados, la fuerza ante la tentación para todos los cristianos, para todos los hombres. Son peticiones que se hacen a Dios como Padre, y por ello con total confianza y seguridad de ser escuchados; pero son también peticiones audaces porque pedimos cosas nada fáciles, sobre todo si tenemos en cuenta el misterio de la libertad de Dios y de la libertad del hombre. En la oración enfrentamos el combate por la victoria del bien sobre el mal, del árbol que realmente crece y da fruto, del que queda troncado por la falta de agua, es decir de gracia y de oración.
4. Dime cómo oras y te diré quién eres. Hay quienes piensan que el valor del hombre y su identidad se miden por su cuenta bancaria, por su rango social, por su poder sobre los demás, por su saber, por su fama... Más bien habrá que decir que el hombre es lo que ora, vale lo que ora. ¿Oras? ¿Oras de verdad, con toda el alma? ¿Oras mucho, con frecuencia? ¿Oras con oración de deseo, buscando sinceramente a Dios en tu oración? ¿Oras desinteresadamente, por quienes tienen necesidad de Dios, de su misericordia y de su amor? ¿Oras con confianza, con abandono en el poder y en la sabiduría de Dios que conoce lo que es mejor para los hombres? ¿Oras con un corazón eclesial, abierto a todos? ¿Oras, como Jesucristo, con tu vida hecha oblación por la salvación de los hombres? Si oras, y oras así, eres cristiano auténtico. Si no oras, o si tu oración está desprovista de estas cualidades, tu tarjeta de identidad cristiana está muy desfigurada. Por todo esto, conviene recordar que la familia, la escuela, la parroquia deben escuelas de oración. No nos sucede que enseñamos muchas cosas a los niños, y ¿nos olvidamos quizá de enseñarles a orar? Solo así daremos fruto y germinará la semilla del evangelio adecuadamente.
Santa María Inmaculada, de la Dulce Espera, Ruega por nosotros.
P NOEL LOZANO: Sacerdote de la Arquidiócesis de Monterrey. www.padrenoel.com; www.facebook.com/padrelozano; padrenoel@padrenoel.com.mx; @pnoellozano