En las noches de bodas suele haber sorpresas. Pocas tan grandes, sin embargo, como la que se llevó en la suya don Pecunio, rico señor de edad madura que casó con Avidia, mujer joven y de atractivas formas. Cuando el provecto galán salió del baño se sorprendió grandemente al ver que su flamante desposada se hallaba ya sin ropa en el tálamo nupcial, pero con varias etiquetas en su profusa anatomía. En los labios mostraba una que decía: “Mil pesos”. En el busto otra con la leyenda: “5 mil pesos”, y más abajo otra marcada; “10 mil pesos”. Al ver eso don Pecunio meneó tristemente la cabeza y le dijo con pesaroso acento a Avidia: “Ahora sí ya no me cabe ninguna duda, Avi: te casaste conmigo por mi dinero”.
(Nota. Seguramente la tal Avidia no conocía una aleccionadora copla de antiguos tiempos dirigida a las muchachas en edad de merecer: “No te cases con viejo por la moneda. / La moneda se acaba y el viejo queda”). En el mundo sigue habiendo izquierdas y derechas. Yo, que por ser débil de carácter rehúyo los extremos, querría que sólo hubiera centros, pero parece que los pueblos no gustan de la aurea mediocritas, el dorado justo medio. No soy experto en politología -en nada soy experto-; mis opiniones se inspiran en esa gramática parda a la que se da el nombre de sentido común.
Entiendo, sin embargo, que actualmente hay dos clases de izquierdas: la antigua y la moderna. La moderna se basa en la idea de buscar el bienestar del pueblo usando todas las herramientas que puedan servir para tal fin, incluso las que se dirían de derecha. La izquierda antigua, en cambio, mantiene los dogmas del marxismo-leninismo de tiempos muy pasados; pone al Estado por encima de la persona e instaura un sistema populista fincado en la persona de un caudillo o en una burocracia partidista omnipotente. El caso de México ha de ser desconcertante para los estudiosos de esa volátil e inclasificable actividad humana llamada la política.
En efecto, tenemos un presidente que se dice de izquierda pero cuyas posturas son en muchos renglones de extrema derecha, fundadas en prédicas morales, e incluso religiosas, que en otros países no se atreven a esgrimir ni los más radicales derechistas. Revísense las actitudes asumidas por López Obrador en materias tales como los derechos de la mujer y de las personas de preferencias sexuales diferentes, y se advertirá con meridiana claridad ese derechismo. Lo sorprendente es que dicha conducta le rinde a AMLO buenos resultados. Curiosa paradoja, entonces, es el hecho de que el presidente que a diario fustiga a los conservadores es en el fondo un conservador. El pueblo de México también lo es, de ahí que siga dando su apoyo a López Obrador al mismo tiempo que califica desfavorablemente la mayoría de sus acciones. La verdad es que padecemos las consecuencias de un régimen de izquierda a la manera antigua: nacionalista, xenófoba, conservadora.
Y ciertamente estamos pagando los resultados de esa política que da la espalda a la modernidad. ¿Alguna vez se dará cuenta la 4T de que ya nos encontramos en el siglo veintiuno?... La señorita Himenia, célibe con muchos calendarios, le contó al doctor Duerf, siquiatra: “Todas las noches me sueño en una isla desierta. Una banda de salvajes me acomete con intenciones lúbricas. Entonces me despierto”. Propuso el analista: “Le daré un tratamiento para que ya no sueñe eso”. “¡Oh no, doctor! -se alarmó la señorita Himenia-. Deme un tratamiento para que no me despierte”... Aquel chico llegó a la edad adolescente. Le pidió a su papá: “Háblame de sexo”. Replicó el señor, mohíno: “Yo qué voy a saber de sexo, hijo. Tengo 20 años de casado”.
FIN.