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Opinión

Los amores de los perros se ven

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Por - 18 mayo, 2022 - 00:24 a.m.
Los amores de los perros se ven

Los amores de los perros se ven. Los amores de los gatos se oyen. Y los amores de los hombres -y de las mujeres- se saben. Por eso todos en la colonia estaban enterados de que don Geroncio, seƱor mĆ”s que maduro, visitaba los jueves secretamente -eso creĆ­a Ć©l- a una cierta seƱora que vivĆ­a en el octavo piso de un edificio y con la cual pasaba siempre una hora, de 5 a 6, haciendo lo que habĆ­a dejado de hacer con su mujer legĆ­tima, pues esta dama decĆ­a que ella no estaba ya para ā€œesas cosasā€. En este punto sugiero a las personas con escrĆŗpulos morales que suspendan aquĆ­ mismo la lectura de este relato, pues lo que sigue tiene un alto contenido sicalĆ­ptico. 

Uno de aquellos jueves el maduro caballero llegó al edificio a la hora de costumbre y se encontró con la ingrata novedad de que el elevador estaba descompuesto. La prudencia le aconsejaba irse a su casa, pero las ganas le ganaron y subió por la escalera hasta el octavo piso. Llamó a la puerta de la dama y le abrió ella. Le dijo don Geroncio: ā€œVengo con la lengua de fueraā€. ā€œAh -respondió la mujer-. Ya preparadoā€. (No le entendĆ­).. Dulcibella, linda chica, contó algo que le sucedió: ā€œBusquĆ© para casarme un muchacho que fuera guapo, simpĆ”tico, educado, pulcro, detallista, buen conversador, de trato fino, culto. Y lo encontrĆ©. Desgraciadamente Ć©l ya tenĆ­a novioā€. 

PequeƱita de cuerpo, menudita, era sin embargo un torbellino ante el cual cedĆ­an secretarios de Educación, alcaldes y gobernadores. Maruca PeƱa, la primera maestra que en mi vida tuve aparte de mi madre. Fue mi educadora  en el JardĆ­n de NiƱos ā€œApolonio M. AvilĆ©sā€ de mi ciudad, Saltillo. No casó nunca, pero tuvo cientos de hijos e hijas: los infantes e infantinas a quienes nos enseñó a cantar ā€œEl chorritoā€ y a bailar ā€œLa raspaā€. Se jubiló despuĆ©s de medio siglo o mĆ”s de recorte y pegado. El salario de los maestros era en aquel tiempo, como en Ć©ste, sumamente bajo. A los profesores se les llamaba ā€œpobresoresā€. Igualmente magra era la pensión de los jubilados. En cierta ocasión Carlos Salinas de Gortari visitó Saltillo. (Algo bueno debe haber hecho, que mereció ir allĆ”). La seƱorita Maruca se le plantó delante y le habló de lo reducida que era su pensión. 

Le contestó Salinas: ā€œMi mamĆ” tambiĆ©n fue profesora, y percibe la misma cantidad que  ustedā€. ā€œSĆ­ -admitió Maruca-, pero yo no tengo hijo Presidenteā€. Este dĆ­a  aplaudo, y con las dos manos, para mayor efecto, a  López Obrador por su decisión de aumentar el sueldo a los maestros. Independientemente del contenido polĆ­tico-electoral que pueda verse en esa determinación, lo cierto es que es un acto de justicia. Con la inflación rampante y la galopante carestĆ­a que privan hoy ese salario se habĆ­a reducido en forma considerable.  

El aumento ordenado por AMLO servirĆ” para aliviar la situación del magisterio. Yo esperarĆ­a que ese beneficio se extendiera tambiĆ©n  a las profesoras y profesores jubilados, que igualmente afrontan grandes dificultades económicas. Si yo dependiera sólo de mi pensión de maestro, ni mi esposa ni yo tendrĆ­amos lo suficiente para vivir. RegresarĆ­amos a nuestros primeros tiempos de casados, cuando ganaba yo tan poco que allĆ” por el dĆ­a 27 o 28 de cada mes me decĆ­a mi seƱora, muchachita de 19 aƱos: ā€œYa llegamos a papasā€. 

Eso era  lo Ćŗnico, con frijolitos, tortillas y salsa de molcajete, que nos quedaba para comer. Pero ningĆŗn manjar me ha sabido nunca tan sabroso como aquellos sencillos alimentos sazonados con amor de juventud. Vaya mi reconocimiento, pues, a López Obrador, por acudir en apoyo de los maestros. Se lo agradecemos la seƱorita Maruca desde allĆ”, y desde acĆ” este escribidor. 

FIN.

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