Amanecía un cálido día del mes de abril de 1885, y el vecindario apacible y somnoliento de Monclova, se despertaba con la novedad de que Inocencia Aguirre, de escasos 13 años y la menor de tres hermanas que vivían solas, había desaparecido.
La mayor de ellas de nombre María, se dedicaba a las labores de costura, misma que realizaba en su domicilio, lugar a donde se aprontó Idelfonso Velázquez, soltero de 35 años, originario de Monterrey y dedicado a vender "remedios para todo tipo de males".
El fuereño se acercó al domicilio de las muchachas, solicitando se le confeccionaran unos calzoncillos que habría de recogerlos esa misma noche, ocasión que aprovechó para "flechar" a Inocencia.
Según ella, se metió a dormir como lo hacía ordinariamente, sin imaginar lo que pasaría más tarde. Relató que cuando ella despertó, Idelfonso montado en un caballo la llevaba en brazos, “al que le suplicó que la regresara a su casa”, sin embargo ella desistió porque según él, si no aceptaba, la convertiría en "animal de rabia", haciendola creer que tenía esos poderes.
Fueron interceptados en la Villa de Sabinas, Coahuila, de donde los regresaron para ponerlos a disposición de las autoridades locales de Monclova, y a Idelfonso tras las rejas, acusado de estupro. También nombraron como "matronas" a las señoras Ma. Josefa Falcón y Gertrudis Esquivel, para que se encargaran de "examinar" a Inocencia y la ropa que le recogieron para indagar los "restos y huellas" que confirmaban el acto sexual.
Semanas después, Inocencia haciéndose acompañar de su hermana mayor, acudieron ante el Juez Andrés Charles para manifestarle su desistimiento de la acusación, reconociendo que la jovencita había actuado por voluntad propia, quedando en libertad inmediatamente el supuesto raptor.
Archivo Municipal
Arnoldo Bermea / Cronista de la Ciudad