En las cosas del Estado no ha cambiado mucho el estado de cosas. De un régimen siempre corrupto y a veces inepto pasamos a otro siempre inepto y a veces corrupto. Las inundaciones de Tabasco son una evidencia más de la incapacidad de la 4T para prevenir desastres y acudir en ayuda de sus víctimas; no hablemos ya -tanto se ha hablado- del mal manejo de la pandemia, del caos económico en que se debate la administración y del aumento en la tasa de muertos y desaparecidos por causa de la criminalidad. A todo eso se responde con medidas de alcalde de pueblo tomadas por el Presidente de la República, como ésa de que los funcionarios hagan aportaciones “voluntarias” salidas de sus sueldos y aguinaldos para comprar ambulancias.
Cada vez son más los que dicen que estábamos mejor cuando estábamos peor. Desde luego nadie quiere que regresen las corrupciones y frivolidades del pasado, pero hay que reconocer que en aquel tiempo no faltaban en las farmacias los medicamentos, la economía no andaba tan mal, el número de las víctimas del crimen no era tan elevado, y se atendían con oportunidad las necesidades de los damnificados por eventos de la naturaleza.
Ahora todo anda de cabeza. De la sartén caímos al fuego. O al agua, en el caso de Tabasco. Valdría la pena hacer una estadística de quienes votaron por López Obrador y ahora están arrepentidos de haberle dado su voto, pues ven cómo el país se le está deshaciendo entre las manos sin que él se ocupe de atender los grandes problemas nacionales y siga empleando el tiempo en minucias mañaneras y en escarbar una y otra vez en sus fobias y falacias.
No sé si estábamos mejor cuando estábamos peor; lo que sí puedo advertir es que en las cosas del Gobierno vamos para pésimo. Mantengo viva, sin embargo, mi esperanza en la fortaleza de México y de los mexicanos. Otros vientos hemos visto, y otras tempestades, y siempre hemos salido adelante. Ya vendrán tiempos mejores, pero no llegarán sin nuestra participación -la de la sociedad civil, quiero decir- y enmendando con nuestro voto los errores que con nuestros votos hemos cometido. Vayamos ahora a otra cosa.
La señora en trance de dar a luz le preguntó a su médico: “¿Podrá estar conmigo mi esposo en el momento del parto?”. “Desde luego que sí -respondió el facultativo-. Pienso que el padre de la criatura debe acompañar a la madre en el alumbramiento”. Después de una pausa dijo la señora: “No me parece buena idea, doctor.
Él y mi esposo no se llevan bien”. El político veterano le dio un consejo al joven que se iniciaba en la política. “Lo más importante en este oficio -le dijo- es la sinceridad. Sinceridad, siempre sinceridad, ya sea verdadera o no”.
Aparece en escena un nuevo personaje de esta columna: el duque Sopanela. Abanderado de las buenas formas, obedece los cánones de la cortesía hasta en los ámbitos más íntimos. “¿Sería usted tan amable, señora duquesa, de moverse un poco?”.
En cierta ocasión, sin embargo, hubo de hacer a un lado las convenciones sociales porque el propietario del cortijo vecino lo sorprendió en trance de coición adulterina con su esposa.
El señor duque saltó por la ventana sin llevar encima otra cosa más que unas gotas de la loción “Jardín de Arabia”, de la cual se hacía un asperges antes de cada cita erótica. El mitrado marido tomó su rifle, el que usaba cuando iba a cazar osos y jabalíes en los encinares que su familia poseía en Extremadura, y disparó sobre el que huía.
Narraba después en el casino el duque: “Corrí a todo lo que daban mis piernas. No me detuve sino hasta llegar a Madrid”. “Preguntó uno “Pues ¿dónde estabas?”. Replicó el duque Sopanela: “En Sevilla”.
FIN.