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Opinión

¿Revolución, señor Madero?

Marcos Durán Flores
Por Marcos Durán Flores - 19 noviembre, 2021 - 09:40 p.m.
¿Revolución, señor Madero?

La tarde del veinte de noviembre de 1910, Don Porfirio Díaz veía con extrañeza el curioso llamado que Francisco I. Madero había hecho al pueblo de México para que ese día, en punto de las seis de la tarde “todas las poblaciones de la República se levanten en armas”. El manifiesto de Madero fue tomado por don Porfirio como una vacilada.

Él y solo él, había pacificado la nación que, tras el triunfo de la revolución de Independencia en 1821, se había envuelto en las luchas internas por el poder en México que se volvieron interminables. Liberales contra conservadores, golpes de Estado, anarquía política, inestabilidad económica y militares oportunistas y rufianes como Antonio López de Santa Anna, causaron el debilitamiento del país. Esto fue aprovechado por Texas al declarar su independencia de México, acto que después detonó una cruenta guerra con los Estados Unidos donde perdimos más de la mitad de nuestro territorio.

Pasaron décadas para que, con Benito Juárez, llegara un breve periodo de paz. Sin embargo, sus reformas sociales crearon un clima adverso y una nueva intervención extranjera llegó ahora con los franceses bajo Napoleón III, y a pesar de que en Puebla “las armas nacionales se cubrieron de gloria”, los franceses impusieron al príncipe austriaco Maximilianode Habsburgo como emperador. La guerra continúo hasta 1867 con su fusilamiento en el Cerro de las Campanas. Al triunfo de la República, el indio de Guelatao llamó a la conciliación nacional. Sus planes eran ambiciosos, pero claro, solo con él al frente, porque así y sin pensarlo mucho, Juárez llevaba ya 14 años como presidente de México. Fue una oportuna aflicción cardiaca que 1872 nos salvó de que se eternizará en el poder y estar en el altar de la patria.

Pocos años después de la muerte de Juárez, empezó a gobernar Porfirio Díaz, otro oaxaqueño, también héroe de la guerra contra los franceses que puso fin a décadas de anarquía, instrumentando un férreo control político y militar. Era la paz porfiriana, su visión personal para el desarrollo y pacificación. Con su gobierno el ferrocarril, su máxima expresión de la modernización, creció de 580 kilómetros de vías férreas en 1876, a más de 11 mil 500 en 1910.

Se sanearon las finanzas públicas nacionales, con un brillante funcionario secretario de Hacienda como José Yves Limantour, que renegoció con éxito la deuda externa e impulsó el crecimiento nacional y dejó las tasas de interés por debajo de 5 por ciento y reestableció relaciones con las potencias extranjeras y atrajo inversión privada. Para finales de 1892, había logrado acuerdos de comercio con Suecia, Noruega, Francia, Estados Unidos y Gran Bretaña. Para no continuar el encono de Juárez con la Iglesia, don Porfirio prefirió voltear la vista y la Iglesia recuperó su posición de influencia.

Pero siempre hay un, pero. La esclavitud aún era permitida, la clase trabajadora estaba empobrecida y los campesinos eran mancillados por los terratenientes con prácticas deleznables. Las libertades políticas, de expresión y la tolerancia a la crítica, estorbaban al crecimiento de México y ni pensar en elecciones libres, pues eso restaba capacidad para seguir gobernando con eficacia la nación. Se pacificaba con las armas, la amenaza o la cooptación de los disidentes políticos. Sólo unos necios como los hermanos Flores Magón y otros de apellido Madero, que no se cansaban de molestar pidiendo la renovación del régimen y elecciones libres.

Una verdadera molestia, pero nada que le impidiera llegar a don Porfirio a 1910, con treinta y cinco años en la silla presidencial. Fue una etapa de crecimiento, con un periodo sin precedentes de paz, prosperidad …. y longevidad. Así celebró en septiembre de ese año el centenario de la Independencia y con gran pompa, inauguró el monumento a la victoria alada, o Ángel de la Independencia como se le conoce. Todo le salía bien y todo era felicidad para el régimen.

Así que ¿Una revolución, señor Madero?, ni pensarlo. Ocho meses después, abordaba el Ypiranga para nunca volver. Murió de viejo en su exilio en París y su tumba se hace cada vez más vieja en el cementerio de Montparnasse. Nadie se atreve a pedir que sus restos sean trasladados a México. Es el destino de los tiranos.

@marcosduranf

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