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Opinión

Eran otros tiempos

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Por - 13 julio, 2022 - 00:39 a.m.
Eran otros tiempos

Eran otros tiempos, desde luego, cuando por ser joven tenía yo cosas importantes que hacer, como por ejemplo vivir. Emprendí entonces con un amigo la aventura de ir a Nueva York de aventón, y cruzamos la frontera sin más trámite que el de mostrar nuestras credenciales de estudiante. Lo más lejos que llegamos fue a San Antonio, Texas. Se nos acabó el dinero, y policías del alto de una casa, lentes verdes y cuello colorado empezaron a preguntarnos qué hacíamos allá. Decidimos entonces regresar a Saltillito, donde nadie nos preguntaba qué hacíamos acá. Había entonces un programa por el cual el gobierno de Estados Unidos extendía anualmente una determinada cantidad de permisos para trabajadores del campo, que en aquella época no se llamaban “migrantes”, sino “braceros”, y que iban a ganar dinero en “las pizcas”, o sea en la cosecha de los productos agrícolas en estados como California y Texas. 

Terminada la temporada de recolección regresaban a sus lugares de origen con una buena cantidad de dólares y la esperanza de volver a ser contratados el siguiente año. Había corrupción en esto, claro -¿cuándo no la ha habido en México?-, y no faltaban políticos que medraban con la venta ilegal de esos permisos, pero generalmente el tal programa funcionaba bien. En los pequeños municipios del norte de Coahuila el cargo de presidente municipal se sorteaba entre los notables del pueblo. El que perdía debía hacerse cargo de la alcaldía, y se daba a los mil diablos por su mala suerte, pues durante tres años quedaba impedido de ir a ganar dólares al otro lado. 

Después las cosas empezaron a cambiar. Vino el problema de los wetbacks o espaldas mojadas, que intentaban entrar a Estados Unidos por el río Bravo y muchos perecían en el intento. Ahora el caso de los migrantes asume caracteres de inmensa tragedia. No creo que la protocolaria entrevista de Biden y López Obrador vaya a servir para aliviar en algo ese doloroso drama, cuya magnitud supera la capacidad de los gobiernos. Mientras haya pobreza habrá migración, y pobreza siempre habrá en nuestro país, lo mismo que en los de Centroamérica y el Caribe. 

Y también habrá siempre en los Estados Unidos policías del alto de una casa, lentes verdes y cuello colorado. Un combatiente perdió una mano en la guerra. Los médicos del hospital militar le adaptaron un gancho  como el de los antiguos piratas. Tiempo después el hombre fue de vacaciones con su esposa. Estaban en la playa y pasó frente a ellos una exuberante rubia cubierta sólo con un minúsculo bikini y que traía las bubis, las pompas y las piernas llenas de esparadrapos y curitas. La esposa del hombre del gancho volteó a ver con mirada asesina a su marido. Y dijo él nervioso y asustado: “¡Te juro que ni la conozco!”. Un sujeto de aspecto extravagante llegó a la escuela de música. Llevaba consigo un pulpo. Ante los asombrados maestros y estudiantes declaró: “Puede tocar todos los instrumentos”. 

Sentaron al cefalópodo ante un  piano e interpretó una sonata de Beethoven. Le presentaron un violín y tocó un Capricho de Paganini. En el cello ofreció una versión perfecta de una Suite de Bach. Tocó la viola, el contrabajo, el arpa, la guitarra, el acordeón, el clavicordio, el órgano, la trompeta, el corno, el saxofón, el oboe, la flauta y el flautín, el clarinete, el trombón, la tuba, el xilófono, la marimba, la celesta, y luego todos los instrumentos de percusión que le pusieron. A alguien se le ocurrió traer una gaita escocesa. El pulpo la palpó por todos lados; la toqueteó, pero no la tocó. Dijo su estrafalario dueño. “Esperen a que se dé cuenta que no se la puede follar, y entonces empezará a tocarla”. 

FIN.

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