La fuerza real de la fe
Este fin de semana nos detenemos ante una virtud muy lastimada y menospreciada en nuestro tiempo: la fe. En primer lugar tenemos en escena a aquélla mujer enferma, que ante la imposibilidad de ser curada se encuentra con la fuerza curativa de la fe en Jesús; la fe en Jesús será la respuesta curativa no sólo para una enfermedad física, sino ante el desaliento emocional y moral por el que pasaba. En un segundo momento vemos como la muerte se impone a la vida de la hija de Jairo, pero nuevamente, la fe en Jesús es la respuesta para encontrar la vida, para encontrar la luz en el aparante final de aquel túnel en el que se encontraban. Dos escenarios del evangelio que evidencian que Dios no ha creado la muerte, sino que Él es El Señor de la vida, nos dice el libro de la Sabiduría, y tiene, por tanto, poder sobre la misma muerte. La fuerza de la fe y el poder de Dios se manifiestan en la vida de cada persona, esa fe que se hace realidad en todos los momentos de la vida, especialmente cuando nos enfocamos no sólo en nuestros problemas sino en aprender a ayudar a los más necesitados como nos expone San Pablo en la carta a los Corintios.
El Evangelio presenta un altísimo contraste entre la incapacidad humana ante la enfermedad y la muerte, por un lado, y por otro la fuerza impresionante de la fe. Vemos como aquélla mujer llevaba doce años enferma. Había recurrido a todos los medios humanos, pero todos habían resultado un fracaso. No sólo no mejoró, sino que había empeorado. La mujer, en su trágica situación, está desesperada. La incapacidad humana es manifiesta. La única actitud ante tal incapacidad es la fe. Lo que el hombre, con todos sus medios, no puede hacer, lo puede lograr el poder de la fe. Con esta convicción se acerca a Jesús, le toca con la mano y con la fe, y queda curada. A Jairo le sucede lo mismo. Su hija ha muerto. Ya no hay remedio: la muerte ha vencido. No pertenece a la experiencia humana el poder volver a la vida. Pero la fe es más fuerte que la muerte. Y por eso Jesús dirá a Jairo: “No temas. Basta con que tengas fe”. Y Jairo con la fe dio por segunda vez la vida a su hija. ¡Magníficos ejemplos de la fuerza de la fe!
Por otro lado, nos encontramos con una recomendación muy hermosa, para fortalecer la fe: la experiencia de la compasión, de la caridad con el prójimo, de la generosidad material. La segunda lectura nos habla de la colecta organizada por Pablo en algunas de las comunidades por él fundadas en favor de los hermanos necesitados de Judea. La colecta muestra el poder de la fe. Pablo y los cristianos, provenientes del mundo greco-romano, tienen que vencer prejuicios raciales muy poderosos; tienen que superar un cierto antisemitismo existente ya en la cultura helenística; tienen que sobreponerse sobre todo a obstáculos culturales: mentalidad cerrada de los cristianos de Judea, idea de que todos tienen que ser como ellos, si quieren ser auténticos cristianos. El poder de la fe en Jesús se impone sobre todos estos aspectos, y empuja a los cristianos a un gesto extraordinario de caridad, porque todos somos hermanos en Jesús, y nos debemos ayudar unos a otros.
No pensemos que el poder de la fe es algo del pasado, de tiempos oscuros donde la fe, la superstición y la irracionalidad caminaban al mismo paso y en mezcolanza. El poder de la fe no está limitado ni en el espacio ni en el tiempo; tampoco está limitado por el cuerpo o por el alma. El poder de la fe es total. Hoy sigue habiendo milagros, y milagros frecuentes, en gente que con una fe inmensa pide a Dios, por intercesión de la Virgen Santísima o de algún santo, la curación del cuerpo o la del alma. Existen además esos miles de pequeños “milagros”, que nadie conoce, sino los interesados, pero que ellos saben que son obra del poder de Dios. Y si la fe es tan poderosa, ¿por qué los hombres, en muchas ocasiones, tenemos tan poca fe? ¿Qué miedos hay agazapados en nuestro espíritu que nos impiden esa fe gigantesca capaz de hacer florecer el milagro, en el desierto de un mundo quizá excesivamente racional?