Hay una silla muy especial en nuestro país, una en la que pocos se han sentado y desde donde se rige el destino de todos los mexicanos; me refiero a la silla presidencial.
Es considerada el símbolo máximo del poder político en México, junto con la banda presidencial que da nombramiento al Comandante Supremo.
La silla presidencial, es un objeto material histórico que ha sido testigo de los vaivenes políticos y de los dramas nacionales.
Oficialmente no existe en sí una silla presidencial y tampoco sentarse en la misma confiere algún tipo de poder especial, pero se sabe de la existencia dos de ellas que son consideradas presidenciales, incluso una de ellas se afirma está “embrujada”.
Tradicionalmente al líder de un gobierno, estado, imperio, se les distingue con sitios y títulos que exhiben su poder por encima de los demás.
En Mesoamérica entre los indígenas nahuas, se daba el título de Tlatoani, que significa: “el que habla”. Este era aquel que tenía voz de calidad en el gobierno.
Por lo mismo, durante sus presentaciones en público se le situaba en un lugar que lo distinguiera, un mueble especialmente fabricado para resaltar su posición.
Al iniciar el virreinato de la Nueva España y después de haber sido construido el palacio virreinal en lo que hoy es el salón de recepciones, se construyó un trono con dos sillas especialmente adornadas para que las ocupara el Rey de España y su esposa, ambas estaban bajo una manta con un escudo bordado de cada uno de los reyes españoles.
Según se fueron sucediendo, este trono jamás fue utilizado pues estaba preparado para que algún monarca Español, visitará la Nueva España lo que nunca ocurrió.
Cuando el virrey hacía actos oficiales en este salón, usaba una silla de uso común la cual colocaban debajo y a la derecha de la plataforma donde se situaban las dos sillas del trono español.
Al final del virreinato de la Nueva España, el salón del trono fue remodelado y renombrado como salón del sóleo, es decir igualmente del trono, para que se hicieran las recepciones oficiales el nuevo monarca mexicano Agustín Iturbide o Agustín I.
Durante esta etapa, una banca de dos posiciones fue empleada como silla para uso exclusivo del emperador, aunque no era en sí una silla oficial para él, por otra parte, en la Catedral Metropolitana de México se guarda aún hasta hoy en día, una silla de madera recubierta con hoja de oro y tapizada de terciopelo la cual si se empleó como trono oficial de Agustín de Iturbide.
De esta silla, hay una copia en el Museo Nacional de las Intervenciones en Churubusco.
Después de la caída del primer imperio mexicano, el Salón del Sóleo, el cual no se había terminado de remodelar, se renombró como Salón de Recepciones.
Durante este periodo de la historia nacional, no existió una silla especial para el uso de los primeros mandatarios o los vicepresidentes de la República Mexicana, pero si existían un par de sillones presidenciales en el salón de sesiones que tenía el Congreso en el mismo palacio nacional.
Ambos eran de madera y estaban tapizados de terciopelo rojo, situados bajo una manta y una imagen de la Virgen de Guadalupe.
Estas sillas se destruyeron aproximadamente en el año de 1878 en uno de los tantos vaivenes armados de la política nacional.
Ambas por cierto no estaban marcadas de alguna manera para distinguir dónde se podía sentar el Presidente de la República y el Presidente del Congreso, así que ambos se podían sentar en cualquiera de ellas.
Lo que ya podríamos llamar en sí y en forma la primera silla presidencial, sería elaborada sin el consentimiento del entonces Presidente Benito Juárez, cuando se le presentó un regalo especial por parte de la escuela de artes y oficios fundada por el mismo Benito Juárez.
Aunque ésta, era ya una silla presidencial, no se sabe de qué nadie se empleará, excepto el presidente Juárez.
La única ocasión que se tiene registro de que un presidente de México se haya sentado en esta primera silla, es con el presidente por la convención de Aguascalientes Francisco Lagos Cházaro quien se tomó una foto sentado en ella, aunque no era una foto oficial.
Fuera de esto, esta silla solo parece en pinturas y murales donde se le relaciona con Benito Juárez y Porfirio Díaz, aunque tampoco se sabe que él se sentará en ella, por lo que se considera más un símbolo que un objeto de uso.
La silla está tallada en madera cubierta con hoja de oro en el respaldo y asiento de terciopelo rojo bordado con hilo de oro, se puede apreciar en ella un águila republicana de estilo francés coronada por un gorro frigio de donde salen los rayos del sol, simbolizando la liberación de la opresión y la República, así como la afiliación política masónica de Benito Juárez.
Las patas de la silla y sosteniendo los descansa brazos, están labradas en forma de un par de águilas, mientras los costados del respaldo llevan labradas hojas de laurel.
Esta primera silla permaneció en el Palacio Nacional durante los gobiernos de Benito Juárez, Sebastián Lerdo de Tejada, Juan N. Méndez, Manuel del Refugio González Flores, Porfirio Díaz, Francisco León de la Barra, Francisco I. Madero, Pedro Lascuráin Paredes, Victoriano Huerta y Francisco Carvajal.
Al término de este último gobierno y tras la convención de Aguascalientes se tiene la noticia de su existencia debido a la famosa fotografía donde Francisco Villa posa sentado en ella, a su lado está el General Emiliano Zapata el cual se sienta en otra silla.
La silla donde se sentó villa se exhibe actualmente en el Museo Nacional de Historia, en tanto la segunda silla presidencial que es la que permanece a la fecha en palacio nacional, fue enviado a fabricar por órdenes del entonces presidente de la república Porfirio Díaz la cual la envió a fabricar entre los años de 1904 y 1905 para conmemorar el centenario de la Independencia de México.
La misma está forrada de terciopelo verde y adornada con un águila dorada conocida comúnmente como el águila del centenario de la independencia, esta segunda silla ha sido re tapizada y modificada varias veces.
Sobre la primera silla hay varias anécdotas muy curiosas, la primera de ellas es que cuando el 6 de diciembre de 1914 Francisco Villa y Emiliano Zapata ingresaron con sus tropas a la Ciudad de México momentos antes de ingresar al Palacio Nacional, Zapata le había pedido a su hermano Eufemio, que fuera directamente hacia la silla presidencial y no permitiera que nadie se sentara en ella pues buscaba quemarla.
Su hermano Eufemio exigió en Palacio Nacional que le entregaran la silla para quemarla, pero había un detalle, en realidad su hermano ni siquiera sabía lo que buscaba, él pensó que la silla no era una para sentarse, sino una silla para montar a caballo, así que cuando le mostraron la misma y al darse cuenta de que no era una de montar, sino un sillón, se quedó perplejo y sin saber qué hacer, por lo cual no hizo lo que le pidió su hermano.
Poco después se tomaría la célebre fotografía en la que Villa aparece sentado en la silla presidencial, sonriente, Emiliano Zapata está a su lado, con una cara muy seria, se quedó molesto de no haberla podido quemarla.
Circula la versión que Zapata deseaba quemarla de manera simbólica, pues esta silla representaba todo aquello por lo que la revolución luchaba, el abuso de poder, la injusticia social, la pobreza, etcétera. Pero aunque suene bonito esto no es verdad y sólo es para crear mitos románticos sobre la lucha revolucionaria que justificarían más tarde el establecimiento y sostenimiento de lo que la postre vino a ser la supuesta lucha revolucionaria de cierto partido.
Zapata deseaba quemarla porque el firmemente creía que esta silla estaba maldita y que quien la ocupaba se transformaba en una mala persona, por lo que culpaba a la misma de las maldiciones políticas del país.
Zapata era un hombre sencillo, pero muy letrado y sabía perfectamente que los que la habían labrado no habían hecho siguiendo estrictamente ciertos rituales secretos de la asociación política a la que Juárez pertenecía llenando la silla de simbolismos políticos internacionales ajenos al espíritu político de México.
Por este motivo Zapata consideraba que al quemarla terminaría con la maldición que pesaba sobre los gobernantes que se sentaban en la silla.
De hecho, la segunda anécdota sobre esta silla y la famosa historia de la fotografía en la cual Villa y Zapata aparecen juntos en Palacio Nacional sucedió de la siguiente forma:
Cuando ingresaron al salón donde estaba la silla presidencial, se pusieron a discutir sobre a ver quién se sentaba en ella, Villa dijo: “bueno pues, Zapata siéntate”.
Zapata a su vez dijo: “Siéntese usted Villa”.
Villa respondió: “Zapata”
Zapata diría: “No tú siéntate, yo no gracias, el que se siente en ella se vuelve loco”.
Villa dijo: “A pues bueno, pues mejor que sea Felipe Ángeles, al fin y al cabo, él es intelectual”.
Por su parte Felipe Ángeles dijo: “no que la tomé zapata” y zapata: “no pues que Pancho Villa se siente, yo ni de loco me siento ahí”.
Y así estuvieron discutiendo un buen rato hasta que Zapata y Felipe Ángeles en un momento dado se voltearon a ver y con una risa mañosa de complicidad, al mismo tiempo tomaron a Villa de los brazos y los sentaron a fuerzas en la famosa maldita silla.
Ya Villa sentado sonriendo dijo: “Bueno vamos a ver qué se siente”.
Y de esa manera y durante dos semanas, Villa sería “presidente de México”, bueno simbólicamente al ocupar la silla presidencial.
A Zapata le arrimaron otra silla donde pudiera sentarse y en la que si se sentía cómodo hacerlo, aunque enojado con su hermano tomar la silla que consideraba maldita.
El rumor de que la silla estaba maldita fue tan grande que ningún presidente quiso ya sentarse en ella, por lo que permaneció arrumbada en un cuarto del Castillo de Chapultepec hasta que Lázaro Cárdenas en 1939, cedió el inmueble que servía como residencia de los mandatarios para el uso público.
Ahí fue encontrada por los nuevos museógrafos y puesta en exhibición, en su lugar se empleó la segunda silla para uso oficial, la cual permanece hasta nuestros días en Palacio Nacional, formando parte de los muebles oficiales de la presidencia y empleándose en actividades protocolarias.
Sobre si la silla presidencial está maldita, no lo podemos asegurar, tan sólo basta ver la historia nacional para desmentir o no esta creencia de Zapata.
En realidad, lo que hace a un buen o mal líder, no es una silla, sino lo que haga bueno o malo para lograr el poder.
Un buen líder es consciente de sus defectos y por ello se rodea de personas que no tengan esas carencias para ayudarle a gobernar sabiamente.
Cuando hay fracasos o un buen líder sabe reconocer sus errores, y cuando hay éxitos no los pregona a los cuatro vientos, simplemente los acepta con satisfacción de un trabajo bien hecho.
¿Cuántos verdaderos líderes tendremos hoy en día? Hoy los más llamados “líderes populares”, los funcionarios de este tiempo de todos los colores y sabores, necesitan cada año cientos de millones de pesos de las arcas públicas para gastos de imagen, para mostrarnos en todos los medios de comunicación lo buenos y lo grandes que son.
Creo personalmente que el papel de un buen líder con o sencilla presidencial, no es darse importancia a sí mismo, ni tampoco darle grandes a un pueblo, sino ayudarle a ese pueblo a extraer su propia grandeza.