A principios del siglo XVI, cuando prácticamente todo el mundo creía que la Tierra era el centro del universo, el científico polaco Nicolás Copérnico propuso que los planetas giraban alrededor del sol. Aunque su modelo no era del todo correcto, formó una base sólida para que los científicos del futuro pudieran construir y mejorar la comprensión de la humanidad sobre el movimiento de los cuerpos celestes. De hecho, otros astrónomos se basaron en el trabajo de Copérnico y demostraron que nuestro planeta es solo un mundo que orbita alrededor de una estrella en un vasto cosmos y que estamos lejos del centro de cualquier cosa.
Y aunque el modelo de Copérnico cambió el diseño del universo, tenía sus fallas. En primer lugar, Copérnico mantuvo la idea clásica de que los planetas viajaban en círculos perfectos, algo que fue corregido en 1600 por Johannes Kepler, que demostró que las órbitas en lugar de círculos eran elipses. Como tal, el modelo de Copérnico presentaba los mismos epiciclos que se estropearon en el trabajo de Ptolomeo, aunque hubo menos.
Pero Copérnico, un hombre de raíces profundamente cristianas, tenía temor de causar una controversia, pues su teoría del heliocentrismo se oponía a siglos de dogmas. No quería contribuir más a una Europa convulsionada en ese tiempo por las fuerzas del cambio y que llevaron a la concepción de un mundo que jamás volvería a ser el mismo. Los años en que Cristóbal Colón descubría sin querer un nuevo mundo y en que Martín Lutero desafiaba al papa León X con la reforma protestante.
Por eso se resistió hasta apenas dos meses antes de su muerte, cuando a insistencia de su discípulo George Joachim Rheticus, profesor de matemáticas en Wittenberg, Alemania, publicó un libro que ocupa un lugar definitivo en la ciencia: ´´De Revolutionibus Orbium Coelestium Libri Sex´´ o "Sobre las Revoluciones de los Cuerpos Celestes". Era el manifiesto de una revolución científica: Una tesis que desplazaba a la Tierra como centro del universo. Era el adiós a las teorías que perduraron milenios, el del modelo geo centrista con un mundo estático y centro del universo.
Pasaron cien años para que alguien la tomara en serio esa teoría y ese alguien fue Galileo Galilei, que basándose en el trabajo del astrónomo polaco, en 1632 publicó su libro "Diálogo Acerca de los Dos Sistemas Principales del Mundo".
Galileo confirmaba que la tierra no fue, no era, no es, ni será nunca el centro del Universo. Un dicho que casi le cuesta la vida.
Y es que basándose en la obra de Copérnico —de quien mañana 19 de febrero, se celebran 552 años de su nacimiento— "Sobre las revoluciones de los cuerpos celestes", con el tiempo provocó una revolución en la cosmología colocando al inmóvil Sol, cerca del centro de la órbita de la Tierra, un hecho que entraba en conflicto con los pasajes bíblicos que hablan claramente del Sol, del movimiento y de una tierra estática. Copérnico mostró cómo determinar no solo el orden de los planetas, sino también el tamaño relativo de sus órbitas y que el esquema tradicional centrado en la Tierra era imposible.
Pero hay un detalle con la vida y obra de Copérnico en ese tiempo. Y es que prácticamente sus teorías y su libro pasaron de noche. El profesor emérito de astronomía e historia de la ciencia en la Universidad de Harvard, Owen Gingerich, es el autor de la obra "El Libro que Nadie Lee". Gingerich, es una autoridad indiscutible en el tema y quien por más de tres décadas se embarcó en una búsqueda épica para revisar todas las copias existentes de la primera y segunda edición del libro de Copérnico, concluyendo que la obra fue inspiradora y revolucionaria... pero hasta 100 años después, pues para la sociedad de su tiempo fue casi inexistente.
Admite que sirvió para que, más tarde, Galileo y Kepler pusieran los cimientos de la astronomía moderna, pero que Copérnico no tuvo el impacto que hoy se le da y que, si no hubo persecución de la iglesia en su contra, es porque nadie leyó su libro y nadie se enteró de su teoría. A pesar de todo, la obra de Copérnico fue para el conocimiento científico, uno de esos momentos que, como afirmaba el poeta inglés Ben Johnson, es como "El fuego, que primero debe ser encendido por algún agente externo, pero que después se propaga por sí solo".
@marcosduranfl