Se casó Goretino, joven muy piadoso. En la noche de bodas, antes de consumar su matrimonio, el devoto recién casado quiso hacer una oración. Le dijo a su flamante esposa: “Pongámonos de rodillas, Susiflor”. “¡Ah no! -protestó ella-. El primero lo hacemos naturalito”... Ovonio Grandbolier es perezoso. En cierta ocasión alguien le dijo que la velocidad de la luz es de 300 mil kilómetros por segundo.Y comentó, hosco, el grandísimo haragán: “Con razón llega tan temprano la desgraciada”.
(Solía decir el flojonazo: “Felices los hombres de la Edad de Piedra: mataban un mamut, y los siguientes seis meses eran de pura güeva”)... Conocemos bien a don Chinguetas: es un marido tarambana que gusta de ilícitos placeres. En cierta ocasión su esposa llegó inesperadamente al domicilio conyugal, y al entrar en la alcoba vio a su liviano consorte en trance de erotismo con una estupenda morenaza. “¿Qué significa esto, Chinguetas?” -le preguntó indignada.
El cínico sujeto fingió asombro y le preguntó a su vez: “¿Qué no eres tú la mujer con la que estoy? ¡Ah Macalota! ¡Te digo que necesito lentes nuevos!”. La Plaza México, el coso taurino más grande del mundo, ha debido cerrar sus puertas por determinación de un juez. La prohibición de celebrar ahí corridas de toros parece obedecer a una corriente animalista que hoy por hoy es lo políticamente correcto. A eso se plegó el juzgador, según todos los indicios, y no a un criterio fincado en el conocimiento de la fiesta de toros y de todo lo que con esa antigua tradición se relaciona.
Me ha apenado grandemente el cierre de esa plaza, colmada de historia y tradición, por cuyo ruedo han pasado los más grandes lidiadores no solo de México, sino de todo el mundo de la tauromaquia. Yo amo la fiesta de toros porque amo al toro de lidia, uno de los más bellos ejemplares de la fauna universal, el cual indefectiblemente entrará en vías de extinción y desaparecerá finalmente si las corridas de todos se prohíben. El toro de lidia, en efecto, nace y se cría para ser lidiado. Su sino no es el mismo que el de otras reses, destinadas por su propia naturaleza al matadero.
El toro de lidia pertenece a otra especie, otra casta, otro linaje. Por instinto tiende a embestir, y de eso se valió el hombre para inventar un arte magnífico, el único que crea belleza a la sombra de la muerte. La decisión del juez capitalino amenaza a ese arte y a su protagonista principal, el toro. Esperemos que todos los recursos legales se pongan en ejercicio para anular tal prohibición, infundada y atentatoria contra la libertad. Sigue ahora un cuento de subidísimo color.
Las personas que por escrúpulos de moralina no gusten de leer cuentos de subidísimo color pueden pedirle a alguien que se los lea.. Un hombre de edad madura supo sin lugar a dudas que su amante, joven mujer a la que mantenía a costa de grandes sumas de dinero y de regalos caros, lo engañaba con un mancebo de su edad. Poseído por los celos, por el rencor y el odio, contrató a un famoso francotirador y lo llevó a una azotea desde la cual podía verse lo que sucedía en la alcoba de la infiel.
Le dijo al mercenario: “Quiero que le dé un tiro a la mujer en la cabeza, y a su querido otro en la entrepierna”. El hombre acomodó su rifle para cumplir el deseo de quien lo había contratado. Sin embargo tardaba en accionar el arma. “¿Qué sucede -le preguntó el celoso amante-. ¿Por qué no les dispara?”. “Espere un poco -respondió el francotirador-. Por lo que estoy viendo pienso que en unos momentos más podré hacer lo que usted me pide disparando únicamente un tiro”. (No le entendí)...
FIN.