Levantemos el corazón.
La Ascensión de Jesús marca una etapa nueva y definitiva para los apóstoles. Jesús resucitado ya no aparecerá más, sino que sube al cielo para interceder por los hombres ante el Padre. Este suceso es narrado por los hechos de los apóstoles, subrayando el estupor y asombro de aquellos hombres. El evangelio insiste, de modo particular, en la misión que Jesús confía a sus apóstoles. Se trata de un verdadero mandato apostólico: Vayan y prediquen. Por otra parte, vemos como Pablo hablando a los Efesios, subraya la necesidad de comportarse adecuadamente conforme a la vocación recibida, pues a cada uno se le ha dado la gracia en la medida del don de Cristo. En defnitiva vemos como los apóstoles se encuentran ante una nueva situación. Por una parte, según las palabras de Jesús, deben esperar para ser revestidos del Espíritu Santo, pero por otra parte, deben meditar que ya ha empezado la hora de dar continuidad a la obra de Jesús en el mundo.
La fiesta de la Ascensión de Jesús es una cordial invitación a levantar nuestra mirada, nuestro corazón a las cosas del cielo, sabiendo que allá donde ha entrado Cristo cabeza, entrará también el cuerpo de Cristo que es la Iglesia. La exhortación del apóstol Pablo resulta siempre actual: Así pues, si han resucitado con Cristo, busquen las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. “Aspiren a las cosas de arriba, no a las de la tierra. Porque han muerto, y su vida está oculta con Cristo en Dios”, dirá San Pablo.
En un mundo como el nuestro en el que el avance tecnológico es increíble y en el que las posibilidades de manipulación se han extendido casi sin límites a todos los sectores de la existencia humana, se hace presente un cierto temor. El temor de que todo este avance se vuelva de algún modo contra el mismo hombre. Decía San Juan Pablo II: “El hombre vive cada vez más en el miedo. Teme que sus productos, naturalmente no todos y no la mayor parte sino algunos y precisamente los que contienen una parte especial de su genialidad y de su iniciativa, puedan ser dirigidos de manera radical contra él mismo”. Estas palabras nos invitan a estudiar el problema en toda su profundidad, no todo lo que tenemos a nuestro alcance es bueno, ni necesariamente malo, pero no siempre es lo más adecuado y mejor en nuestro camino hacia el cielo.
Para superar este miedo y, más aún, para evitar que las creaciones del hombre se vuelvan contra él mismo, es necesario que, a la par con el avance tecnológico, exista un verdadero desarrollo de la ética y de la moral. Sólo respetando las leyes del Creador, el hombre podrá llevar a cabo realizaciones dignas de su vocación y misión. Cuando el hombre se separa de la ley divina y de los dictámenes de la recta razón se precipita en la falta de sentido. Cuando el hombre pone su plena confianza en los tecnológico y científico, está dando un crédito desmedido a los intrascendente; en cambio, cuando pone su confianza en Dios y todo lo demás lo ilumina con criterios evangélicos, está apostando por el cielo y por la esperanza que le ayuda a mantener el miedo en su lugar y el corazón elevado hacia el cielo.
Podemos decir que la fiesta de la Ascensión nos invita a tener nuestra mirada fija en el cielo, donde reside Cristo a la derecha del Padre, pero las manos y el esfuerzo en esta tierra que sigue teniendo necesidad de la manifestación de los hijos de Dios. Es una invitación a seguir trabajando por construir la “civilización del amor” y “dar razón de nuestra esperanza a todo aquel que nos la pidiere”, como nos invita San Pedro.
El cristiano debe ser un hombre de esperanza y de luz en medio de un mundo de tanta tiniebla. Los hombres de nuestro tiempo necesitan un mensaje positivo y de esperanza, un mensaje que les ayude a levantar los ojos y el corazón hacia Dios. La evangelización comprende además la predicación de la esperanza en las promesas hechas por Dios mediante la nueva alianza en Jesucristo; la predicación del amor de Dios para con nosotros y de nuestro amor hacia Dios, la predicación del amor fraterno para con todos los hombres: capacidad de donación y de perdón, de renuncia, de ayuda al hermano, que por descender del amor de Dios, es el núcleo del Evangelio; la predicación del misterio del mal y de la búsqueda activa del bien”
Santa María Inmaculada, de la Dulce Espera, Ruega por nosotros.
P NOEL LOZANO: Sacerdote de la Arquidiócesis de Monterrey. www.padrenoel.com; www.facebook.com/padrelozano; padrenoel@padrenoel.com.mx; @pnoellozano