Contactanos

Coahuila

Las cartas sobre la mesa

Por P. Noel Lozano - 16 diciembre, 2018 - 09:13 a.m.

La alegría verdadera es fruto de la fe

En el contexto del adviento este es un domingo especial: domingo de la alegría. Alegría ante un futuro lleno de esperanza. Una esperanza que es fruto de la alegría de saber que Dios se acerca a mi realidad para liberarme de tantas cosas que me impiden ser auténticamente feliz. Sofonías en el antiguo testamento proclama la alegría para los habitantes de Jerusalén que verán alejarse el dominio asirio y la idolatría y podrán rendir culto a Dios con libertad, una alegría del mismo Dios que exulta de gozo al estar en medio de su pueblo para protegerlo y salvarlo. San Pablo predica a los Filipenses una alegría constante y desbordante, porque la paz de Dios custodiará sus mentes y sus corazones en Cristo Jesús. Una alegría proclamada y gritada por Juan el Bautista al pueblo mediante su predicación sobre el Mesías, que instaurará con su venida la justicia y la paz entre los hombres. Vemos como esta alegría es fruto de la fe que lleva a todos a caminar en la esperanza.

1. Es necesario estar alegres, la tristeza no tiene lugar en la vida. Necesario porque Dios ha anulado tu sentencia. Sofonías imagina a Dios como a un jefe de tribunal que, después de haber dictado sentencia condenatoria, la anula. ¿Cómo no alegrarse? Históricamente se refiere a la pesante opresión que el imperio asirio ejercía sobre el reino de Judá en tiempo del rey Josías, y de la que Dios le ha liberado. Alegrarse porque Juan el Bautista, el precursor, proclama la Buena Nueva de Cristo y, con él y como él, todos los precursores de Cristo en la sociedad y en el mundo. Por todo ello, podemos decir que el cristianismo es la religión de la alegría. Pero, alegría en el Señor, como nos recuerda san Pablo, más allá de fiesta es fruto del espíritu, de la fe y de la luz que es esperanza.

2. El evangelio es un mensaje de la alegría. Meditado en este día sobre la perícopa evangélica, vemos como el evangelio de la alegría se dirige a todo tipo de personas: a la gente en general, a los publicanos, a los mismos soldados. Este Evangelio consiste sobre todo en la donación y amor al prójimo, que cada categoría debe vivir según sus circunstancias. Así la gente es invitada a compartir con los más necesitados el vestuario y la comida. Los publicanos vivirán el amor fraterno cobrando los impuestos con exactitud y justicia, sin adiciones egoístas de lucro personal. Respecto a los soldados, por un lado que estén contentos con el salario que reciben, suponiendo que es justo; por otro lado, que a nadie extorsionen y a nadie denuncien falsamente. En resumen, el evangelio de la alegría se implanta y produce frutos magníficos allí donde se vive el mandamiento del amor, cada uno según su profesión y su condición de vida.

3. Alegrarse es vivir con los ojos puestos en el futuro. Sofonías anuncia la liberación de Jerusalén y Judá, pero todavía no ha llegado. Con todo, ya el mismo anuncio debe ser causa de alegría. Juan Bautista goza ya por anticipado de la venida del Mesías, aunque todavía no se haya hecho presente. Los cristianos vivimos con alegría este período de adviento, aun a sabiendas de que la Navidad no ha llegado todavía. Los cristianos estamos afincados en el presente, pero con la mirada puesta en el futuro, que ha de ser siempre fuente de alegría. El cristiano, hombre de la esperanza, dirá: “Todo tiempo futuro será mejor” y esto le infunde una grande alegría. Mejor, no precisamente por mérito de los hombres, sino por acción misteriosa y eficaz de Dios en la historia y en las almas. Mejor, porque el progreso científico, y sobre todo moral de la humanidad, sin olvidar la ambivalencia y deficiencias del progreso, contribuye de alguna manera al reinado de Dios en el tiempo y en la vida de los hombres. Y ¿cómo no alegrarnos del futuro si estamos convencidos de que el futuro está en manos de Dios, porque Él es el Señor de la historia y quien tiene en su poder las llaves del futuro? Incluso en medio de la prueba y de la tribulación, el futuro sonríe al cristiano maduro en su fe.

4. Alegría y paz son fruto de tu relación con Dios. Amor, alegría y paz son dones del Espíritu Santo. En cuanto dones del Espíritu Santo sería un error identificar el amor con el sentimiento amoroso o con los amoríos, la alegría con las alharacas y la paz con la ausencia de guerra, destrucción y muerte. La paz de Dios es algo, nos dice san Pablo, que supera toda inteligencia. Y lo mismo vale para la alegría. Siendo dones del Espíritu Santo, únicamente quien las ha recibido por la fe, está en condiciones de experimentarlas, conocerlas, poseerlas, disfrutarlas, transmitirlas. La paz que habita en el alma del creyente inspira una alegría interior atrayente, que se manifiesta en el talante de la persona, que se contagia hasta con la sola presencia. Por su parte, la alegría de la que el Espíritu dota al creyente, transmite paz y orden en la vida, serenidad y armonía, y sobre todo una especie de ataraxía, de imperturbabilidad espiritual, que provoca en todos admiración. Alegrémonos en el Señor. Vivamos la Paz de Dios. La Navidad está ya a las puertas. La alegría verdadera es fruto de la fe, de la oración y de una disposición especial del corazón.

Santa María Inmaculada, de la Dulce Espera, Ruega por nosotros.

P NOEL LOZANO: Sacerdote de la Arquidiócesis de Monterrey.

www.padrenoel.com

www.facebook.com/padrelozano

padrenoel@padrenoel.com.mx

@pnoellozano

Artículos Relacionados